Title: Con Amigos Como Éstos...
Subtitle: Último Reducto vs. Los Amigos de Ludd
Author: Ultimo Reducto
Date: 2009
Notes: Contacto: ultimo.reducto@hotmail.com
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Índice

- Introducción.

Por Último Reducto.

- Carta Abierta a los Primitivistas.

Por Los Amigos de Ludd.

- Crítica a “Carta Abierta a los Primitivistas”.

Por Último Reducto.

- Fragmento de “¿Se Abre Paso la Crítica Antiindustrial?”.

Por Los Amigos de Ludd.

- Crítica a “¿Se Abre Paso la Crítica Antiindustrial?”.

Por Último Reducto.

- “Contestación” pública de Los Amigos de Ludd.

Por Los Amigos de Ludd.

- Comentario de Último Reducto acerca de la “contestación” pública de Los Amigos de Ludd.

Por Último Reducto.

- Epístola privada de J.R.H. a Último Reducto.

Por J.R.H.

- Comentario de algunas de las críticas de J.R.H.

Por Último Reducto.


Introducción

Allá por el año 2004, Los Amigos de Ludd publicaron en el n°7 de su boletín el artículo “Carta Abierta a los Primitivistas’, invitando al debate. Último Reducto aceptó el desafío y envió un artículo de contestación a Los Amigos de Ludd (“Carta Abierta a Los Amigos de Ludd y Similares’, con fecha 22-4-05). Poco antes de enviarles dicha contestación, llegó a manos del redactor de Último Reducto un ejemplar del n°8 del boletín Los Amigos de Ludd en el cual, en la parte final de su artículo “¿Se Abre Paso la Crítica Antiindustrial?’, arremetían públicamente contra Último Reducto (y otros dos grupos de los que el redactor de Último Reducto había sido miembro) e invitaban a contestarles. Último Reducto de nuevo envió otro artículo de contestación (“Debate y Crítica Sí, Pero Con Fundamento’, con fecha 23-6-05). Ninguna de ambas contestaciones fue publicada ni contestada públicamente por Los Amigos de Ludd, quienes, en el n°9 de su boletín, se limitaron a señalar que eran demasiado largas e invitaron a Último Reducto a hacerlas públicas por su cuenta.

Fue una suerte que no lo hicieran, pues dichos artículos eran, en efecto, demasiado largos y además, en ellos, las críticas, los argumentos y las ideas de Último Reducto estaban expresados de una forma demasiado apresurada, tosca y visceral.

En el intervalo de tiempo que va desde entonces hasta el presente, Último Reducto ha perfeccionado y clarificado sus ideas y, en particular, ha ratificado lo pertinente de sus críticas a Los Amigos de Ludd. Asimismo, Último Reducto considera haber pulido también la forma de expresión, reescribiendo ambos artículos de contestación.

En esta obra se incluye también una carta privada (publicada aquí íntegramente) dirigida a Último Reducto el 17-11-05 por J.R.H., autor material del artículo ,¿Se Abre Paso la Crítica Antiindustrial?’, en respuesta al artículo de Último Reducto enviado en su día a Los Amigos de Ludd: “Debate y Crítica Sí, Pero Con Fundamento’, así como la correspondiente contestación pública de Último Reducto.

Esta obra va dirigida al público interesado en la crítica de la sociedad tecnoindustrial y su principal objeto es que los lectores puedan apreciar las profundas y notorias diferencias ideológicas, psicológicas y morales existentes entre al menos dos de las corrientes autoconsideradas contrarias a la sociedad tecnoindustrial: aquella de la cual son claro exponente Los Amigos de Ludd y la ejemplificada en este caso por Último Reducto.

Último Reducto lamenta que este “debate”, y con él sus contestaciones, estén empañados por la animosidad y que no se limiten al mero intercambio y discusión racional de puntos de vista teóricos. Pero, en el caso de muchas de las cosas dichas por Los Amigos de Ludd y J.R.H., limitarse a contestar el contenido de sus afirmaciones como si sólo fuesen meros errores o inocentes críticas sería pecar de excesiva ingenuidad.

Y lo mismo podría alegarse acerca del hecho de que parte de los temas tratados en esta obra sean ciertamente poco o nada importantes para el desarrollo de una lucha verdaderamente eficaz contra la sociedad tecnoindustrial. A pesar de ser asuntos intrascendentes para dicho fin, la decencia y el honor a la verdad hacen que algunas de las cosas que Los

Amigos de Ludd y J.R.H. han dicho acerca de esos temas no puedan ser simplemente pasadas por alto.

Aun así, a pesar de estos inconvenientes, Último Reducto considera que esta obra puede resultar útil para el desarrollo de una ideología y un movimiento realmente contrarios a la sociedad tecnoindustrial, sanos, honestos, verdaderamente eficaces y completamente ajenos al izquierdismo y al progresismo. Y por eso la publica.

Último Reducto desea mostrar su agradecimiento a todas aquellas personas que amablemente le han prestado su ayuda de diferentes maneras en la elaboración de esta obra.

Por último, es preciso dar gracias también a Los Amigos de Ludd y a J.R.H. por sus críticas, pese al tono y actitud de las mismas (y a los de las respuestas de Último Reducto). Lo cortés no quita lo valiente.

Los textos de Los Amigos de Ludd que aparecen en esta obra han sido reproducidos literalmente, incluidas las ilustraciones.

ÚLTIMO REDUCTO, Norte de Iberia,
primavera del 2009.


Carta Abierta a Los Primitivistas

Por Los Amigos de Ludd. [Publicado en el n°7 del boletín Los Amigos de Ludd, junio 2004, páginas 8-19]:

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El primitivismo como «anarcoprimitivismo» es un fenómeno relativamente reciente, y no todos a los que nos dirigimos bajo este nombre lo aceptarán sin plantear objeciones. En otras palabras, cuando hablemos de primitivistas nos referiremos también, sin nombrarlos, a tendencias, corrientes, grupos o individuos que manifiestan rasgos y aspectos centrales asociados, se quiera o no, al anarcoprimitivismo. Cuando hablamos de primitivismo, pues, englobamos en realidad a todos aquellos que partiendo de posiciones claramente anarquistas han llegado a situarse en la órbita de la crítica de la civilización occidental, moderna e industrial, y que rechazan por tanto la cultura y la forma de vida engendradas por dicha civilización, a la vez que basan su búsqueda de libertad y de autonomía en una relación más directa con la naturaleza entendida como estado salvaje. Es evidente, pues, que el primitivismo encuentra sus fuentes de inspiración en el anarconaturismo tanto como en el anarcocomunalismo, en cierto socialismo utópico o romántico como en figuras como Thoreau[1] o Armand[2], en los ludditas ingleses tanto como en la contracultura americana de los años sesenta del pasado siglo, en la «ecología profunda» tanto como en las culturas indígenas, pero a la vez, en ciertos aspectos de la búsqueda de lo «sagrado», en el milenarismo y en diversas comunidades y sectas del pasado{1}.

Así, es claro que podemos hablar de un «primitivismo» como nueva forma de anarquismo ligada al rechazo de la civilización industrial, no sólo en tanto que industrial sino en tanto que «civilización». Veremos que implicaciones puede tener esto.

Las posiciones primitivistas más extremas tienen su lugar de nacimiento, no por casualidad, en los Estados Unidos. Al confluir las corrientes contraculturales que se habían ido posando desde los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, con las tendencias de la ecología radical y el anarquismo, las coordenadas para la afluencia de un anarcoprimitivismo estaban dadas. La conmoción provocada por el encarcelamiento del conocido saboteador americano Ted Kaczinsky[3] [sic], las polémicas aparecidas en revistas como Anarchy, Reality Now, Fifth Estate, Green Anarchy, entre otras, la aparición de un neoluddismo, y los escritos primitivistas de John Zerzan[4], son los ecos que llegaron en los años noventa del pasado siglo hasta aquí, y que ayudaron a formar la nueva conciencia. Seattle, a finales de 1999, fue el acontecimiento que reunió un poco todos esos elementos, y los unió al deseo de una acción directa violenta contra el sistema, como manifestaba el grupo anarquista Black Block.

El primitivismo expresa entonces el rechazo explícito de una generación de anarquistas no sólo ante las viejas formas de dominación política y económica, sino también hacia las formas de vida de la civilización tecnológica, a su alejamiento de la naturaleza y a su artificialización en todos los sentidos.


Los problemas que plantea el primitivismo

Pero muy pronto el primitivismo tenía que encontrar los límites de su discurso y de su acción en los terrenos no criticados y no valorados de su propio lenguaje. Se podría decir que para escribir este texto hemos tenido que sobrestimar el mismo discurso primitivista, concederle una unidad y una continuidad que, en la realidad, es muy difícil de rastrear en su literatura.

En un principio, es fácil entender lo que se quiere expresar por rechazo a la «civilización», a la «domesticación» o por búsqueda de una vida más «salvaje» y más «auténtica». La literatura y el cine más banal de todo el siglo XX nos han aleccionado sobre esto. Para muchos, simplemente, el primitivismo es el retorno de la vieja contracultura americana, en una forma más sectaria y violenta. Un marcusianismo[5] para infantes rebeldes.

Para nosotros, el primitivismo ha confundido las categorías y análisis que podían darle alguna credibilidad. Desde esa perspectiva, el primitivismo está condenado a la misma apatía que la sociedad industrial promueve: se muestra incapaz de superar el lenguaje de la provocación y de la propaganda, para hacer inteligible su proyecto a los demás. El mismo término «primitivista» es sólo una parte más de ese juego estético y de una oposición complaciente entre lo «civilizado» y lo «primitivo».

Cuando los primitivistas se oponen a la civilización, ¿a qué se refieren exactamente? ¿A la civilización occidental contemporánea? ¿A la forma de vida urbana, tecnificada y dotada de una organización política estatal, jerarquizada, de la que dan ejemplo otras civilizaciones históricas? ¿O, más aún, al llamado «proceso de civilización»? Pero, también, un cierto primitivismo identifica «civilización» con cultura, sin acabar de caracterizar esta última.

Es evidente que los primitivistas se oponen más o menos a todas las categorías de civilización que hemos enunciado, confundiéndolas todas sin empacho. Digamos que su definición de civilización es principalmente negativa: civilización se define por lo que no es. La civilización no es lo salvaje, no es lo auténtico, no es lo ecológico, no es lo libre y no es... lo primitivo. El trato lúdico dado a la palabra «primitivo» expresa más bien el deseo de una complicidad con aquellos que sienten que la civilización tecnocientífica es la esencia de la civilización en general, opuesta a un mundo indígena que vivía adaptado a la naturaleza, sin jerarquías, en clanes igualitarios y cubriendo sus necesidades, y sus órganos, de una forma extremadamente simple.

En otras palabras, bajo el pretexto del rechazo de la «civilización» los primitivistas llegan al rechazo de lo que, universalmente, se conoce por «historia». El primitivismo podría ser, entre otras cosas, un «prehistoricismo»{2}.

De aquí se desprenden al menos dos problemas. Uno es puramente empírico. Si los primitivistas pretenden fundar su utopía en base a las culturas llamadas «primitivas» o «prehistóricas» -en cuanto a sus modos de vida anti-jerárquicos, sencillos, naturalizados, etc.,- se encontrarán con el problema de documentar con exactitud los rasgos de estas culturas, lo que es extremadamente difícil. Si los primitivistas quieren, con todo rigor, tener a las culturas primitivas como referente, tendrán que ofrecernos un cuadro lo más verídico posible de la vida de esas culturas, o contraculturas{3}.

Ahora bien, sabemos que los primitivistas no se preocupan tanto por esta cuestión como por usar vagamente el término «primitivista», al que oponen tanto «cultura» como «civilización», a las que señalan como origen de nuestros males. Y aquí entra el segundo problema. Si los primitivistas no han conseguido demostrar que la vida prehistórica era fundamentalmente buena y libertaria, tampoco han conseguido proponer ningún argumento serio para demostrar que bajo las culturas históricas y lo que vulgarmente se entiende por civilización, toda la vida era nociva y autoritaria.

Los primitivistas han sido víctimas de una utilización tosca de términos como «historia», «naturaleza», «cultura» y «civilización».

Si entendemos civilización como movimiento histórico muy amplio vinculado a la aparición de grandes imperios, totalitarios o conquistadores, grandes culturas comerciantes y marítimas, grandes comunidades religiosas, demarcaciones territoriales inmensas ocupadas por pueblos unidos por el poder y la lengua, etc., veremos efectivamente un mapa de la opresión política y social, veremos la discriminación, la explotación e incluso el genocidio. Veremos que, como decía Hegel[6], «la historia no es el lugar de la dicha».

Si, al igual que escribía Walter Benjamin[7] «todo documento de cultura es así mismo un documento de barbarie» podemos considerar que no ha habido cultura histórica que no se haya levantado sobre algún tipo de dominación y de violencia. Así toda mitología libera y reprime, todo arte es documento de gozo y de horror, toda adaptación abre una puerta y a la vez restringe, y el mismo pensamiento simbólico, con su peligroso poder de abstracción, abre la realidad en un sentido de renuncia a la experiencia concreta de las sensaciones y su diversidad profunda. El proceso de civilización encierra períodos de construcción y destrucción histórica del mundo, de la ascensión y caída de diferentes estructuras de Poder, de transformaciones de la geografía física, a veces en una dirección fatal. Pero también encierra la construcción intelectual, moral, filosófica y estética de la conciencia humana. Esa construcción, como se sabe, está ampliamente documentada.

La pregunta que tendríamos que hacer a los primitivistas sería la siguiente: ¿hasta qué punto están dispuestos a rechazar sus propias coordenadas culturales? ¿qué es lo que piensan con exactitud de las construcciones, saberes, valores heredados tras miles de años de «civilización»?

Para sintetizar estas cuestiones deberíamos partir de algunas formulaciones básicas.

En primer lugar, la definición primitivista de civilización no tiene contenido alguno, pues a la civilización, los primitivistas oponen, con toda simpleza, una confusa noción de vida salvaje, contracultural o prehistórica.

Por otro lado, las definiciones primitivistas de «libertad» y «naturaleza» son totalmente abstractas; la libertad es simplemente pensada como anti-autoritarismo, anti-patriarcado y anti-jerarquía - rasgos supuestamente asociados a las culturas primitivas; la naturaleza es el todo físico al que la humanidad debe adaptarse de forma animal, para no distinguirse de ella, habitando en la naturaleza como Bataille[8] decía que habitaban los animales, como «agua en el agua».

Finalmente, toda cuestión cultural queda soslayada. El pensamiento simbólico, el mito, la ciencia empírica, la estética, la filosofía moral, etc., sencillamente no son abordados con rigor.

Desde luego, como el primitivismo en su forma extrema es inviable, incluso como teoría, sólo puede manifestarse como un cierto folklore lúdico y provocador, un anarquismo sazonado de contracultura.

Un cuadro histórico

Según los primitivistas, desde que la especie humana hubiera salido de la edad de oro paleolítica[9]{4}, no consiguió adaptarse a los cambios sucesivos del medio, por lo que decidió, en su creciente alienación, adaptar el medio a sus necesidades, artificializarlo. La prosecución desencadenada de la artificialización se desprendería de una patente inadaptación. A primera vista, para un espíritu poco exigente, esta idea puede parecer seductora. Pero esto dejaría entender que el hombre del paleolítico se adaptó a todos los cambios del medio sin que interviniera nunca en él, que la adaptación era un fenómeno puramente pasivo, que la especie humana tenía con la naturaleza una relación de fusión y de espontaneidad. No obstante se sabe que nunca existió algo así, en ninguna especie conocida. Cada especie debe modificar su medio para crear su hábitat de supervivencia.

Los primitivistas, al confrontar al hombre primitivo con la naturaleza salvaje, parecen tener una visión excesivamente estática de la dialéctica de su relación. Para ellos habría existido una naturaleza salvaje cuya estabilidad o su carácter inmutable no habría sido perturbado por su relación con algún otro elemento (el hombre primitivo) quien, de esta manera, no existía por sí mismo ya que se fundía en esa naturaleza. Como mucho, cada cosa evolucionaba en compartimentos estancos, ¡de acuerdo a una existencia biológica extrañamente casi inerte!

No obstante todo se opone a esta visión osmótica de la naturaleza. No se puede negar que no se encuentre en ella ejemplos de un equilibrio ecológico notable o de aquello que un kropotkiniano[10] podría llamar el apoyo mutuo entre las especies, pero dejando aparte el hecho de que este tipo de mutualismo no escapa a una cierta complejidad dialéctica de las relaciones -que no se deja entonces reducir tan fácilmente a términos de harmonía- encontramos también ejemplos de especies animales que acometen una artificialización del medio con el fin de aumentar sus expectativas ecológicas, llegando incluso a domesticar otras especies. Si se puede hablar de mutualismo ya que a menudo la especie explotada asegura su desarrollo gracias a la clase explotadora- se trataría en todo caso de un mutualismo disimétrico.

En cuanto a la domesticación efectuada por el hombre, es evidente que ésta ha provocado, a largo plazo, cambios biológicos en los animales y las plantas -es decir, una modificación de su carácter salvaje. Por tanto, «la domesticación es un proceso de transformación biológica, que procede de manera casi automática de las actividades de protocultivo y de protocrianza, cuando estas son aplicadas a ciertas especies salvajes, y que se explica por mecanismos genéticos perfectamente comprensibles.»{5} Por lo demás, ¿acaso este carácter salvaje era estático antes? Y este hombre primitivo, él mismo salvaje, ¿no tuvo que acometer, para sobrevivir, como otras especies, el acondicionamiento de su hábitat, es decir la remodelación de una parte de la naturaleza que formaba su entorno directo?

Cuando Jared Diamond[11]{6} intenta ver cómo los dos comportamientos negativos de la especie humana (su tendencia a matar otros grupos humanos, y su tendencia a destruir su entorno) le conducen directamente al suicidio ecológico, no solamente encuentra precursores de estos dos rasgos en los animales, sino que ofrece también ejemplos de pueblos primitivos que han saqueado su biotopo y numerosas especies. Sin llegar a afirmar que no existe en los pueblos primitivos un interés por preservar la naturaleza, Diamond muestra que la imagen rousseaniana[12] de una edad de oro primitiva es un mito.

Difícilmente, los primitivistas pueden negar la inevitable relación entre el hombre y su entorno. No les queda sino explicar dicha relación en términos de armonía o de dominación, y recurren a una teoría ad hoc para explicar el paso del primer al segundo término. Es ahí que entra en juego la domesticación. Pero como estas gentes no se interesan más que por abstracciones o de [sic] vulgarizaciones sobre la materia, necesitamos, para ver un poco más claro, exponer cuales son las últimas hipótesis hasta la fecha sobre la cuestión del famoso paso del paleolítico al neolítico[13].

A este respecto se sabe que la identificación del neolítico con una revolución agrícola es engañosa. Y que numerosos antropólogos, arqueólogos y paleontólogos de hoy buscan los orígenes de dicha revolución en un período de protoagricultura que se remonta al menos hacia el 40.000 antes de nuestra era, o más lejos, según los criterios escogidos (particularmente el de la conciencia). Pero en primer lugar ¿qué entienden por protoagricultura? Una cosa, en suma, bastante simple y evidente. Un cazador-recolector cuya alimentación dependía de la recogida de bayas salvajes, estaba del todo interesado en proteger éstas de otros predadores; «la protección de la recolecta pone de relieve la protección del territorio»{7}, y es por ello un primer paso hacia la agricultura. Las precauciones aportadas a las plantas que les eran beneficiosas han esbozado los gestos y los conocimientos previos a un desarrollo ulterior de la agricultura al mismo tiempo que han modificado poco a poco el capital genético de las plantas (y de los animales). Se podría mencionar el ejemplo de los aborígenes australianos que, si no practican la agricultura, no por ello dejan de dirigir una gestión de la fauna basada en las «quemas de matorral». Al quemar metódicamente la vegetación la regeneran, y así aumentan la población de animales herbívoros que pueden cazar. La frecuentación de plantas y de animales no solamente permitió a los cazadores-recolectores desarrollar lo que se podría llamar sus técnicas agrícolas sino que también les permitió adquirir un extra en sus condiciones de supervivencia.

A propósito de este pequeño extra que habría proporcionado la protoagricultura a los pueblos homínidos que se dedicaban a ella, Colin Tudge[14] ha expuesto la siguiente hipótesis: esta práctica, incluso si era mínima con relación a otras prácticas (caza, recolecta), explicaría muchas cosas:

1) el éxito ecológico de la especie humana, 2) su extensión geográfica, 3) la matanza del Pleistoceno[15], 4) la desaparición de los Neandertales, 5) la difusión de la agricultura en las diferentes regiones del mundo.

Es en este sentido que se puede afirmar que el neolítico no señala el nacimiento de la agricultura -su invención- sino su generalización «con la ayuda de técnicas suficientemente intensivas para provocar transformaciones visibles»{8} sobre plantas y animales. Colin Tudge pretende que el hombre se habría dedicado a la agricultura propiamente dicha (es decir correspondiente al período neolítico) a causa de: 1) un mecanismo de círculo vicioso según el cual cuantas más tierras cultivadas, más aumenta la población, y por tanto mayor necesidad de cultivar se produce, 2) por la crecida de las aguas en el Oriente Próximo que privó a los pueblos de sus territorios de caza, pero que pudieron en todo caso asegurar la transición gracias a la existencia de suelos propicios y de cereales como el trigo y la cebada.

Se puede lamentar que en este libro el desarrollo argumentado de la hipótesis se limite al Próximo Oriente, y que no se mencione el factor cultural en la explicación del nacimiento de la agricultura. Sobre este último punto, nos es necesario volver a las hipótesis de Lewis Mumford[16] que deben, es verdad, ser también sometidas a un análisis crítico pero que permanecen como una fuente de inspiración sin precedentes.

En El Mito de la máquina, Mumford pone también el acento sobre un período previo de protoagricultura para explicar el desarrollo del neolítico. Si ya entonces los recolectores paleolíticos adquieren conocimientos sobre los vegetales, es en el mesolítico[17] donde la nueva sedentarización, con las primeras construcciones durables, habrían permitido «la observación exhaustiva del comportamiento de los vegetales.» Esto es lo que hace decir a Mumford que una gran parte de herramientas y de conocimientos agrícolas útiles al desarrollo de la domesticación existían antes del neolítico, y que hay entonces que buscar la originalidad de este período en una transformación religiosa. La fase neolítica reflejaría una transformación interior del hombre primitivo, es «la conciencia de la sexualidad en tanto que manifestación central de la vida como tal, y del rol particular de la mujer tanto en la realización y la simbolización del placer sexual, como en la fecundidad orgánica» que sería según Mumford la «fuerza motriz dominante» del proceso de domesticación. Pero si en el curso del neolítico, el ritual logró realizarse en el trabajo -con su nuevo carácter industrioso- y le dio así una profundidad vital y cotidiana que nunca había tenido antes, esto debía dar lugar, en la dialéctica de la civilización, a dos formas opuestas de organización social, política y técnica: la institución aldeana, por un lado, y la Megamáquina, por otro lado, (de la que Mumford precisa «que sólo pudo florecer en unas pocas regiones muy prósperas en agricultura, lo cual favorecía la civilización urbana y la concentración de innumerables individuos a quienes se podía obligar a trabajar»). No expondremos aquí las razones que da Mumford para explicar el estancamiento, la esclerosis y finalmente la derrota de la institución aldeana. Sólo nos quedaremos, por gusto, pero no sin advertir contra un cierto idealismo de su parte, con una especie de descripción que daba de dicha institución: «Allí donde las estaciones se encuentran señaladas por fiestas y ceremonias; allí donde los períodos de la vida son marcados por rituales familiares y comunitarios; allí donde la comida, la bebida y los juegos sexuales constituyen el núcleo de la existencia; allí donde el trabajo, incluso penoso, está raramente separado del ritmo, del canto, del compañerismo humano y del placer estético: allí donde la actividad vital es tan gratificante como su producto; allí donde ni el poder ni el beneficio se adelantan a la vida, allí donde la familia, el vecino y el amigo forman todos una comunidad visible, tangible, cara a cara; allí donde cada uno puede realizar en tanto que hombre o mujer cualquier tarea que cualquier otro está cualificado para hacer -allí subsiste la civilización neolítica en sus caracteres esenciales; incluso sirviéndose de herramientas de hierro o si una furgoneta lleva al mercado los productos.»

Por el contrario, el neolítico es generalmente entre los primitivistas el gran Mal, la raíz de la podredumbre civilizada. Ellos asocian sin escrúpulo: neolítico con domesticación, agricultura con sociedad de clases. Se vuelve a encontrar aquí en ese esquematismo lamentable todo lo que [sic] es capaz la falsa consciencia al proceder a una espacialización{9} extrema del tiempo y de las relaciones de causalidad. Como dice Jaime Semprún[18] [sic] en un artículo sobre el contenido fantasmal de ciertas manifestaciones de la teoría radical: «La degradación de la percepción dialéctica de lo real tiene de alguna manera un efecto retroactivo, sobre la inteligencia histórica propiamente dicha, en su forma de aplastar el curso de la historia en un encadenamiento puramente lógico de donde son eliminados, no solamente la parte contingente, sino sobre todo los conflictos que, en cada época, abrían varios devenires posibles. Este determinismo estricto, que vuelve rígidas las relaciones de causalidad sobre el modelo de la mecánica (a tal causa, tal efecto), es por él mismo una forma de espacialización del tiempo: le presta en efecto los caracteres de una secuencia espacialista para ser recorrida intelectualmente como se recorre una casa al pasar de una habitación a la otra; pero se trata de una estancia museificada, donde los periodos bien distintos y delimitados (el Renacimiento, la Ilustración) se yuxtaponen sin contener ya los procesos contradictorios y los momentos cruciales que constituirían su riqueza» (el subrayado es nuestro){10}. Es en ese sentido que se puede decir que el anarco-primitivismo no tiene ninguna visión histórica de la humanidad. Para él, todo se reduce a un paso abrupto del hombre primitivo al hombre civilizado, todo es perversión inmediata, decadencia súbita. Ningún matiz dialéctico, ningún reconocimiento de la cohabitación de formas históricas diversas tienen valor a sus ojos. Se trata de una historia explicada a los niños -una antropología dibujada con trazo grueso en estrecha filiación con la visión progresista dominante donde se procede a una oposición tosca entre dos modelos. Este radicalismo virtual (buscar la raíz del Mal y querer recomenzar todo desde cero) es un puro producto de la impotencia moderna. Los primitivistas, con su visión nostálgica de la felicidad salvaje (para utilizar categorías clásicas, trabajo integrado en la vida y tiempo de descanso y de recreo superiores al tiempo de trabajo en las sociedades primitivas), no comprenden nada de la tragedia que habita en el ser humano. La vida salvaje, o primitiva, para los primitivistas, es aquella de la no- contradicción permanente. ¿Nunca se les ha ocurrido pensar que la felicidad no era tal vez lo que buscaba el hombre?

Y cuando, en su arrogancia pueril e indolora, afirman querer vivir el conflicto que representa la vida de un ser activo y pensante, y rechazar una paz harmoniosa, es entonces para afirmar al mismo tiempo un hedonismo bestial que se distingue mal de una justificación inconsciente del mundo tal como es. Este arrebato juvenil puede comprenderse pero la tosquedad irrealista de sus argumentos, confrontada con lo real, no puede a la larga, más que decepcionar a sus partidarios, y reforzar un poco más la desesperación ambiente.

Este carpe diem tan elogiado, esta búsqueda del gozo del presente, y este odio por la capacidad del cerebro humano para proyectarse en el futuro son la marca de fábrica de la mentalidad moderna que quiere deshacerse de toda obligación para empezar, la de pensar que podría, aunque no fuera mucho, exigirle presentarse al mundo, afirmarse, constituirse poco a poco, entre risas y lágrimas, un carácter sensible con alguna consistencia. La virtualidad de su «teoría» -este corpus de eslóganes infantiles a la rica salsa vaneigemista[19] no depende sólo de su lectura ideológica de la prehistoria sino también de una incapacidad de pensar el presente. Situándose fuera de lo real, se ahorra el esfuerzo de tener que explicar cómo esta vuelta al estado salvaje se realizará.

Pues no se puede afirmar que las condiciones actuales posibiliten una vuelta a la holganza o a la actividad de los cazadores- recolectores, primero porque las condiciones ecológicas no se prestan a ello, y después porque la historia de la agricultura es también la de las formas de vida nobles cuya llama hay que intentar reavivar, y que la respuesta improbable pero necesaria a la cuestión de la supervivencia, que se presenta con tanta agudeza en nuestros días, pasa primero por ahí.

Y es aquí donde deberíamos abordar otra cuestión, la de la artificialización.

«Una organización social, sea la que sea, es ante todo una forma de apropiación de la naturaleza, y es ahí donde nuestra sociedad de la mercancía ha fracasado miserablemente.»{11} Este fracaso, los primitivistas lo achacan a los primeros pasos de la humanidad, cuando hay que achacarlo a la sociedad industrial (esto no impide por supuesto que haya podido haber otras formas de fracaso anteriores, pero de ninguna manera comparables a la dimensión que alcanza el sistema industrial). Para los primitivistas, el fracaso equivale a la intención de apropiarse de la naturaleza. No ven que han existido formas históricas de esta apropiación, imprescindible para la supervivencia humana, y que hoy, es una forma histórica concreta (la forma industrial) la que hay que destruir. Si se puede decir que la artificialización es una manera desastrosa, constituida históricamente, de apropiarse de la naturaleza, y cuyo anhelo final es hoy sustituir la naturaleza por una tecnosfera, lo es en ese sentido. Los primitivistas, que de una cierta manera reconocen bien este proceso moderno de artificialización, lo aplican a continuación, con un reduccionismo típico de la época, al conjunto del proceso de humanización. Su rechazo les lleva a condenar la misma relación del hombre con la naturaleza, su necesidad vital de apropiarse de ella. No son las formas de apropiación lo que se condena, sino la misma apropiación, que es el terreno constitutivo del hombre. Se puede comprobar entonces que el primitivismo se deja arrastrar por su disgusto del hombre contemporáneo, y cae de lleno en un anti-humanismo. Nunca nos opondremos demasiado a esta perspectiva. Coincidimos plenamente con Jaime Semprun, que al precisar la tarea crítica del presente, afirma: «Este juicio [del conjunto de los medios técnicos desarrollados] nos reconduce ciertamente a una concepción de la vida que se desea llevar, pero esta concepción no es en absoluto abstracta o arbitraria: descansa sobre una consciencia lúcidamente histórica del proceso contradictorio de la civilización, de la humanización parcial que ha permitido realizar, y que alcanza su límite con la ruptura antropológica en marcha. No se trata de una “vuelta hacia atrás”, sino de reapropiarse de las fuerzas vitales de la humanidad destruyendo la maquinaria que las paraliza»{12}.

El primitivismo como ideología. Dominación y domesticación.

La cuestión más grave en torno al primitivismo es que, en su sesgo más explícito, es la otra cara del discurso tecnológico y ultraprogresista del presente. Ambos obedecen a los mismos planteamientos anti-históricos. La civilización hiperindustrial engendra tanto el entusiasmo tecnófilo como la búsqueda del salvajismo primitivo. Las dos utopías, dramáticamente enfrentadas, se encuentran en los polos de una sociedad que quiere evitar a toda costa que el pensamiento crítico escape de la tumba de banalidades al uso.

Es evidente que el primitivismo al diseñarse una utopía ficticia y radical donde se rechaza todo lo que es eminentemente histórico, se asegura de que no tendrá que mover un dedo para hacer nada durante los próximos cincuenta años.

Desde luego, el dogma primitivista es pronto dejado a un lado, y el primitivista hace cosas. Intenta practicar el asociacionismo, el comunalismo, la acción directa, el boicot, el activismo y la propaganda (llegado el caso, el sabotaje). De acuerdo. Pero justamente al entrar en la realidad de esas prácticas, con todos sus aspectos organizativos y mediadores, el primitivista se aleja tanto más de la ortodoxia primitivista. Preparar una comida en común o elaborar una publicación primitivista son tareas eminentemente civilizadas, incluso si esto no dice nada sobre la calidad de ambas.

Lo que lleva al primitivismo a un callejón sin salida es que la limitación de sus objetivos y realizaciones está unida a su confusión teórica y a su pereza para hacer inteligibles las nociones que maneja. Al tomar como dogmas fundamentales lo que no son sino cuestiones secundarias, el movimiento primitivista -si se puede llamar así queda reducido a una extravagancia propia de la edad estudiantil. El rechazo válido que podría tener en cuanto al mundo capitalista industrial, queda reducido a una moda ultrarradical que, por anti-histórica, es justamente todo lo contrario de una verdadera crítica radical.

Cierta literatura primitivista anti-civilización ha propiciado un debate en torno a la cuestión de la dominación como domesticación, buscando en el estado salvaje las raíces cortadas de nuestra libertad. Pero una vez puesta la cuestión en ese extremo, se anuncia entonces la desaparición de todo lo que hace lo humano comprensible: el viaje hacia el estado salvaje no tiene fin, se hunde en lo albores unicelulares de la especie. Una vez condenados, por los primitivistas, los períodos prehistóricos en tanto que excesivamente técnicos, culturalizantes, domesticadores o civilizatorios, es decir, inarmónicos con la Naturaleza, ¿por qué no regresar a la noche de la vida primigenia? Este primitivismo queda reducido a un biologismo militante: la conciencia, individual o colectiva, es el enemigo.

El punto culminante de las contradicciones primitivistas se produce cuando se quiere seguir ciegamente la Naturaleza, sin interferirla, y a la vez se plantea esta tarea desde una convicción moral, lo que es exterior a la Naturaleza. Pero el deseo de ciertos primitivistas de no interferir sobre la vida natural, salvaje, ¿dónde encontrará un límite? Unos dirán que es mejor renunciar a la caza, otros dirán que aceptan la caza, pero no la domesticación, algunos otros rechazarán el arte culinario e incluso la protoagricultura, los más radicales soñarán con fundirse finalmente con los ruidos nocturnos de la selva. Pues una vez establecido el dogma de un ecosistema intacto de toda modificación técnica, los límites entre naturaleza humana y no humana se diluyen: la conciencia humana se gestó a partir de transformaciones técnicas, estéticas y morales, todas ellas ligadas entre sí, en cierto modo inseparables.

La domesticación de otras especies es, desde luego, una técnica que separa a la humanidad y a las especies así domesticadas de las rutinas salvajes de supervivencia. Lo hemos visto en el caso de la agricultura.

«El uso de una brida en caballos, como la visible en el grabado de La Marche, implica que la gente o bien los montaba o bien los empleaba para tracción. “Ninguna de estas posibilidades me parece particularmente asombrosa en este período, hace unos 14.000 o 15.000 años”, dice Paul Bahn[20]. “La gente del Paleolítico superior poseía exactamente la misma inteligencia que nosotros. Es de suponer que hubieran caído en la cuenta de que con los caballos podían hacer algo más que simplemente tirarles una lanza cuando tenían hambre.” Podemos hacer conjeturas acerca de cómo la gente de la glaciación se sirvió de los caballos arreados. La estampa de que galoparán por las praderas heladas de Europa quizá choque con las ideas preconcebidas de los arqueólogos sobre la vida durante este período, pero bien podría ser correcta.»{13}

La domesticación de otras especies animales se remonta a las primeras edades de la humanidad. No es, pues, una secuela de la civilización, es una técnica arcaica como los instrumentos de piedra y la recolección. Si la domesticación de animales es un signo de dominación, entonces toda vida humana histórica está basada en alguna forma de dominación, lo que no podemos aceptar como presupuesto válido. Si en la vida histórica de los pueblos se ha impuesto, por desgracia, la tendencia de la dominación, habrá que buscar sus orígenes en una derrota real de las comunidades para aprender a autoorganizarse de una forma duradera en consonancia con su entorno, y en el desprecio de todo poder. Pero contra el prejuicio primitivista que niega la legitimidad de la domesticación de otras especies, poco se puede oponer, pues encontramos ahí otra superstición ininteligible de la conciencia moderna. El deseo de dejar intacta la naturaleza no humana procede de una desesperación muy humana que hay que superar.

Conclusiones

Las preocupaciones de los primitivistas por la liberación animal, la permacultura, el crudismo, el veganismo, etc., caen por idéntica razón dentro de la misma esfera de fenómenos interpretados pobremente. Es normal que por simple higiene moral practiquemos en la medida de lo posible el boicot a los productos industriales. Es normal que rechacemos el consumo de carne en las condiciones de horror en las que hoy se crían los animales. Es normal que practiquemos una dieta fundamentalmente vegetal, dado el expolio que supone la producción de carne para las pequeñas economías campesinas de todo el mundo -y los suelos y acuíferos. La «decencia común» como diría Orwell[21] nos llama a mostrar nuestro rechazo más frontal ante las crueldades a las que se someten a los animales en el mundo de hoy, así como al saqueo brutal al que se somete toda vida en el mundo del capitalismo industrial. La preocupación por los hábitos de consumo son [sic] un primer paso hoy para activar la conciencia de lucha{14}. Dicho esto, volvemos a insistir en que más allá de estas sencillas verdades empieza un terreno de conjeturas y vaguedades que ha hecho del anarcoprimitivismo una corriente caricaturesca.

Es en ese sentido que hablamos del primitivismo como una ideología hecha de confusas certezas y de semi-verdades, lo que constituye hoy un obstáculo importante para que sus propios participantes puedan aclararse sobre las causas que defienden.

Los errores del primitivismo engordan además con las peores secuelas del nihilismo contemporáneo, lo que a veces presenta al primitivismo como una ideología más de la impotencia. Nos referimos a sus propuestas hedonistas o pretendidamente subversivas (de ahí a veces la reivindicación vaneigemista del placer o el rechazo ultraizquierdista del trabajo) que lo incorporan al más radical conformismo.

La propaganda prirnitivista liga la búsqueda de la libertad al rechazo de una civilización que habría domesticado al animal humano, imponiéndole todo tipo de restricciones. ¿Hasta cuando [sic] vamos a tener que seguir escuchando estas simplezas? La dicha de convivir con otros, la relación directa con las cosas naturales -incluida nuestra propia humana naturaleza- el esfuerzo de crear algo, de construir en común y en libre diálogo crítico, la búsqueda de un cierto saber empírico, la resistencia al Poder..., todo ello creció y se desarrolló en el alma humana, individual y colectiva, a través de siglos y siglos de construcción y lucha histórica. No tiene sentido ir a buscar estos valores, en su estado puro, en una insospechada época prehistórica.

Rechazamos ese aspecto curil del anarcoprimitivismo que nos predica una cierta idea de la sexualidad, del placer y del ocio. Sabemos ya como esta época del consumo rápido eyaculante nos quiere convertir en insaciables buscadores de placeres y ocios, en perezosos incapaces de tejer un poco de lana, andar diez o doce kilómetros, cortar leña o leer un libro, esperando que todo lo resuelvan las máquinas y los ordenadores. Si el anarcoprimitivismo quiere simplificar nuestras vidas hasta el punto de que nos convirtamos en manadas dispersas que pasan su tiempo recorriendo su territorio y comiendo frutos silvestres, liberados de toda carga, entonces su utopía no es ni de lejos nuestra utopía.

Esta libertad sin contenidos que nos proponen los primitivistas sólo puede seducir a los que, por comodidad, se niegan a pasar a la acción de construir proyectos sólidos, cooperativos, que plantearían esencialmente un problema al Poder. La cultura del Poder se ha impuesto justamente a través de la destrucción de todas las vías de una autonomía material que antaño estaban aún próximas a la vida de los pueblos. La autonomía material se reproducía, socialmente, en la autoorganización, en la asociación y en el apoyo mutuo. Se sabe cómo amplias formas de comunalismo existieron durante algunos períodos de la historia en algunas zonas de la península. Estas formas de comunidad no deben ser modelos, estrictu sensu, para nosotros, pero sí nos ofrecen pistas de cómo se podrían idear proyectos sociales en el futuro. De hecho, algunas corrientes anarquistas tuvieron muy en cuenta la experiencia de estas comunidades{15}.

Pero en cualquier caso, para que estas propuestas pudieran tener alguna efectividad los primitivistas deberían desembarazarse de una idea reduccionista de la naturaleza como estado salvaje, puro, entorno por el que el ser humano debe pasar sin dejar huella alguna. Al hilo de esta cuestión hay que recordar la insistencia del biólogo Richard Lewontin sobre el mito de un medio separado e independiente de los organismos que lo pueblan, cuando la realidad es más bien la de una entidad total, íntegra, fruto de una acción mutua y constante de ambos, sin que esto, claro está, sirva para dar razones a los industrialistas, que para ocultar los desmanes ya efectuados por el capitalismo industrial se niegan a distinguir naturaleza de acción humana. Frente a ellos, diremos que nos interesa discernir que si el medio natural que rodea los asentamientos humanos es producto humano, esto no nos hará olvidar el efecto sobre el medio causado por la desmesura industrial, que ha suplantado brutalmente ya toda naturaleza y toda vida social. Frente a todo lo que se pueda pensar, los Amigos de Ludd creemos que el anarcoprimitivismo es un síntoma de que el viejo movimiento revolucionario quiere encamarse en otras formas de contestación, que los viejos paradigmas progresistas han caducado, que el discurso tecnológico empieza a ser cuestionado a muchos niveles, que la causa de la libertad pone en cuestión los dogmas del economicismo y la seguridad, así como los considerados progresos materiales de esta época suicida. El contenido de esta carta dice muy poco de las esperanzas que nos podamos hacer en cuanto a las posibilidades de esta corriente, pero confiando en que algunos de sus elementos más lúcidos puedan responder a nuestras críticas, esperamos que su redacción haya servido para algo.

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La millonaria había contratado por medio de una agencia, para su cacería, indios de verdad, ocasión que aprovechó Mac Parrish para presentarse en las Rocosas.

-Ya sabes que tienes que hablar en indio- advirtió Mac al otro, que, aunque tal, tenía coche y televisión.



Crítica a “Carta Abierta a los Primitivistas”

Por Último

REDUCTO. [Adaptación del artículo “Carta Abierta a ‘Los Amigos de Ludd’ y Similares’ enviado a Los Amigos de Ludd el 22-4-05].

“Para que un movimiento revolucionario

tenga éxito tiene que ser extremista [...] Si alguien asume la postura de que ciertos aspectos de la civilización deben salvaguardarse, por ejemplo los logros culturales hasta el siglo XVII, entonces se verá tentado a realizar concesiones cuando se trate de eliminar el sistema tecnoindustrial con el posible o probable resultado de no lograr en absoluto eliminar el sistema. Si el sistema se derrumba ¿qué les ocurrirá a los museos de arte con todas sus pinturas y esculturas de incalculable valor? ¿O a las grandes bibliotecas con sus inmensos almacenes de libros? ¿Quién se preocupará de las obras de arte y los libros cuando no haya organizaciones lo suficientemente grandes y ricas para dar trabajo a restauradores y bibliotecarios, así como a policías para impedir el saqueo y el vandalismo? ¿Y qué pasará con el sistema educativo? Sin un sistema educativo organizado, los niños crecerán incultos y quizás analfabetos. Evidentemente, cualquiera que sienta que es importante preservar los logros culturales humanos hasta el siglo XVII, será muy reacio a aceptar un derrumbe completo del sistema, por lo tanto buscará una solución de compromiso y no tomará las medidas francamente extremas que son necesarias para asestarle a nuestra sociedad un golpe que la desvíe de su rumbo actual de desarrollo, rumbo que viene determinado tecnológicamente. Por tanto, sólo pueden ser revolucionarios eficaces aquellos que estén dispuestos a prescindir de los logros de la civilización.”{16}

Tras leer el artículo titulado “Carta Abierta a los Primitivistas’ aparecido en el n°7 de Los Amigos de Ludd, es preciso matizar ciertas cuestiones, así como plantear algunas otras:

  • Para empezar, ¿a quién se refieren Los Amigos de Ludd (L.A.L. en adelante) cuando usan el término “primitivista’? Porque dan al menos dos ideas diferentes, y no necesariamente compatibles, de lo que entienden ellos por “anarcoprimitivismo” o “primitivismo”.

Comienzan diciendo que anarcoprimitivista, según ellos, es todo aquel que “partiendo de posiciones claramente anarquistas ha llegado a situarse en la órbita de la crítica de la civilización occidental, moderna, e industrial, y que rechaza por tanto la cultura y la forma de vida engendradas por dicha civilización, a la vez que basa su búsqueda de libertad y de autonomía en una relación más directa con la naturaleza entendida como estado salvaje [...] Una nueva forma de anarquismo ligada al rechazo de la civilización industrial no sólo en tanto que industrial sino en tanto que ‘civilización’ [...] Rechazo explícito de una generación de anarquistas no sólo ante las viejas formas de dominación política y económica, sino también hacia las formas de vida de la civilización tecnológica, a su alejamiento de la naturaleza y a su artificialización en todos los sentidos’.

La verdad, muchos quizá podríamos sentirnos cercanos a esta definición del anarcoprimitivismo (aunque con “ligeros” matices{17}), pero es que esta acepción del anarcoprimitivismo no es la única que aparece en dicho artículo.

En la nota de pie de página 4, dicen:

“Cuando nosotros hablamos entonces de primitivistas, nos referimos sobre todo a [los] seguidores improvisados en España [de John Zerzan].” [Cursiva de Último Reducto].

¿Qué quiere decir ese “sobre todo’? Dado que el resto del texto está lleno de afirmaciones referentes a los

“anarcoprimitivistas”, a secas, ese “sobre todo’ no aclara en absoluto a qué

“anarcoprimitivistas” se refieren en cada caso en el resto de su artículo.

De momento observemos que llevamos leídas dos concepciones diferentes, explícitamente expresadas, de lo que es ser anarcoprimitivista según L.A.L., y ambas no son necesariamente compatibles (no todos los “anarquistas” contrarios a la Civilización son seguidores de Zerzan).

  • Antes de pasar al tema siguiente y continuar con la crítica de la crítica de L.A.L. es preciso realizar una matización acerca de un asunto que ni L.A.L. y sus correligionarios ni tampoco la mayoría de los críticos de la Civilización suelen tener en cuenta: lo “primitivo”, en sí, es algo mucho más amplio que la mera caza- recolección nómada a pie. “Primitivo” significa convencionalmente “muy antiguo”, “cercano al origen” meramente. En esta indefinida definición caben desde las bandas de Homo habilis hasta las primeras civilizaciones inmediatamente anteriores a la invención de la escritura, así como todas las demás sociedades no civilizadas de la Historia y Prehistoria (incluso de la actualidad o del pasado reciente). En el concepto de “primitivo” caben pequeñas bandas de cazadores- recolectores nómadas a pie, sociedades cazadoras-recolectoras sedentarias, sociedades cazadoras-recolectoras nómadas a caballo (que, por cierto, son bastante “modernas”), sociedades agrícolas de pequeñas aldeas, sociedades pastoriles nómadas, sociedades agrícolas civilizadas sin escritura, etc. De modo que cuando alguien simplemente se autodenomina “primitivista”, y también cuando meramente se llama “primitivistas” a otros, en realidad no se está diciendo nada en concreto, más allá de referirse vagamente a tomar como referencia a las sociedades sin escritura (sin registro histórico), en general.

Esta es otra buena razón para preguntarse qué significa realmente “primitivismo” (tanto cuando lo usan algunos críticos de la Civilización para autodenominarse, como cuando lo usan los críticos de esos críticos para denominarlos) y si es un término realmente afortunado. Último Reducto (U.R. en adelante) lo duda mucho. No todos los que consideramos malos{18} el Sistema de Dominación{19}, la Civilización, y la sociedad tecnoindustrial, consideramos adecuado el término “primitivista” para denominarnos, a nosotros mismos ni a nuestras ideas.

  • Es de reseñar algo que aparece al principio del artículo. L.A.L. haciendo ostentoso alarde de su acervo cultural y “rigor” histórico nos desvelan los supuestos “abuelos” ideológicos del anarcoprimitivismo. Que si el “anarconaturismo”, que si el “anarcocomunalismo”, que si el “socialismo utópico”, que si los “hippies” “contraculturales” estadounidenses de los años sesenta, que si la “ecología profunda”, que si el “milenarismo” y las sectas esotéricas cristianas, que si ciertas publicaciones anglosajonas, que si el “Black Block” antiglobalizador... Y además, nos recomiendan la lectura del insulso panfleto Primitivismo e Historia de Miguel Amorós, para que nos contagiemos con la sapiencia de este eximio intelectualillo de izquierdas acerca de la presunta genealogía filosófica, de los orígenes teóricos y de la herencia ideológica del primitivismo.

Sin embargo, la idealización de épocas pasadas en general, y de las sociedades primitivas en particular, no es algo de ayer por la tarde. El primitivismo (entendido como idealización de las sociedades precivilizadas) es una tendencia que se remonta a la antigüedad clásica, pasando por el humanismo renacentista. Y, más concretamente, el anarcoprimitivismo moderno tiene también otros precedentes no tan antiguos, que L.A.L. han “olvidado” mencionar.

Además, con frecuencia, los precedentes de una corriente no son necesariamente también sus fuentes. Las ideas propias no siempre proceden de ideas ajenas, aunque unas y otras muestren coincidencias.

Por tanto, L.A.L. demuestran tener una visión excesivamente reduccionista e inadecuada de los verdaderos procesos de aparición y desarrollo de las corrientes ideológicas y culturales. Toda lista de presuntos ancestros ideológicos peca de incompleta, y en la mayoría de los casos suele ofrecer un retrato y explicación bastante pobres de la genealogía ideológica y del desarrollo reales de las corrientes a que se refiere.

Y para rematar la faena, algunos de los presuntos ancestros ideológicos que tan “evidentemente” ven y endilgan L.A.L. a las críticas de la Civilización, a algunos individuos contrarios a la Civilización nos resultan completamente ajenos o indiferentes. E incluso a veces nos repelen, como es el caso del anarconaturismo, el anarcocomunalismo, el socialismo (utópico o no), el luddismo inglés de principios de la era industrial moderna, el hippismo de los años sesenta (y de ahora, que aún no ha acabado, por desgracia), la mayoría de los contenidos de las publicaciones anglosajonas anarcoprimitivistas (y no digamos ya de las no anglosajonas), la lucha antiglobalización, Marcuse, Vaneigem, Zerzan, las herejías cristianas históricas, etc. Por no hablar de la pedante actitud intelectualoide y pseudoerudita de quienes tratan de relacionarnos genealógicamente con todos ellos.

  • Dicho esto, continuemos con la crítica de la crítica de L.A.L. Siguiendo el texto, vemos que L.A.L. preguntan:

“Cuando los primitivistas se oponen a la ‘civilización’, ¿a qué se refieren exactamente? ¿A la civilización occidental contemporánea? ¿A la forma de vida urbana, tecnificada, y dotada de una organización política estatal, jerarquizada, de la que dan ejemplo otras civilizaciones históricas? ¿O, más aún, al llamado ‘proceso de civilización’? Pero, también, un cierto primitivismo identifica ‘civilización’ con cultura, sin acabar de caracterizar esta última’. Bien, parece que esta vez L.A.L. han afinado un poquito más y hablan sólo de “un cierto primitivismo’, en lugar de “el primitivismo’ en general. Por desgracia, el buen tino les va a durar muy poco, pues en el párrafo siguiente vuelven a las generalizaciones injustificadas: “Es evidente que los primitivistas se oponen más o menos a todas las categorías de civilización que hemos citado, confundiéndolas todas sin empacho...’.

Habló Blas, punto redondo.

De nuevo hay que preguntar: ¿qué “primitivistas”? Y de nuevo, L.A.L. prefieren pasar por alto el hecho (bien conocido por ellos) de que algunos críticos radicales de la Civilización están en contra de cualquier forma de vida “urbana” y “estatal”{20}, “tecnificada” o no{21}, (que es más o menos lo que dichos críticos suelen entender por “civilización”), pero no de la cultura (entendida como transmisión de información -técnicas, conocimientos, ideas, etc.- de una generación a otra dentro de un grupo humano, o entre grupos humanos - difusión-).

En cuanto a lo que llaman “proceso de civilización’, no habría estado nada mal que L.A.L. hubiesen aclarado el significado que ellos asignan a dicha expresión. Pero, como en el caso de “occidental”, “anarquista” y de otros muchos de los términos que usan, no han creído oportuno hacerlo.

L.A.L. dicen que los

“anarcoprimitivistas” confunden sin empacho todas las presuntas categorías de Civilización a que ellos se refieren. Probablemente muchos presuntos críticos de la Civilización lo hacen, pero, como ya se ha dicho, no todos. Y es más, L.A.L. mismos también confunden estas categorías, así como otras referentes a otros conceptos, como se irá viendo a lo largo de este artículo.

  • Sugerir, como hacen L.A.L., que los valores y principios contrarios a la

Civilización y favorables a la Naturaleza salvaje son siempre el resultado de “la literatura y el cine más banal de todo el siglo XX” sí que es una banalidad.

Eso sin entrar en tertulias artísticas, porque habría que ver a qué llaman banal y a qué serio y profundo

L.A.L.

  • L.A.L. dicen que el “primitivismo” se enfrenta (y fracasa en el intento) a dos problemas: documentar sus discursos con ejemplos reales de culturas primitivas “primitivistamente correctas” y demostrar que toda civilización es “ nociva y autoritaria”.

Y de nuevo vuelven a la carga con Zerzan y su fracaso a la hora de documentar sus teorías. Pero no todos los críticos radicales de la Civilización son

Zerzan, ni siquiera “Amigos de Zerzan”. Sería realmente un hito histórico que

Zerzan lograse documentar con ejemplos veraces de sociedades primitivas reales sus absurdas ideas y fantasías. El conjunto del saber antropológico acumulado hasta la fecha se vendría abajo, junto con algunos otros saberes de varias otras ciencias, incluidas la física o la biología, por la sencilla razón de que lo que Zerzan plantea como realidades y verdades jamás existió, ni existe, ni podrá existir. Los primitivos cazadores-recolectores feministas, pacifistas, vegetarianos, y en definitiva, “políticamente correctos’, progres e izquierdistas{22}, así como la Naturaleza salvaje cómoda, dulce, maternal y armoniosa, que nos trata de vender son un mito tan grande como el de los hombrecillos verdes procedentes de Saturno.

Sin embargo, si, al contrario que Zerzan y otros alucinados, observamos con realismo objetivo y sentido crítico lo que se conoce de las culturas primitivas en general, y de las cazadoras-recolectoras nómadas en particular, y tomamos como valores la verdadera libertad humana (autonomía personal para satisfacer las necesidades y tendencias naturales humanas) y la autonomía de la Naturaleza salvaje{23}, veremos que (a pesar de sus defectos, que los tienen y muchos; aunque éstos no siempre coincidan precisamente con lo que los izquierdistas -anarcoprimitivistas o no- considerarían defectos) las culturas primitivas no civilizadas están, por lo general, más cerca de vivir de acuerdo con esos valores de lo que lo están las culturas civilizadas, y no digamos ya la sociedad tecnoindustrial. Aunque sólo sea porque las sociedades primitivas carecen de capacidad tecnológica y demográfica para contravenirlos tanto como otras sociedades más desarrolladas. Esto es algo que está sobradamente documentado por la antropología.

Dicen L.A.L. que los “primitivistas” han fracasado también a la hora de demostrar que toda civilización es “nociva y autoritaria”. Sin embargo, los propios Amigos de Ludd reconocen que “si entendemos civilización como movimiento histórico muy amplio vinculado a grandes culturas comerciantes y marítimas, grandes comunidades religiosas, demarcaciones territoriales inmensas ocupadas por pueblos unidos por el poder y la lengua, etc., veremos efectivamente un mapa de la opresión política y social, veremos la discriminación, la explotación e incluso el genocidio [...] no ha habido cultura histórica que no se haya levantado sobre algún tipo de dominación y de violencia” [cursiva de U.R.]. ¿En qué quedamos? ¿Está demostrado o no?

Precisamente, como ya se ha dicho más arriba, la “civilización” a que algunos nos referimos, si bien con una terminología y algún que otro matiz diferentes,{24} viene a ser más o menos eso que ellos mencionan en este fragmento.{25} Y el resto de lo que L.A.L. llaman civilización son simplemente otras cosas, las cuales otros denominan con otros nombres (“cultura” y “desarrollo” - ¿”proceso civilizatorio” ? -, fundamentalmen-te).

Puede que L.A.L. prefieran usar el término “civilización” con otro sentido. Sería totalmente legítimo, si lo hiciesen definiendo previa y explícitamente qué entienden ellos por civilización en cada caso. Pero no lo hacen. De hecho, al igual que esos anarcoprimitivistas a quienes critican, mezclan sin empacho a lo largo de su artículo diversas posibles acepciones de dicho término sin pararse a diferenciarlas.

  • En relación con una de las acepciones de “civilización” más usadas por L.A.L. (la que hace referencia al indefinido “proceso de civilización’), dicen:

“Toda mitología libera y reprime, todo arte es documento de gozo y horror, toda adaptación abre una puerta y a la vez restringe, y el mismo pensamiento simbólico, con su peligroso poder de abstracción, abre la realidad en un sentido de renuncia a la experiencia concreta de las sensaciones y su diversidad profunda. El proceso de civilización [?] encierra períodos de construcción y destrucción histórica del mundo, de la ascensión y caída de diferentes estructuras de Poder, de transformaciones de la geografía física, a veces en una dirección fatal. Pero también encierra la construcción intelectual, moral, filosófica y estética de la consciencia humana. Esa construcción, como se sabe, está ampliamente documentada [?!].” [Los signos de interrogación y admiración son obra de U.R.].

L.A.L. no deberían pretender seriamente que nos traguemos ruedas de molino aderezadas como contradicciones dialécticas. Porque, aun dando por buena la más que discutible visión dialéctica de la Realidad que L.A.L. y compañía abanderan, tan lógico sería extraer de ese fragmento que las presuntas construcciones, “liberaciones”, simbolizaciones, etc., resultantes de ese “proceso de civilización” siempre son mayores y mejores, que la destrucción, la alienación, la represión, etc., acarreadas por él, como lo contrario. La dialéctica puede desconcertar o encandilar a quienes no tienen valores claros o piensan que éstos son siempre relativos; pero no sirve para que, quienes valoran más lo que se ha perdido con la Civilización que lo que se ha ganado con ella, cambien de opinión.

Y, por cierto, cuando L.A.L. dicen: que “el proceso de civilización encierra períodos de construcción y destrucción histórica del mundo, de la ascensión y caída de diferentes estructuras de Poder’, tienen mucho cuidado de no señalar que, por lo general, al menos a lo largo de la historia de la sociedad industrial y sus sociedades predecesoras desde la prehistoria, cada “destrucción del mundo’ solía preparar el terreno para la construcción de mundos artificiales cada vez mayores y más complejos a costa de lo no artificial, incluida la naturaleza humana; que cada caída de las

“estructuras de Poder’, solía implicar la consiguiente construcción de otras aun mayores. Aunque para esa expansión el Sistema se haya servido a veces de pequeños retrocesos concretos y puntuales. Que unos valoren este proceso como algo bueno y otros como algo malo, dependerá de los valores que tomen como referencia. Si se está realmente en contra de la injerencia de las sociedades y organizaciones de gran tamaño en la autorregulación del funcionamiento de, entre otras cosas, los ecosistemas, los pequeños grupos y los individuos, evidentemente se verá este “proceso de civilización’ como algo malo. Desde esta perspectiva, en lo referente al desarrollo de la Civilización, no es que no haya “mal que por bien no venga’, sino que “no hay bien que por mal no venga’; que todo presunto bien obtenido con el proceso civilizatorio que L.A.L. citan encierra un mal y, que cuando ese mal parece desaparecer y ser sustituido por otro “bien”, el mal que este nuevo “bien” encierra es aun peor que el mal desaparecido . Y si este proceso se valora como algo bueno, o no tan malo, es o bien porque se defiende ese “Poder” a que hacen referencia L.A.L., o bien porque realmente no se tiene demasiado claro si se está a favor o en contra de dicho “Poder”. Es cuestión de valores. O de falta de ellos.

Además, ya en un plano más concreto, L.A.L. “olvidan” explicar cómo “liberan” todos los mitos. Aun siendo benevolentes y pensando que L.A.L. se han dejado llevar por la euforia y han usado la palabra “todos” en lugar de “algunos” o “muchos”, han “olvidado” explicarnos cuáles son tales mitos “liberadores”. Del mismo modo, no queda nada claro qué significan para ellos términos como “gozo” y “horror” tan manoseados por ciertas corrientes hedonistas artístico-intelectuales

(pos)modernas. Y, ¿qué pretenden dar a entender con que toda adaptación abre una puerta y a la vez restringe’? ¿A qué tipo de adaptación, de puerta y de restricción se refieren? No lo explican. Sin embargo, no es lo mismo adaptarse a unas condiciones de vida con las que la propia especie lleva interactuando miles y miles de años que adaptarse a un entorno sociocultural y físico ajeno a las propias capacidades, tendencias y necesidades naturales humanas reales (y la Civilización entraña siempre, en mayor o menor medida, entornos y modos de vida antinaturales).

Y por si esto fuera poco, aunque según L.A.L. ese “proceso de civilización’ dialéctico a que se refieren tanto construye como destruye, mientras que nos hablan de que ese misterioso proceso encierra la “construcción intelectual, moral, filosófica y estética de la consciencia humana’, callan en lo que respecta a la contrapartida destructiva que, según ellos mismos, ha de haber por fuerza. ¿Cuál es la faceta humana, el valor, la capacidad, la característica (o características) propios de nuestra especie cuya destrucción lleva emparejada esa presunta construcción de la consciencia humana mediante la Civilización? De nuevo se les ha “olvidado” citarlos. Si esa presunta construcción de la consciencia humana está tan

“documentada” como dicen, también habrá de estarlo la consiguiente destrucción.

Por otro lado, si según L.A.L., no hay mal que por bien no venga, ¿de qué se quejan? La sociedad tecnoindustrial no sólo destruye la Naturaleza salvaje y esclaviza y degrada a los seres humanos, también facilita herramientas modernas muy eficaces en esa “construcción intelectual, moral, filosófica y estética de la consciencia humana” (y de la probable futura consciencia de ciertas máquinas y sistemas artificiales, por desgracia). Y no olvidemos que también aporta avances médicos, bienestar físico, movilidad, facilidad de “comunicación” entre individuos y grupos lejanos, etc. ¿Por qué L.A.L. dejan de aplicar la visión dialéctica de opuestos complementarios y de tratar de justificar lo injustificable sólo en lo que respecta a la sociedad tecnoindustrial?

Por cierto, la “consciencia humana”, sea lo que sea a lo que L.A.L. se refieren con este término, está construida, por definición, desde que surgió nuestra especie (o probablemente antes; no somos los primeros humanos -tampoco somos los únicos y primeros seres con consciencia-). Mucho antes de la Civilización ya existía “consciencia humana”, incluso si por tal se entiende “arte”, “lenguaje” o cualquier otra de las sofisticaciones “espirituales” que los intelectuales suelen exaltar como

“elevadas”, “superiores”, “sublimes”,

“nobles”, etc., respecto a otros rasgos más prosaicos.

Y lo mismo cabe decir acerca del ,pensamiento simbólico” y del “poder de abstracción”. Abstraer y simbolizar son capacidades intelectuales humanas

naturales, no un “logro” de la Civilización.

Y cuando hablan de la “construcción moral” aportada por la Civilización, ¿a qué moral y a qué valores se refieren L.A.L.? Creer que la Civilización ha aportado algo positivo en cuanto a moral se refiere es no tener ni idea de qué es realmente la moral civilizada y de para qué sirve en la Civilización. O lo que es lo mismo, no cuestionar realmente los valores del Sistema (que muchos interiorizan y toman como referencia acríticamente dando por supuesto incluso que son la única moral posible). Porque esto es precisamente la moral civilizada, los cacareados avances morales de la Civilización: un engaño, un mecanismo ideológico y psicológico de mantenimiento y desarrollo del Sistema de Dominación. La filosofía moral en la Civilización se ha dedicado, normalmente, a avanzar en el sentido que al Sistema le resultaba más útil en cada momento. Su función verdadera, por lo general, ha sido mantener la cohesión y el funcionamiento óptimo del Sistema y favorecer así su desarrollo (ayudada en gran medida, y a menudo de forma desinteresada, por panolis que, asumiendo y defendiendo los valores de dicha moral civilizada y cantando sus alabanzas, creían estar haciendo el “bien” a la humanidad o incluso al Mundo). Sin embargo, esa sofisticación moral ha resultado desastrosa en lo que a las verdaderas libertad y dignidad humanas individuales se refiere (autonomía para satisfacer las propias necesidades y tendencias naturales y noción positiva de la propia valía, respectivamente). Dicha moralidad civilizada ha aportado muchas ventajas para el desarrollo de los sistemas sociales, así como quizá ventajas individuales en lo referente a cierto grado de bienestar, comodidad y seguridad físicos, consumo, etc., (aunque estas

últimas, las individuales, serían incluso más que discutibles en muchos casos), pero aumento de libertad (en el sentido del término señalado más arriba; no en el sentido metafísico humanista{26} de emanciparse de los condicionamientos naturales’ ni cosas similares como el “libre albedrío’ o voluntad absoluta, independiente de las circunstancias) y dignidad (también en el sentido señalado), ninguno en absoluto, sino más bien una clara pérdida (y con esto U.R. no pretende dar a entender que en las sociedades no civilizadas siempre atasen los perros con longanizas en lo referente a la libertad y la dignidad individuales). A medida que las civilizaciones se iban expandiendo y complicando físicamente, también lo hacían en lo moral, pero no para “elevar la consciencia humana’, y menos aún para aumentar el grado de libertad y dignidad de los individuos, sino como mecanismos ideológicos y psicológicos cuya función era permitir y facilitar el mantenimiento y desarrollo de esas propias civilizaciones, amoldando a los individuos a unas condiciones crecientemente antinaturales. Ése es el engaño, hacernos creer que lo que beneficia a la Civilización y su desarrollo, y realmente nos resta autonomía (libertad) y valor como seres humanos (dignidad), es sin embargo una “mejora moral’, una “elevación” sobre el resto de los seres, una “liberación”, o una suerte de no se sabe qué tipo de “realización”.

En cuanto al progreso en la estética en particular, realmente U.R. no ve que quepa valorarlo como un avance. La verdad, si pensamos en toda la destrucción y la dominación que han supuesto las civilizaciones a lo largo de la historia, tratar de justificarlas o relativizar lo dañino de sus efectos en base a que sus obras han sido cada vez más “bonitas” (aun en el supuesto de que objetivamente lo fuesen; que ya se sabe que esto de la estética es, en gran medida, subjetivo) es una banalidad propia de civilizados acomodados que se aburren y buscan en el “Arte” algo que les llene y les entretenga evadiéndoles de su tediosa y placentera (aunque claramente insatisfactoria) vida resuelta. U.R. no dice que L.A.L. se ajusten necesariamente a este perfil, pero sí que parece que se han creído las memeces que los artistillas, los “entendidos” y similares idiotas sofisticados usan para justificar sus actividades sustitutivas de la vida real y plena y de la Realidad física y objetiva. Viendo el grado de alienación que suele llevar consigo buena parte del arte (en especial el más moderno), a menudo más que un avance parece una degeneración.{27}

¿Que aun así se han producido ciertos avances en unos pocos campos del saber, como puede ser el caso de ciertos conocimientos científicos acumulativos, que quizá en ocasiones resultan inocuos? Aun aceptando que así haya sido a veces, ¿merecen la pena tantos siglos de esclavitud, sometimiento y destrucción de lo salvaje (incluida la naturaleza humana) para lograr esas construcciones intelectuales? ¿Son dichos avances en el saber lo suficientemente valiosos como para ser antepuestos a la libertad verdadera, la dignidad humana real y la autonomía de la Naturaleza salvaje? U.R. considera que no.

Y, ¿cómo pretenden L.A.L. y similares salvar dichos “logros” y a la vez eliminar los aspectos negativos de la Civilización que, según ellos mismos, inevitablemente llevan emparejados? Si realmente desean acabar con la sociedad tecnoindustrial, ¿cómo pretenden asegurar, de un modo eficaz y realista, la supervivencia de esos “logros” civilizados que tanto valoran, sin mantener o reproducir ningún tipo de Sistema de Dominación, industrial o no? No lo dicen.

Por otro lado, todo eso de la “construcción de la consciencia humana”, así como otros tópicos habituales en los discursos de L.A.L. y gentes similares, como la defensa del “proceso de civilización”, del “proceso de humanización”, del “proyecto de emancipación humana”, etc., no son más que conceptos irremediablemente progresistas{28}; idea de “mejora” moral, intelectual, filosófica, estética, espiritual... quizá progreso inmaterial, pero progreso se mire por donde se mire. Y el progreso, sea del tipo que sea y se le llame como se le llame, es sencillamente una justificación teórica fraudulenta del proceso de desarrollo de los sistemas sociales. En el caso del progreso moral, o mejora “espiritual” del hombre, jamás ha existido tal cosa, ni falta que hace. Lo que sí ha habido es una progresiva degradación de la condición humana, una reducción de las verdaderas libertad y dignidad de los individuos a medida que los sistemas sociales crecían y se hacían más complejos. Y a esto se le ha llamado “progreso moral”, “emancipación”, “liberación”, etc., pintándolo de bueno y deseable. Y lo peor es que muchos de quienes pretenden estar realizando profundas críticas sociales, “antiindustriales” incluso, no cuestionan en absoluto la presunta bondad de dicho progreso moral ni de los valores morales que acompañan a dicho mito.

  • Por cierto, cuando L.A.L. dicen que los “anarcoprimitivistas” entienden la “libertad” como simplemente antiautoritarismo, antipatriarcado, antijerarquía, etc., y la Naturaleza como el todo físico al que la humanidad debe adaptarse “de forma animal”, es preciso volver a plantear la duda: ¿a qué “anarcoprimitivistas” se refieren L.A.L.?

No todos los críticos de la Civilización que toman como referencia algunos modos de vida y sociedad primitivos definen la “libertad” como algo meramente negativo (“anti-” o “no-”) o abstracto. Para algunos de ellos la libertad verdadera es, como ya se ha dicho más arriba, poder desarrollar plenamente de forma autónoma las tendencias y capacidades propias de la naturaleza de cada cual (humana en el caso que nos ocupa), que son muy diversas y complejas, y satisfacer del mismo modo las necesidades psíquicas y físicas naturales básicas, de forma integrada en el entorno salvaje (la única manera real de satisfacer plena y autónomamente la propia naturaleza es hacerlo en las condiciones a las cuales está evolutivamente adaptada y de las que forma parte). Y esto a algunos puede que les suene a “abstracto”, pero en realidad es algo que es bastante concreto, aunque no necesariamente simple; sin embargo, su exposición detallada trasciende los límites del presente texto.

Por otro lado, es sabido que en muchas culturas primitivas no civilizadas, por lo general, las jerarquías y la autoridad no estaban tan desarrolladas como en las civilizadas{29} lo cual no significa que no fuesen jerárquicas o autoritarias en absoluto, ni mucho menos antijerárquicas o antiautoritarias.

Y en cuanto a lo de “adaptarse a la naturaleza de forma animal para no distinguirse de ella’, hay varias cosas que cuestionar:

1) Quizá L.A.L., con lo de “adaptarse a la naturaleza de forma animal’, querían dar a entender que lo que proponen algunos anarcoprimitivistas en realidad implicaría una degradación de los seres humanos, una restricción en la expresión de nuestra naturaleza y, con ella, de nuestras capacidades y potencialidades. En tal caso, es cierto, algunas de las cosas que plantean algunos anarcoprimitivistas son profundamente contrarias a nuestra verdadera naturaleza. Sin embargo, rechazar la “deshumanización”{30} no implica necesariamente rechazar la evidencia de que somos animales, y “nada más’ que animales. La animalidad humana es un hecho fundamental. Cualquiera que realmente desee conocer y entender mínimamente al ser humano ha de partir de asumir este hecho: somos animales; y no olvidarlo jamás. Incluso cuando hacemos cosas tan humanas, y supuestamente “no animales’, como leer, escribir o hablar, los seres humanos somos y actuamos de forma animal (humana, y por tanto animal). El carácter humano y la animalidad no son rasgos opuestos. De hecho, la humanidad de los seres humanos es parte precisamente de nuestra animalidad. Así pues lo que algunos anarcoprimitivistas plantean no es tanto vivir y comportarse como animales (cosa que hacemos siempre) sino vivir de un modo ajeno a nuestra verdadera naturaleza, insuficiente para la satisfacción y desarrollo plenos de las verdaderas capacidades, tendencias y necesidades naturales de nuestra especie, o incluso a menudo contrario a ellas. En este sentido, estos anarcoprimitivistas demuestran tener una idea muy poco realista de la naturaleza humana.

La duda que surge al leer a L.A.L. es si su noción de “lo humano’ (y de “lo animal’) es más acertada que la de dichos primitivistas.

2) Esto de “distinguirse” o no de la Naturaleza es un tópico recurrente en la literatura “ecologista” y antiecologista, y a menudo reina la más absoluta confusión al respecto, y los mismos que dicen por un lado que no hay que separar al ser humano de la

Naturaleza, por otro suelen dar muestras con frecuencia, no ya de establecer dicha separación, sino de defenderla a capa y espada según les interese (y/o de criticar a quienes, según ellos, no la establecen suficientemente). El asunto es complicado y para tratarlo con un mínimo de seriedad y profundidad habría que dedicarle otro artículo en exclusiva, cosa que, al menos de momento, U.R. no hará. Sin embargo, sí que se pueden señalar algunos puntos clave para la reflexión en relación al texto que nos ocupa, que podrían ayudar a que aquellos que lo deseen realmente superen la confusión imperante al respecto:

a) ¿A qué se refieren L.A.L. con naturaleza y con ser humano

Porque no es lo mismo entender por “naturaleza” “la realidad’ que “lo salvaje” ni que

“medioambiente”. Ni es lo mismo entender por “lo salvaje” “lo no artificial indómito” que “lo virgen”. Y, por supuesto, no es lo mismo “el ser humano” que “lo humano”. Ni “lo humano” es siempre ni necesariamente lo mismo que “civilización” o “sociedad inevitablemente dominadora y alienante” (Sistema de

Dominación). Por desgracia, L.A.L. (ni tampoco muchos críticos de la Civilización) no suelen ser excesivamente cuidadosos a la hora de precisar estas cuestiones y de explicitar claramente a qué se refieren y a qué no cuando usan esos términos en frases como la que nos ocupa.

b) No es lo mismo “separar” que “distinguir” o “diferenciar”. Formar parte constituyente, aunque distinguible, de la Naturaleza no es lo mismo que no diferenciarse del resto de ella (algo imposible no ya de lograr sino de imaginar siquiera), ni es lo mismo que situarse al margen de ella a su mismo nivel (algo igualmente absurdo dado que el ser humano y la Naturaleza son entidades de distinto orden que no pueden ser puestas a un mismo nivel y comparadas sin caer en la irracionalidad: poner el perro al mismo nivel que su rabo, sea para separar perro y rabo o sea para confundirlos), ni mucho menos, obviamente, que situarse por encima de ella (aquí el disparate de subvertir el orden real de las cosas llega al extremo de dar mayor importancia a la parte -el ser humano o lo humano, según el caso- que al todo al que pertenece -la Naturaleza-: el rabo mueve al perro). Con demasiada frecuencia, tanto los críticos de la Civilización como sus defensores, contrarios a la sociedad tecnoindustrial o no, pasan por alto estos matices.

  • L.A.L. dicen que en las críticas a la Civilización “la cuestión cultural queda soslayada’ y que “el pensamiento simbólico, el mito, la ciencia empírica, la estética, la filosofía moral, etc., sencillamente no son abordadas con rigor.’ Mejor habría sido que L.A.L. se hubiesen dejado de afirmaciones tan rotundas como vagas del estilo de la anterior, y hubiesen dado y comentado ejemplos concretos de dicha presunta falta de “rigor”. Pero, como en otras muchas ocasiones, han preferido no hacerlo.

Por cierto, ¿a qué llaman L.A.L. “rigor”? ¿Tratan L.A.L. dichos temas con “rigor”?

  • L.A.L. dicen que “los primitivistas [...] parecen tener una visión excesivamente estática de la dialéctica de [la] relación [entre el hombre primitivo y la naturaleza salvaje]”; que “[...] para [los primitivistas] habría existido una naturaleza salvaje cuya estabilidad o su carácter inmutable no habría sido perturbado por ningún otro elemento (el hombre primitivo) quien, de esta manera, no existía por sí mismo ya que se fundía en esa naturaleza. Como mucho cada cosa evolucionaba en compartimentos estancos, ¡de acuerdo a una existencia extrañamente casi inerte!’; que “[...] no se puede negar que no se encuentre [sic] en [la Naturaleza] ejemplos de un equilibrio ecológico notable o de [...] apoyo mutuo entre especies [...] pero dejando aparte el hecho de que este tipo de mutualismo no escapa a una cierta complejidad dialéctica de las relaciones -que no se deja entonces reducir tan fácilmente a términos de armonía- encontramos también ejemplos de especies animales que acometen una artificialización del medio con el fin de aumentar sus expectativas ecológicas, llegando incluso a domesticar otras especies. Si se puede hablar de mutualismo [...] se trataría en todo caso de un mutualismo disimétrico’; que “cada especie ha de modificar su medio para crear un hábitat de supervivencia’; y que el “hombre primitivo, él mismo salvaje, [...] tuvo que acometer, para sobrevivir, como otras especies, el acondicionamiento de su hábitat, es decir la remodelación de una parte de la naturaleza que formaba su entorno directo [...]”.

Para empezar, hemos de preguntarnos de nuevo: ¿a qué “primitivistas” se refieren L.A.L.?

En segundo lugar, cabe poner seriamente en cuestión que todos aquellos que rechazan la Civilización consideren la

Naturaleza salvaje y las interacciones que se dan dentro de ella como algo estático. La Naturaleza salvaje no es estática ni simple, pero tampoco es un caos, sin orden ni regularidad algunos (idea tan atractiva para aquellos que pretenden restar importancia a la noción de equilibrio ecológico con el fin de justificar la dominación de la Naturaleza como para algunos anarcoprimitivistas enemigos de todo orden). Así, por ejemplo, los ecosistemas no artificiales son sistemas complejos cuya “estabilidad” no consiste en la ausencia de cambios, sino en la autorregulación de sus procesos, que habitualmente cambian, sí, pero automantienen dicha variación dentro de una regularidad, un orden y unos límites, y siguen unas pautas que en gran medida vienen determinadas por los propios procesos del sistema, es decir, se encuentran en equilibrio dinámico u homeostasis.{31}

En tercer lugar, tampoco todos los críticos de la Civilización consideran que en la Naturaleza “cada cosa evoluciona en compartimentos estancos . La Naturaleza salvaje es un sistema complejo y esto implica, por definición, que sus elementos interactúan dando lugar a las dinámicas y procesos propios de ese sistema. En caso contrario no sería un sistema sino un mero conjunto o agregación. Algunos críticos de la Civilización son muy conscientes de que entre los diversos elementos de los ecosistemas se producen interacciones que modifican dichos ecosistemas y de que se producen retroalimentaciones, es decir, que los elementos que modifican otros elementos de su entorno se ven a su vez influidos por dicho entorno modificado. Y también de que el ser humano es uno de dichos elementos.

En cuarto lugar, la dialéctica no tiene nada que ver con la evolución real del Mundo (artificial o no). Este asunto será tratado más adelante.

En quinto lugar, el hombre (y sobre todo el primitivo) nunca ha existido “por sí mismo’, siempre ha dependido del entorno no artificial para poder existir, y ese entorno siempre ha condicionado la forma en que el hombre ha existido. El ser humano, primitivo o no, no es “algún otro elemento’, independiente, externo, separado, ajeno a la Naturaleza salvaje, sino parte de la misma (tanto es así que cuando el hombre trata de separarse de la Naturaleza deja de ser totalmente humano). Y, como ya se ha dicho, esto no implica que sea indiferenciable del resto de ella.

En sexto lugar, ciertamente, algunos presuntos críticos de la Civilización reducen las relaciones ecológicas equilibradas y la Naturaleza salvaje a mera “armonía”, pero de nuevo hay que recordar que “algunos” o ,muchos’ no es lo mismo que “todos“. Es evidente que entre los elementos que constituyen la Naturaleza salvaje se dan relaciones de muchos tipos, y no todas son armónicas o mutualistas (disimétricas o no), ni mucho menos. A menudo, dichas relaciones son conflictivas, agresivas, competitivas, parasitarias, etc., y son tan importantes y necesarias como las relaciones cooperativas (o más{32}) a la hora de mantener la autorregulación de la Naturaleza salvaje (su equilibrio dinámico).

La idea de que la Naturaleza salvaje es toda ella “armonía”, es un mito creado por y para mentes débiles incapaces de afrontar con naturalidad las dificultades y asperezas de la vida y el Mundo reales. La Naturaleza no es toda ella paz, amor y solidaridad (lo que suelen entender por “armonía” quienes usan dicho término), ni falta que hace. Pretender reducir todas las relaciones ecológicas a mero mutualismo, apoyo mutuo, cooperación, etc., es no saber, o no querer saber, qué es realmente la Naturaleza salvaje -tanto la externa como la interna al ser humano-. Muchos anarcoprimitivistas suelen ciertamente mostrar esta debilidad, sin embargo algunos críticos radicales de la Civilización, aceptamos con naturalidad el hecho de que la competencia, la muerte, las dificultades, la dureza del entorno, etc., son algo no sólo propio de la Naturaleza salvaje, y del Mundo en general (salvaje o no), sino también valioso e imprescindible. Verlo de un modo o del otro es mera cuestión de fortaleza psicológica.

En séptimo lugar, a juzgar por la forma de expresarse en los fragmentos señalados, no queda demasiado claro que los propios Amigos de Ludd no confundan también “equilibrio”, “estasis”, “inacción” y “armonía” (o al menos “mutualismo”). Ni que no tomen ésta última como un valor fundamental y un fin deseable (aunque en tal caso ellos quizá considerarían la armonía como un logro del “proceso de civilización” en lugar de cómo un rasgo propio de la Naturaleza).

En octavo lugar, hay que preguntarse, qué significan realmente las ambiguas y sospechosas frases: “cada especie debe modificar su medio para crear su hábitat de supervivencia’, “encontramos ejemplos de especies animales que acometen una artificialización del medio con el fin de aumentar sus expectativas ecológicas’ y “el hombre primitivo, él mismo salvaje, [...] tuvo que acometer, para sobrevivir, como otras especies, el acondicionamiento de su hábitat, es decir la remodelación de una parte de la naturaleza que formaba su entorno directo[...]’. ¿Que, dado que toda especie por el mero hecho de vivir modifica su entorno no artificial en mayor o menor grado, cualquier modificación de ese entorno llevada a cabo por individuos o por sistemas sociales humanos es equiparable a cualquier otra modificación de origen no humano? ¿Que los efectos de las actividades de otras especies en los ecosistemas salvajes que habitan y de los que forman parte son lo mismo y deben ser igualmente valorados que la agricultura, el urbanismo, o incluso que las actividades industriales? ¿No? ¿Cuáles sí? ¿Cuáles no? ¿Por qué sí? ¿Por qué no? Obviamente L.A.L. pretenden justificar con esa frase ciertas actividades y situaciones como la agricultura y la ganadería o la Civilización, sin aparentemente darse cuenta de que tal frase lo mismo sirve para justificar eso como para justificar otras actividades humanas que, es de suponer que, L.A.L. considerarían injustificables (de hecho muchos tecnófilos usan argumentos parecidos para tratar de justificar la sociedad tecnoindustrial), o para presentar como injustificable todo, incluso los efectos de las actividades de las especies no humanas. ¿Hasta qué punto deben modificar los seres humanos el medio no artificial? ¿Hasta qué punto deben adaptarlo a sí mismos y a sus requerimientos, y hasta qué punto han de adaptar sus requerimientos y necesidades al medio salvaje? Si algunos primitivistas resuelven estas cuestiones de forma simplona negando estúpidamente toda intervención humana en el medio salvaje, L.A.L. no yerran menos al dejar tales cuestiones sin una respuesta clara tras afirmar que los “primitivistas” que niegan toda intervención en dicho medio se equivocan. Al no dar la medida hasta la cual es aceptable dicha intervención, las afirmaciones de L.A.L. podrían ser interpretadas como insinuaciones de que cualquier intervención humana en la Naturaleza salvaje es igualmente aceptable. A pesar de que tienen el cuidado de decir en algún lugar del texto que no pretenden justificar con este tipo de argumentos las intervenciones de la sociedad tecnoindustrial en la Naturaleza, no explican por qué. ¿Y el resto de intervenciones? ¿Son todas las intervenciones no industriales aceptables? ¿Cuáles sí y cuáles no? ¿Por qué? Tampoco lo explican.

Noveno, en relación con lo anterior, si según los propios Amigos de Ludd, “este hombre primitivo{33}, [era] él mismo salvaje’, ¿puede entonces decirse que modificaba la Naturaleza? ¿Puede hablarse de modificación de la Naturaleza salvaje cuando los cambios que se producen en ella son causados por los propios elementos que la constituyen, es decir, por ella misma? ¿Modifican los terremotos, las glaciaciones, las estaciones, la fauna y la flora autóctonas, etc., la Naturaleza salvaje, o son dichos fenómenos y agentes, así como los cambios que conllevan, parte de la propia Naturaleza salvaje, de sus dinámicas? ¿Eran, por tanto, el hombre primitivo y sus actividades parte integrante de la Naturaleza salvaje o no lo eran? ¿O, en todo caso, hasta dónde lo eran? O sea, ¿cuándo los cambios artificiales del entorno salvaje dejan de ser parte de las dinámicas propias del funcionamiento de los ecosistemas salvajes y de los demás elementos y sistemas no artificiales y comienzan a ser modificaciones inaceptables, antinaturales, malas o, si lo prefieren, “nocivas” ?

Toda crítica de la sociedad tecnoindustrial que se precie debería plantearse y tratar de responder seriamente a todas las difíciles preguntas anteriores. Las respuestas que se den, o su ausencia, diferencian irreconciliablemente a las distintas corrientes presuntamente contrarias a la sociedad tecnoindustrial. La respuesta de U.R., resumiendo mucho, es que el límite entre los cambios artificiales aceptables y los inaceptables está en si se produce o no inevitablemente impedimento de la autorregulación de los procesos y sistemas no artificiales, y esto a su vez depende mucho del tamaño y la complejidad de los sistemas sociales y artificiales.

En décimo lugar, aun asumiendo que, con la discutible utilización del término “artificialización” para denominar actividades llevadas a cabo por especies animales diferentes de la humana{34}, L.A.L. se quisiesen referir al hecho real de que todas las especies no humanas modifican su medio de algún modo y en cierta medida para así satisfacer sus necesidades vitales de manera más eficiente, o como resultado de las actividades que realizan para obtener esa satisfacción de necesidades básicas, es preciso matizar la afirmación de que los animales no humanos llegan a domesticar otras especies. Los únicos casos conocidos, al menos por U.R., en que una especie animal diferente de la humana ha llegado a desarrollar algo similar a la domesticación se dan en unas pocas especies de insectos que preparan, mantienen y explotan cultivos de hongos o plantas, o que pastorean a otras especies de insectos. Sin embargo, este tipo de relaciones interespecíficas sólo puede equipararse muy superficialmente con la domesticación de plantas y animales que han llevado a cabo algunas sociedades humanas.

Y sea como sea, lo que aquí importa es recordar que los seres humanos no somos insectos. Aunque algunas especies de insectos hubiesen desarrollado realmente formas de domesticación propias comparables a las llevadas a cabo por ciertos grupos humanos, ¿qué implicación moral tendría eso? ¿Estaría justificada la domesticación llevada a cabo por humanos sólo porque, por ejemplo, las hormigas y termitas también llevan a cabo algo similar? Tratar de justificar la domesticación ejercida por seres humanos equiparándola con la “domesticación” ejercida por algunos insectos, es tan absurdo como tratar de justificar la existencia de monarquías o de ejércitos tomando como referencia a las “reinas” y “soldados” de las colonias de insectos sociales.

  • En la nota de pie de página n°4 de su artículo, L.A.L. hablan de la “justa crítica’ que Alain C. (y se olvidan de una tal Marielle) hace en su folleto John Zerzan y la Confusión Primitiva de lo que “hay que entender como una ideología’{35}. Si bien la ideología de Zerzan merece ser criticada por ser poco más que un cúmulo de mamarrachadas, no por ello lo que Alain C. y Marielle dicen, en éste o algún otro folleto{36}, es siempre acertado, ni mucho menos. A pesar de acertar en algunas de sus críticas a Zerzan, en muchos otros casos dan muestras bastante ostensibles de progresismo (no critican precisamente la sociedad tecnoindustrial sino que la defienden -previamente reformada al anticapitalismo, por supuesto), ignorancia (hablan de temas antropológicos que obviamente desconocen) e incluso manipulación confusionista de datos y hechos (por ejemplo, el tal Alain C. muestra una verdadera obsesión por aprovechar sus críticas a John Zerzan para relacionar forzadamente con éste a Theodore

Kaczynski -quien no se considera precisamente primitivista, ni es “seguidor de Zerzan”-). Y lo justo hubiese sido haberlo señalado también.

  • L.A.L. dicen que el libro El Tercer Chimpancé de Jared Diamond demuestra que la idea, común entre los anarcoprimitivistas y otra mucha gente, de que los pueblos primitivos nunca dañaban su medio es un mito. Cierto, aunque habría que matizar muchas de las cosas que dice Diamond al respecto{37}. Pero lo que L.A.L. no mencionan es que en dicho libro, Jared Diamond dice además muchas otras cosas y que en algunos casos lo que dice entra en franca contradicción con las ideas de “historia”, “civilización”, “progreso moral” y “ser humano’ insinuadas por L.A.L. Diamond dice, por ejemplo, que el paso de la caza-recolección nómada a la agricultura y la ganadería supuso un empeoramiento, en general, en las condiciones de vida (alimentación, salud, etc.) de los seres humanos, las cuales no volvieron a recuperar su calidad original precisamente hasta la llegada de la sociedad tecnoindustrial avanzada.{38} O también, que a medida que las sociedades humanas han ido desarrollándose tecnológica, política y demográficamente (¿”proceso de civilización’?), empezando por la adopción de la agricultura, han acarreado inevitablemente la destrucción (por exterminio o por asimilación) de los modos de vida y de sociedad menos desarrollados con los que han entrado en contacto.{39}

  • Respecto a lo de “las últimas hipótesis hasta la fecha sobre la cuestión del famoso paso del Paleolítico al Neolítico’, si por algo se caracterizó el Neolítico fue por la llamada “revolución agrícola’ que consistió en el desarrollo o adopción de la agricultura y/o la ganadería por parte de muchas sociedades que habían sido previa y exclusivamente cazadoras-recolectoras. Y el hecho de que “numerosos antropólogos, arqueólogos y paleontólogos de hoy busquen los orígenes de dicha revolución en un periodo de protoagricultura que se remonta al menos hacia el 40.000 antes de nuestra era, o más lejos, según los criterios elegidos’ no quita valor a la anterior afirmación, ya que una cosa son la agricultura o la ganadería y otra la protoagricultura o la protoganadería.

Pero, ¿qué entienden L.A.L. por “protoagricultura” (y por “protoganadería”)? En su texto, L.A.L. dan algo semejante a una definición: “la protección de la recolecta’. No hace falta ser unos linces para ver que entre “proteger la recolecta’ y “domesticar” hay muy a menudo un trecho, y no pequeño, y que confundir ambas cosas es, o bien un grave error, o bien un ejercicio de manipulación ideológica de los conceptos con ánimo de enredar al personal y llevárselo al huerto (nunca mejor dicho). Y esto último se hace aun más patente cuando L.A.L. usan expresiones como: permitió a los cazadores-recolectores desarrollar lo que se podría llamar sus técnicas agrícolas” [cursiva de U.R.]. Aquí L.A.L. incluso usan descaradamente el término “agrícola” en lugar de “protoagrícola”, y ni siquiera lo entrecomillan{40}.

  • En cuanto a la crítica de la “espacialización” del tiempo que pretenden realizar L.A.L., citando a su correligionario, Jaime Semprun, U.R. dejará para un poco más adelante la contestación que se merece el componente dialéctico de dicha crítica y simplemente se limitará, por el momento, a contestar breve y someramente su componente “antideterminista” y “antirreduccionista”.

El hecho de que nos parezca que los procesos constituyentes de la Realidad ofrecen a menudo varias posibilidades en su desarrollo en un momento dado no significa que realmente las ofrezcan. La creencia en la existencia de diversas posibilidades en un momento dado es pura metafísica. Lo único empíricamente demostrable es que en cada momento de un proceso se materializa un solo escenario, de entre todos los aparentemente posibles. Y esto sucede porque una serie, con frecuencia muy compleja, de factores causales previos o simultáneos determinan que sea así y no de cualquier otro modo aparentemente posible. La contingencia, el azar, el caos, la voluntad absoluta, la posibilidad, la probabilidad, etc. son los nombres bajo los que nuestra ignorancia oculta, normalmente de forma inconsciente y automática, la complejidad del orden causal de los procesos reales para evitar reconocerse a sí misma.

Y lo anterior no implica que se pueda conocer de antemano con certeza y precisión el resultado de cualquier proceso, sólo que dicho resultado está siempre determinado, nos lo parezca o no, ya que es efecto de unas causas concretas, conocidas o no. La libertad verdadera no tiene nada que ver con rechazar el determinismo, sino con aceptarlo y comprenderlo en su justa medida, sin caer en el reduccionismo de creer totalmente predecible el resultado de cualquier proceso, ni en la superstición voluntarista de una intencionalidad humana ajena a las circunstancias que supuestamente surge de la nada y aparentemente ofrece una diversidad de posibilidades no determinadas.

Habría mucho que decir y aclarar acerca de todo esto y de sus implicaciones, pero dicha discusión filosófica se apartaría demasiado del objetivo de este artículo: criticar el artículo “Carta Abierta a los Primitivistas’.

Por otro lado, y más en concreto, el hecho de que a lo largo de los últimos milenios de la Edad de Piedra hubiese aún muchos grupos humanos cazadores- recolectores, o que los grupos que fueron adoptando la agricultura y/o la ganadería alcanzasen diferentes grados de desarrollo (desde meras sociedades de aldeas independientes a civilizaciones bien desarrolladas) no impide que se pueda denominar con propiedad “neolíticos’ a estos últimos. Es decir, hablar de un periodo Neolítico, no implica necesariamente considerar que en dicho periodo todas las sociedades humanas pasasen a ser agroganaderas o civilizadas, ni que lo hiciesen repentinamente. Evitar y criticar el simplismo histórico no implica necesariamente tener que echar por la borda la ordenación de la historia en periodos, ni mucho menos los conceptos de causalidad o de sucesión temporal, y sustituirlos por un ininteligible pseudoorden contradictorio (=dialéctico).

  • Respecto a las patéticas especulaciones idealistas de Lewis Mumford, mejor ni hablar. Cuando hasta los propios Amigos de Ludd, que evidentemente admiran y toman como referente a este renombrado intelectual de “generoso espíritu’, no pueden evitar reconocer explícitamente que deben ser sometidas a un análisis crítico y que no están exentas de “un cierto idealismo’... ¡malo! Y, por supuesto, su valor como argumentos o pruebas es nulo.

  • En cuanto a si el Neolítico es para los “primitivistas” (¿para cuáles?) “el gran Mal, la raíz de la podredumbre civilizada”, relacionado siempre con domesticación y sociedad de clases, y que esto es debido a la “espacialización del tiempo”, cabe señalar que la crítica de L.A.L. a dicho esquematismo es a su vez no menos esquemática. No todos aquellos que se muestran contrarios a la Civilización consideran que el Neolítico es el origen de todos los males (y esto tampoco significa retrotraer, como hacen algunos primitivistas, dicho origen a la época en que apareció el lenguaje o el pensamiento simbólico). Eso sí, fue un paso significativo en la expansión, complicación e intensificación de la domesticación y de la jerarquización social. Es cierto que, al parecer, antes del

Neolítico ya existían jerarquías{41} (la jerarquía, en sus formas más simples, es algo muy antiguo y no exclusivo de sociedades agroganaderas, civilizadas o no; en cierto grado y modo, es incluso algo natural e inevitable) y cierta domesticación (por ejemplo, el perro). Y también es cierto que no todas las sociedades que han practicado la agricultura y la ganadería han desarrollado núcleos urbanos de población, ni una fuerte estratificación social, ni menos aún un Estado. Pero, en términos generales, la mayoría de las sociedades agrícolas o ganaderas suelen tener mayor tamaño poblacional y estructuras sociales más complejas y jerárquicas que la mayoría de las sociedades cazadoras-recolectoras, y ello tiene inevitablemente implicaciones negativas en la libertad de los individuos y en la ecología de dichas sociedades.

  • Y de nuevo, L.A.L. vuelven a generalizar sin medida cuando hablan de los primitivistas (¿de cuáles?) y “su visión nostálgica de la felicidad salvaje’. L.A.L. pasan por alto que la felicidad (al menos tal y como es entendida convencionalmente: búsqueda hedonista del placer, rechazo del esfuerzo, evitación de todo dolor, ausencia de preocupaciones y dificultades, etc.), sencillamente no forma parte de los valores, fines y aspiraciones de algunos individuos contrarios a la

Civilización (primera de sus definiciones de “primitivismo”).

  • En la nota 10, L.A.L. dicen que el Neolítico “ha entrañado ciertas consecuencias que algunos pueden considerar nefastas: crecimiento de la población, enfermedades, desigualdades, despotismo.” ¿”Algunos”? ¿Y L.A.L.? ¿Acaso no consideran nefastas al menos algunas de ellas?

Y preguntan: “¿Pero son todas ellas imputables a las prácticas agrícolas?”. Evidentemente al menos algunas de esas consecuencias que “algunos consideran nefastas” no surgieron por vez primera con el desarrollo de las prácticas agrícolas y ganaderas. Se sabe que ya antes del Neolítico, la población humana había crecido en cierta medida, que existían enfermedades y que seguramente existían diferencias de estatus entre los miembros de por lo menos algunos grupos.{42} Y quizá también hubo “déspotas”; no es imposible. Sin embargo, fue tras el surgimiento y expansión de la agricultura y la ganadería cuando esos problemas se agravaron y extendieron, llegando a niveles que jamás podrían haber alcanzado en la mayoría de las sociedades cazadoras-recolectoras (las nómadas).{43}

Y el verdadero motivo último de esto, no es que esas sociedades cazadoras- recolectoras tuviesen unos valores, una ideología, una voluntad, una sabiduría, un espíritu o un aura mística que les protegiesen de caer en dichas situaciones. El motivo es que las condiciones físicas de la vida de las sociedades cazadoras- recolectoras nómadas eran tales que impedían o dificultaban la aparición y el desarrollo de esos males. Así, de forma esquemática, el entorno no solía permitir en muchos casos la sedentarización de las sociedades cazadoras-recolectoras. Esto a su vez evitaba o entorpecía el crecimiento demográfico y la aglomeración poblacional, la aparición y extensión de epidemias, la acumulación de propiedades, la excesiva diferenciación de estatus y el desarrollo de estructuras de gobierno sobre las cuales la mayoría, o incluso la totalidad, de los miembros de la sociedad carezca de influencia real y práctica. Una sociedad cazadora-recolectora nómada no podía desarrollar ni mantener un Estado, clases ociosas, grandes poblaciones, etc.

Lo que la adopción de la economía agrícola y ganadera (y previamente y en menor grado, la caza-recolección sedentaria en aquellos hábitats que la favorecían) permitió fue la superación de los límites ecológicos del desarrollo a los que las sociedades cazadoras-recolectoras nómadas estaban sometidas, permitiendo o favoreciendo el crecimiento demográfico, y con él el aumento de las epidemias, la acumulación de propiedades, el surgimiento de grandes diferencias de estatus, el desarrollo de estructuras de gobierno y gestión ajenas a la influencia real y efectiva de todos los miembros adultos de la sociedad, el incremento de la destrucción de ecosistemas no artificiales, etc. Que unas sociedades agrícolas desarrollasen esos rasgos en mayor grado que otras dependió básicamente también de hasta qué punto las características físicas de su entorno permitían dicho desarrollo, o lo frenaban una vez alcanzado cierto límite. Así, por ejemplo, no todas las sociedades agrícolas desarrollaron un Estado. Un Estado precisa de una producción excedente y duradera de alimentos. La sociedad agrícola que no pueda alcanzar dicho tipo y grado de producción jamás podrá desarrollar su demografía y sus estructuras sociales, económicas y políticas hasta el nivel de las sociedades estatales.

Así pues, la agricultura, al aumentar la base alimentaria, permitió el crecimiento demográfico, con el consiguiente aumento de epidemias{44} y destrucción ecológica y el desarrollo de estructuras políticas, sociales y económicas más dominadoras en las sociedades que la adoptaron. Esto es algo tan básico que sólo lo pueden pasar por alto quienes se dejen engatusar por ensoñaciones idealistas (antimaterialistas){45} acerca del supuesto carácter indeterminado de la historia, y de la presunta posible planificación y dirección efectivas, conscientes y voluntarias del desarrollo de las sociedades humanas.

  • En la misma nota, L.A.L. preguntan si no ofrece ejemplos de “sociedad equilibrada’ la “historia social’ de la agricultura. Dejando aparte el significativo hecho de que L.A.L. preguntan pero no afirman (si tantos ejemplos hay, ¿porqué no citan ninguno?), cabe preguntarse a qué se referirían en este caso L.A.L. con lo de “equilibradas”. Como no lo aclaran habrá que imaginarlo.

Si con “equilibradas” se refieren a sociedades agrícolas con un tamaño poblacional estacionario, que mantuviesen una relación estable (sostenible) con los ecosistemas y cuyo nivel de desarrollo económico, político y tecnológico se mantuviera invariable a lo largo de muchos siglos o milenios, quizá las haya habido. Como ya se ha dicho, ello dependería en última instancia de los límites físicos que el entorno impusiese al desarrollo de cada sociedad. Es probable que algunas de aquellas que no pudiesen superar un determinado nivel, se mantuvieran en él largo tiempo. Sin embargo, ésta no es la cuestión fundamental. Lo importante, no es simplemente estar en equilibrio, sino si dicho equilibrio es el adecuado. Una sociedad puede estar en equilibrio (no crecer en ningún sentido) y, aun así, ser demasiado grande, interferir en la autorregulación de los ecosistemas no artificiales, impedir la libertad y atentar de múltiples formas contra la naturaleza de sus miembros, etc. Hay muchos niveles posibles de “equilibrio”, y no todos son aceptables desde una perspectiva que tome como valores fundamentales las verdaderas libertad y dignidad humanas y la autonomía de lo salvaje. Es más que dudoso que alguna sociedad agrícola y/o ganadera (ni siquiera cazadora-recolectora sedentaria) se haya mantenido en un nivel de desarrollo totalmente aceptable vista desde dicha perspectiva.

Si con “equilibradas” se refieren a que algunas sociedades agrícolas no mostraban superpoblación, enfermedades, desigualdades, despotismo, destrucción ecológica, etc., no ha existido ninguna sociedad agrícola conocida que no haya mostrado como mínimo alguna vez al menos alguno de tales problemas en cierta medida. De hecho, es muy probable que tampoco haya habido sociedades no agrícolas “equilibradas” en este sentido.

  • Aun asumiendo que sea verdad que “la respuesta improbable pero necesaria a la cuestión de la supervivencia” pase por la reavivación de formas de vida agrícolas, ello no significa que el modo de vida ideal tenga que ser agrícola. El que ciertas formas de vida agrícolas y/o ganaderas no industriales a algunos puedan parecernos preferibles al (es decir, menos malas que el) modo de vida de la mayoría de la población de la sociedad tecnoindustrial no implica que sean el mejor modo de vida para los seres humanos, ni para el resto de su entorno no artificial. A falta de pan, buenas son tortas. Pero las tortas no son pan.

Ciertamente, las condiciones actuales no posibilitan la vuelta generalizada a la actividad (que no holganza{46}) cazadora-recolectora. Sin embargo, mucho se teme U.R. que creer, como parece que hacen L.A.L., que una vuelta generalizada a la actividad agrícola y ganadera no industrial sería una respuesta factible y eficaz a la cuestión de la supervivencia de los varios miles de millones de personas que pueblan actualmente la Tierra, sea igual de irrealista que creer en la posibilidad de una vuelta generalizada a la actividad cazadora-recolectora. Sencillamente, es muy poco o nada probable que exista una solución eficaz que no sea industrial al problema de la supervivencia generalizada (y puede que, a largo plazo, incluso ni eso). Desmantelar, o abandonar de forma generalizada, el sistema tecnoindustrial sin que muchos millones de personas mueran (de hambre, a causa de enfermedades, en guerras, etc.) no parece ser una opción factible. Hay que elegir, o se busca una solución a la supervivencia generalizada de la población actual o se busca la eliminación del sistema tecnoindustrial. Conseguir ambas cosas a la vez es seguramente imposible. Creer lo contrario (que es probable que la población actual pueda sobrevivir de forma generalizada con un modo de vida no industrial, agrícola o no) es engañarse, y sugerirlo públicamente como opción real, tratar de engañar a otros. Pero entrar a discutir todo esto en detalle nos desviaría del objetivo de este texto.

  • En cuanto al problema de la

“artificialización” y a lo del fracaso en la “apropiación”, lo primero que hay que decir es que L.A.L. no dejan nada claro en su texto a qué se refieren (y a qué no) con el término “apropiar”. ¿Tomar? ¿Adecuar? Ni con el de “humanizar”. ¿Modificar (artificializar) el entorno? ¿Hacer que los seres humanos y/o el resto del Mundo se vuelvan (más) “humanos”, es decir, sean transformados “a imagen y semejanza” del ideal humanista?

Sea como sea, resulta evidente que las sociedades humanas siempre han tomado de su entorno no artificial lo que han necesitado (como hace cualquier otra especie). Y también es cierto que han modificado (artificializado) dicho entorno, en mayor o menor medida, para adecuarlo a sus necesidades (como hacen muchas otras especies). Pero como ya se ha comentado más arriba, el problema no está en tomar lo que se necesita ni en modificar el entorno no artificial, sino en cuánto, cómo y hasta dónde se toma y se modifica, y en qué se necesita, por qué y para qué. Y si bien muchos anarcoprimitivistas no acaban de aclararse al respecto, tampoco L.A.L. terminan de dejarlo nada claro ya que no acaban de decir dónde está según ellos el límite entre la “apropiación”, o la “artificialización”, aceptable y la inaceptable. Porque decir que el límite está en la industrialización, sin definir siquiera “industrialización”{47} y añadiendo además entre paréntesis que también hubo sociedades preindustriales en las que se dieron “apropiaciones” indebidas viene a ser lo mismo que no decir nada. O incluso peor.

  • L.A.L. afirman que el “primitivismo” es la otra cara del discurso tecnológico y ultraprogresista actual. Es cierto que muchos presuntos críticos de la Civilización basan su discurso y teoría en valores y principios propios de la sociedad tecnoindustrial, y de algunas otras sociedades civilizadas precedentes, y/o que meramente reaccionan irracional y pendularmente frente a la imagen (a menudo no muy realista) que se hacen de ellas. Pero de nuevo “muchos” no es lo mismo que “todos”.

Por otro lado, cabría plantear la misma objeción en el caso de algunos presuntos críticos antiindustriales no primitivistas que, al igual que los demás izquierdistas modernos, toman del socialismo, del humanismo e incluso del cristianismo sus valores e ideales básicos, a la vez que creen pretenciosamente estar poniendo en cuestión los fundamentos ideológicos de la sociedad tecnoindustrial moderna (que vienen a ser prácticamente esos mismos valores e ideales, en el fondo).

  • L.A.L. critican la pereza y confusión teóricas de los “primitivistas” (¿de cuáles?) diciendo que les impiden hacer inteligibles las nociones que manejan. Ciertamente, la confusión y la pereza son rasgos que abundan en muchos de los críticos de la Civilización, pero no en todos, y no sólo en ellos. Sin ir más lejos, como ya se ha visto, no parece ser una virtud de los autores de “Carta Abierta a los Primitivistas” realizar el esfuerzo de intentar siquiera definir mínima y adecuadamente los términos que más abundantemente manejan en ese artículo para hacerlos así inteligibles e inequívocos. Algunos ejemplos de ello: “primitivismo”, “anarquismo”, “civilización”, “moral”,

“industrialización”, “apropiación”, humanización , antihistórico ,

“dialéctico”, etc.

  • Pocos ejemplos de confusión teórica habrá mejores y más patentes que la noción de dialéctica que L.A.L manejan.

Para empezar, como ya se ha dicho, L.A.L. no definen a qué se refieren concretamente con dicho término, lo cual no ayuda precisamente a hacer inteligible su sentido (suponiendo que tenga alguno).

Sin embargo, el contexto y algunos otros términos que lo acompañan en sus textos (“histórico”, “antihistórico”,

“conciencia histórica”, “contradicción”, etc.,) indican claramente que, sea lo que sea exactamente aquello a que se refieren L.A.L. con el término “dialéctica”, el significado que le asignan está estrechamente emparentado con eso a lo que Hegel, Marx{48}, Engels{49} y sus múltiples seguidores denominaron “dialéctica”.

A grandes rasgos, la teoría dialéctica plantea que en todo proceso de cambio los elementos que cambian conllevan y promueven supuestamente sus propias negaciones u opuestos (“contradicciones”), y que de esta oposición surgen nuevos elementos y situaciones que presuntamente combinan rasgos de los elementos contradictorios precedentes (que por tanto, se oponen pero a la vez se complementan entre sí). Estos nuevos elementos a su vez, siempre según la teoría dialéctica, conllevarían y provocarían sus propias contradicciones cuya superación consistiría en la generación de otros elementos que recogerían aspectos de los anteriores, y así sucesivamente. Así, por ejemplo en el caso de las sociedades humanas, la evolución histórica sería el resultado de procesos de este tipo (luchas, conflictos, oposiciones, etc., entre diferentes grupos, facciones, clases, ideas, tendencias, etc., que combinándose en cierta medida darían lugar a nuevas clases, ideas, etc.).{50}

Pues bien, la consideración de que la evolución de la Realidad, en general, o de las sociedades y culturas humanas, en particular, sigue esencial o principalmente procesos dialécticos es simple y llanamente un disparate que sólo resulta defendible o bien desde la más absoluta ignorancia, o bien desde una obcecada negación de los hechos más básicos y evidentes. Los cambios no siempre responden a superaciones dialécticas de contradicciones previas. Las situaciones y elementos reales nuevos no siempre proceden de la misteriosa combinación dialéctica de situaciones y elementos previos contradictorio-complementarios (este carácter ambivalente -oposición y complementariedad simultáneas- de las contradicciones dialécticas es comparable por su ininteligibilidad al misterio de la Santísima Trinidad de la fe católica, y ya sólo él hace que la teoría dialéctica pueda ser legítimamente tratada como creencia religiosa).

La teoría dialéctica no es más que una ocultación retórica deshonesta de la rendición intelectual frente a la complejidad de la Realidad. A menudo los procesos y fenómenos complejos se nos presentan, en un principio, como aparentemente contradictorios, confusos, desordenados, y sólo tras un esfuerzo de observación y reflexión y una experiencia prolongada y paciente somos capaces de descubrir pautas regulares, un orden profundo, unos esquemas básicos, una estructura subyacente y una relación lógica y no siempre contradictoria en ellos. Afirmar que la Realidad es dialéctica, contradictoria, es por tanto negarse a ir más allá de la primera impresión superficial. Y lo más grave es que quienes afirman tal simpleza suelen jactarse de que tienen un conocimiento profundo de las cosas.

La teoría dialéctica es por tanto una explicación bastante pobre e inexacta de la complejidad real.

Dado que la aceptación de la validez de la teoría dialéctica es mera cuestión de fe no merece la pena ahondar aquí en la discusión y crítica de dicha superstición. U.R. se limitará a citar, por lo adecuadas al caso que nos ocupa, las sagaces y difícilmente mejorables observaciones de Marvin Harris, antropólogo materialista no dialéctico estadounidense, acerca de dicha ideología:

“[...] es inexacto que [la terminología dialéctica] sea esencial para conceptualizar todo tipo de transformaciones. De hecho en muchos procesos evolutivos la ‘contradicción’ [...] es [...] superflua y desorientadora. No acierto a comprender, por ejemplo, cómo se puede describir un proceso nuclear como la transformación del radio en plomo en términos de una lucha entre opuestos (los neutrones y los protones no son contradictorios entre sí y el plomo no es la ‘oposición’ del radio). Se me escapa también qué utilidad puedan tener tales metáforas en relación con los procesos bioevolutivos. Representar a las aves como la negación de los peces nos dice bien poco acerca de la relación existente entre ambos; definir al

Homo sapiens como la negación del

Homo erectus supone hacer retroceder a la paleontología humana al estado en que se encontraba hace más de un siglo. Por lo que respecta, más específicamente, a las transformaciones socioculturales, tampoco es correcto que las metáforas dialécticas sean esenciales para abordar la realidad del cambio. Las teorías sobre las trayectorias convergentes, divergentes y emergentes de las evoluciones socioculturales [...] en modo alguno se verían mejoradas por añadirles un lenguaje hegeliano. [...] La transformación de cazadores y recolectores en horticultores fue un proceso lento que operó en pequeñas etapas durante las cuales las variables infraestructurales{51} sufrieron continuos y complejos cambios relacionados de un modo sinérgico. [...]

Análogamente, las transiciones a la sociedad de clases y al Estado no fueron procesos en los que se presentaba una sencilla alternativa contradictoria entre sistemas de redistribución igualitarios y estratificados [...]” [Marvin Harris, El Materialismo Cultural, Alianza, 1982, páginas 173-174].

“[Los fenómenos sociales y naturales] serán concebidos en términos ‘un tanto estáticos’ no por aquellos que no estén familiarizados con los misterios hegelianos, sino por los [...] que han logrado permanecer aislados frente a las influencias intelectuales que emanan de la biología evolucionista, la astronomía evolutiva, la física y química modernas, la genética, la cibernética{52} y la teoría de sistemas. [...] Los modelos darwiniano y cibernético de la evolución [son] perfectamente capaces de explicar [los cambios sin necesidad de recurrir a la dialéctica]’. [Ibíd., página 175].

“La comprensión del todo no debe hacerse a expensas de las partes, pero tampoco debe ocurrir lo contrario. Las genuflexiones dialécticas no son en sí mismas garantía de que se vaya a alcanzar el equilibrio más inteligente. Tal vez los dialécticos sean menos propensos que los [mecanicistas, reduccionistas, deterministas, etc.] a tomar la parte por el todo, pero sí lo son a hacerse una idea equivocada del todo y a distorsionar todas y cada una de sus partes en defensa de esa idea equivocada [la visión dialéctica]’. [Ibíd., página 178].

“Tras la II Guerra Mundial, el materialismo dialéctico ya no pudo seguir aislado frente a las críticas procedentes de la ciencia social burguesa de Occidente. Se dejó de ocultar, en nombre de la disciplina de partido, la discrepancia entre la visión de Morgan{53} de la evolución social y los hallazgos de la arqueología y el moderno trabajo de campo etnográfico. [...] Cada vez más desorientado ante las proliferantes anomalías de la situación empírica, el propio materialismo dialéctico sufrió enseguida una notable serie de transformaciones que condujeron a la degradación de los componentes materialistas y científicos del gran principio marxiano de la causalidad infraestructural.

“A fuerza de resaltar, en nombre de la dialéctica, el efecto de retroalimentación de la estructura y superestructura sobre la infraestructura, el materialismo marxista se autodisolvió en sus orígenes burgueses [...] Mucho de lo que en el mundo de nuestros días se autodenomina [dialéctica] no es otra cosa que idealismo, eclecticismo{54} y oscurantismo{55} revestido de retórica revolucionaria [...]’ [Ibíd., página 186]. Que cada cual saque sus conclusiones. Lo que sí merece la pena destacar en un plano práctico en relación a la noción de dialéctica es su intrínseco carácter reformista. Dado que la superación de todo problema (“contradicción’ u “oposición’) pasa exclusivamente, según los dialécticos, por que los elementos contradictorios precedentes den lugar mediante su síntesis a una nueva situación o elemento, los dialécticos, por definición, si son consecuentes con sus propias creencias, jamás pueden perseguir la total eliminación de aquello que supuestamente rechazan, ya que acabar con alguna de las partes previas de la contradicción acabaría con la propia contradicción y ello impediría la posterior superación dialéctica de la misma. Aquellos que abrazan la fe de la dialéctica no pueden estar realmente en contra de nada, es decir, rechazarlo totalmente, a no ser que caigan en una total incongruencia. No hay más que observar la historia de las luchas llevadas a cabo por gentes seguidoras de ideologías dialécticas para ver en que han acabado, antes o después, todas ellas. Esto, en el asunto que nos ocupa, plantea serias dudas acerca del significado del “anti-” de la etiqueta “antiindustrial” a la que son aficionados determinados dialécticos. O dicho de otro modo, plantea serias dudas acerca de la claridad de ideas y/o de la honestidad de los autodenominados críticos antiindustriales que abrazan y abanderan una noción dialéctica de la Realidad, acerca de sus verdaderos deseos, motivaciones y fines y acerca de los posibles resultados de su actividad presuntamente antiindustrial en caso de que ésta llegase a tener éxito alguna vez.

  • En cuanto a la afirmación de L.A.L. acerca de que la cuestión de la “dominación como domesticación” nos lleva a “la noche de la vida primigenia”, es simple demagogia barata. L.A.L. sabían de sobra cuando escribieron semejante falacia que no todos los críticos de la domesticación se ajustan a ella.

Como ya se ha señalado, rechazar la domesticación y la Civilización, no necesariamente implica rechazar lo humano. A no ser que se deformen los conceptos hasta tal punto que dejen de significar realmente algo...

  • Por lo que respecta a lo de que la “convicción moral’ es ajena a la Naturaleza, cabe señalar que:

1)L.A.L. una vez más consideran innecesario definir el ambiguo término “moral’, impidiendo así toda discusión realmente profunda del contenido de su afirmación.

2) L.A.L. parecen desconocer o pasar por alto algunos conocimientos etológicos básicos que indican que también al menos algunas otras especies animales poseen unos rudimentos de comportamiento que podría ser legítimamente denominado “moral”.{56}

3)El comportamiento moral (se entienda como se entienda este término) en los seres humanos es posible gracias a que existen en nuestra especie una serie de instintos morales, unas capacidades, tendencias y necesidades innatas, que lo permiten y requieren. La “moral” existe porque nuestra naturaleza nos capacita para ello y, en cierto modo y grado, lo exige. No hay pues necesariamente contradicción entre Naturaleza y comportamiento moral. La contradicción surge solamente cuando el contenido y carácter de ciertas formas de moral entra en conflicto con las tendencias de la Naturaleza (interna o externa a los seres humanos). Es de temer, por sus afirmaciones, que son precisamente al menos algunas de estas formas antinaturales de moral las que L.A.L. toman como referencia al hablar de “moral” y que ellos consideran algo “bueno” y “elevado” precisamente el carácter antinatural de dichas formas de “moral”, es decir, el que el contenido y forma de aplicación de las mismas sea ajeno o incluso contrario a las tendencias naturales, humanas o no.

  • L.A.L. dicen:

“Pero el deseo de ciertos primitivistas de no interferir sobre la vida natural, salvaje, ¿dónde encontrará un límite? Unos dirán que es mejor renunciar a la caza, otros dirán que aceptan la caza, pero no la domesticación, algunos otros rechazarán el arte culinario e incluso la protoagricultura, los más radicales soñarán con fundirse finalmente con los ruidos nocturnos de la selva. Pues una vez establecido el dogma de un ecosistema intacto de toda modificación técnica, los límites entre naturaleza humana y no humana se diluyen: la conciencia humana se gestó a partir de transformaciones técnicas, estéticas y morales, todas ellas ligadas entre sí, en cierto modo inseparables’.

El que los diversos individuos o grupos contrarios a la domesticación o a la Civilización pongan los límites de su rechazo donde les sale de las narices (o donde indican en esos momentos las corrientes de moda en los entornos contestatarios en que se mueven muchos de ellos) no necesariamente significa que cualquier límite valga, ni que no valga ninguno. Ni tampoco que el límite deba basarse en una indefinida noción de “civilización”, de “domesticación” o de “lo humano’. Todo esto ya ha sido comentado más arriba, de un modo u otro.

  • Por cierto, lo del “dogma de un ecosistema intacto de toda modificación técnica” puede que sea algo propio de muchos anarcoprimitivistas, pero no todos los críticos de la sociedad industrial, la Civilización y el Sistema de Dominación están en contra de toda tecnología o técnica{57} (sólo de aquellas tan complejas que no puedan ser totalmente producidas y controladas de forma autosuficiente por pequeños grupos humanos y acaben por tanto, dando lugar a un sistema tecnológico y social tan grande y complejo que inevitablemente se desarrolle de forma autónoma, dominando y alienando a las personas, imponiéndoles sus propias pautas y sometiendo a su vez otras facetas de la autonomía de lo salvaje), ni de toda modificación humana de los ecosistemas salvajes (sólo de aquellas que impidan inevitablemente la autorregulación de dichos ecosistemas).

  • La mención sesgada de la hipótesis de Paul Bahn, y de las conjeturas sensacionalistas de Richard Leakey, acerca del significado de las presuntas bridas de los grabados rupestres paleolíticos de caballos, lo único que demuestra es que la fantasía de L.A.L. es bastante más grande que su rigor y prudencia intelectuales.

En primer lugar, la validez de la hipótesis citada por L.A.L. está aún por ver.

El único hecho cierto en todo este asunto, lo único de momento demostrable, es que existen representaciones gráficas naturalistas que parecen ser una especie de bridas o arreos colocados en las cabezas de unos caballos (y ni siquiera está claro si son arreos o no) y datan del Paleolítico Superior. Y punto. A partir de aquí empieza la mera especulación ya que entre estos hechos y la aventurada afirmación de que hace 15.000 años ya domesticaban caballos media un abismo que la racionalidad no puede saltar alegremente sin serias objeciones.

Aunque la hipótesis de las bridas y la domesticación equina paleolítica bien podría ser una hipótesis explicativa válida pero no demostrada de lo que representan realmente esos grabados, también existen otras posibilidades igualmente válidas o más. A saber:

1)Que lo que se observa en la representación gráfica de La Marche (o en otras existentes) no sean bridas sino otra cosa. A saber qué.

2) Que, siendo realmente bridas, no impliquen necesariamente la domesticación sistemática (ganadería) de la raza equina por parte de aquellas gentes, sino, en todo caso, la cautividad esporádica o la doma puntual de sólo algunos ejemplares aislados, incluso quizá con otros fines distintos de la monta o el arrastre

(señuelos de caza, mascotas o incluso sacrificios ceremoniales).{58}

En segundo lugar, aun suponiendo que los cromañones ya hubiesen domesticado el caballo ello no justificaría la domesticación de animales.

Simplemente, indicaría que el momento de la aparición de dicha domesticación se habría adelantado, en ciertos casos, unos miles de años respecto a lo habitualmente asumido.

  • En cuanto a la afirmación de que “la domesticación de los animales se remonta a las primeras edades de la humanidad” y que es una técnica arcaica como los instrumentos líticos y la recolección’, es preciso dejar las cosas claras.

El ser humano (género Homo) lleva al menos un millón y medio de años sobre la superficie de este planeta. El ser humano anatómicamente moderno (Homo sapiens), unos 200.000 años.{59} La recolección, obviamente, era ya practicada por los homínidos anteriores a la aparición del género Homo. Y los utensilios líticos son tan antiguos como dicho género, si no más{60}. Ahora bien, aun aceptando la poco verosímil hipótesis de la precoz domesticación paleolítica del caballo, ésta se remontaría únicamente, como mucho, a los últimos 30.000 años. Por tanto dar a entender que la ganadería es casi tan vieja como la humanidad y que su antigüedad es equiparable a la de los utensilios líticos y la recolección, es o bien manipular descaradamente la información amparándose en la indefinición de expresiones como “primeras edades’ o “arcaica’, o bien tener una concepción muy poco realista de la evolución biológica y cultural de nuestra especie.

  • Dicen también L.A.L. que “si la domesticación de animales es un signo de dominación entonces toda vida humana histórica está basada en alguna forma de dominación, lo que no podemos aceptar como presupuesto válido’. Pues por mucho que sus escrúpulos les lleven a negarlo, al menos todas las sociedades históricas, es decir, todas las culturas no prehistóricas, se han basado como mínimo en una forma de dominación: la dominación sobre ciertas especies animales, o sea, en la ganadería como fuente de alimentación, abrigo, trabajo, etc. Porque, se esté a favor o en contra de ella, es un hecho obvio, no un “presupuesto”, que la domesticación implica la restricción de la autonomía de los individuos domesticados. Ser capaz de distinguir los juicios de valor del mero reconocimiento de los hechos es un requisito previo e imprescindible de la racionalidad y la objetividad.

Por cierto, cabe señalar que, algo más arriba en su artículo, L.A.L. decían, esa vez sin tantos remilgos, que “[...] podemos considerar que no ha habido cultura histórica que no se haya levantado sobre algún tipo de dominación [...]”. ¿Cómo se come esto?

  • L.A.L. afirman:

“Si en la vida histórica de los pueblos se ha impuesto, por desgracia, la tendencia de la dominación, habrá que buscar sus orígenes en una derrota real de las comunidades para aprender a autoorganizarse de una forma duradera en consonancia con su entorno, y en el desprecio de todo poder’.

Bonita perorata, pero, aparte de su carácter cuasi-tautológico y de la acostumbrada indefinición de los términos “histórica”, “dominación”, “consonancia” y “poder”, cabe señalar su índole eminentemente idealista. Según L.A.L. hemos de buscar el origen de los problemas sociales en la propia actitud y voluntad de las comunidades y sus miembros en lugar de en las circunstancias físicas tanto internas como externas que condicionan y limitan la actuación de dichos grupos. Las sociedades, según L.A.L., son dominadoras o no (sea cual sea el significado que den a este término) porque sus miembros quieren que lo sean o que no lo sean, respectivamente. No importa, parece ser, su tamaño, ni su complejidad, ni su entorno ecológico, ni que sus miembros sean sólo humanos mortales con las necesidades y limitaciones propias de su especie. Según parece, leyendo ese fragmento, para

L.A.L., lo que determina el carácter de una sociedad es única o principalmente la voluntad de sus miembros. Todo se reduce a querer o no querer “autoorganizarse en consonancia con su medio’ y a “despreciar el poder’ o no despreciarlo. Por desgracia, la Realidad funciona de una forma bien distinta de las ingenuas ensoñaciones voluntaristas, y por mucha voluntad que se tenga, si las condiciones no lo permiten, las comunidades no se autoorganizarán en consonancia con su entorno’ y surgirán y se mantendrán estructuras de “poder”. Y viceversa, si las condiciones no permiten que se desarrollen “dominación” o “poder”, éstos no se desarrollarán, haya o no voluntad de que existan.

  • Ya en las conclusiones, L.A.L. nos dicen:

“Las preocupaciones de los primitivistas por la liberación animal, la permacultura, el crudismo, el veganismo, etc., caen [...] en la misma esfera de fenómenos interpretados pobremente”.

No será U.R. quien niegue que dichas preocupaciones sean fenómenos pobremente interpretados, lo que sí hará es dudar de que, a juzgar por lo que dicen en su artículo, la interpretación que hacen L.A.L. de al menos algunos de dichos fenómenos sea menos pobre.

Por ejemplo, L.A.L. dicen:

“Es normal que por simple higiene moral practiquemos en la medida de lo posible el boicot a los productos industriales. Es normal que rechacemos el consumo de carne en las condiciones de horror en las que hoy se crían los animales. Es normal que practiquemos una dieta fundamentalmente vegetal, dado el expolio que supone la producción de carne para las pequeñas economías campesinas de todo el mundo -y los suelos y acuíferos. La ‘decencia común’ [...] nos llama a mostrar nuestro rechazo más frontal ante las crueldades a las que se someten a los animales en el mundo de hoy, así como al saqueo brutal al que se somete toda vida en el mundo del capitalismo industrial’.

Sin embargo, estas razones para el rechazo del consumo de carne constituyen una mezcolanza de tópicos extraordinariamente simplista. Primero, el rechazo del consumo de carne no es lo mismo que el veganismo. Segundo, el consumo de carne (u otros productos animales) no siempre implica el expolio internacional de los pequeños campesinos (que muchas veces son, de hecho, ellos mismos pequeños ganaderos productores de carne y otros productos animales) o de los suelos y acuíferos. Y tercero, el ganado criado industrialmente no sólo produce carne (existen otros productos derivados de la ganadería), ni es la única fuente existente de carne y otros productos animales. Hay también otras fuentes de productos animales, hoy en día quizá minoritarias en ciertas zonas, como la ganadería no industrial o la caza, que no presentan necesariamente al menos esos problemas mencionados por L.A.L.

Ello sin entrar a valorar:

1)Que el ganado tampoco solía ser “decentemente” tratado en las sociedades preindustriales, capitalistas o no. Dejando aparte el ya de por sí indigno trato que supone su mera domesticidad, en el trato dispensado a los animales domésticos en las sociedades preindustriales los maltratos físicos, las mutilaciones, la reclusión, las pésimas condiciones higiénicas, etc., eran también algo común.

2) Si la relación entre el “boicot a los productos industriales” (incluida la carne industrial) y la “higiene moral” es siempre tan directa y lineal como L.A.L. dan a entender.

3)La eficacia real del rechazo individual y minoritario de productos industriales (incluidos los productos animales de origen industrial) a la hora de evitar los problemas que éstos conllevan.

4)A quién favorecería realmente, por ejemplo, la generalización del rechazo del consumo de carne u otros productos animales por motivos político-económicos (“expolio de pequeñas economías campesinas’) o ambientales (“expolio de suelos y acuíferos’) en un Sistema amenazado seriamente por la posibilidad de conflictos políticos, económicos y sociales, por la degradación del medio y por la probable escasez de recursos.

Luego, rechazar el consumo de carne de forma tan simplista como hacen

L.A.L., es interpretar muy pobremente el fenómeno de su producción.

  • L.A.L. dicen que “la dicha de convivir con otros, la relación directa con las cosas naturales -incluida nuestra propia humana naturaleza-, el esfuerzo de crear algo, de construir en común y en libre diálogo crítico, la búsqueda de un cierto saber empírico, la resistencia al Poder [...]” crecieron y se desarrollaron “en el alma humana, individual y colectiva, a través de siglos y siglos de construcción histórica’.

Dejaremos de lado buena parte de la discusión que se merece este empalagoso fragmento, en el cual L.A.L. enumeran algunos de sus, al menos en teoría, más queridos valores: “convivencia”,

“comunidad”, “diálogo”... Todo el que conozca mínimamente la función que desempeñan dichos valores en el izquierdismo y en la propaganda del Sistema actual sabrá qué significan realmente.

Tampoco entraremos a tratar de descifrar qué significan exactamente expresiones como “cierto saber empírico”, “resistencia al Poder”, “alma humana

[...] colectiva’ o “construcción histórica’. A pesar de su ambigüedad, algunas de ellas dicen mucho. Sobre todo acerca de quienes las usan.

De todos modos, sí hay que objetar que los seres humanos llevaban ya muchos milenios poniendo en práctica su naturaleza social (conviviendo, cooperando y compartiendo con sus allegados), “creando” y construyendo (esforzándose por hacer las cosas que les era necesario realizar), “dialogando” libremente (con palabras y con palos), acumulando saber empírico (transmitiendo y recibiendo conocimientos, técnicas y tecnologías primitivas de generación en generación) o tendiendo a evitar el desarrollo excesivo de estructuras de “Poder” (tendiendo a moderar y limitar las jerarquías sociales que surgían en sus grupos) cuando comenzó la historia. Todos esos rasgos son, al menos en cierta medida, propios de la naturaleza humana. Y existen probablemente incluso desde antes de que apareciese nuestra propia especie. La historia, la Civilización, lo único que han hecho en muchas ocasiones ha sido hacer que algunos de esos rasgos naturales sean expresados de una forma muy diferente de aquella para la cual surgieron. Por ejemplo, obligando a los individuos a convivir, cooperar y compartir con gran número de extraños, a aprender y esforzarse por construir cosas que en realidad servían al mantenimiento y desarrollo de la Civilización, pero que ellos en realidad no necesitaban, o a rebelarse contra (y someterse a) formas de “Poder” que jamás habían existido en sociedades precivilizadas.

Y en cuanto a lo de que la relación de los seres humanos con las “cosas naturales” (no artificiales, se entiende) se hizo más directa con la Civilización es otra burda falacia que insulta el más elemental sentido común. Si por algo se distingue el desarrollo de la Civilización es por alejar paulatinamente a más personas del contacto real y adecuado con cada vez más aspectos de su propia naturaleza interna y de su entorno no artificial.

  • L.A.L. dicen que para que puedan ser efectivamente construidos y mantenidos proyectos sólidos de autoorganización que supongan un problema al “Poder” debería desecharse “la idea reduccionista de la naturaleza como estado salvaje, puro, entorno por el que el ser humano debe pasar sin dejar huella alguna”, nos recuerdan que el medio y los organismos que lo pueblan constituyen una entidad total e integrada, tratan de evitar negligentemente que lo anterior sea entendido como una justificación naturalista de los “desmanes del capitalismo industrial’ y citan el nombre del biólogo Richard Lewontin (marxista, ¡cómo no!) para investir dichas aseveraciones con su presunta autoridad intelectual.

Para una respuesta adecuada a la mayor parte de lo anterior, U.R. simplemente remite al lector a lo ya señalado más arriba acerca de la ambigua postura de L.A.L. en lo referente a la relación entre ser humano y Naturaleza, de su indefinición acerca de los límites de la “huella” que hemos de dejar o de su confusión entre “salvaje” y “virgen”. Aquí sólo merece la pena señalar que la lucha contra el “Poder” no necesariamente implica la lucha contra la sociedad tecnoindustrial. La inmensa mayoría de los autoconsiderados anarquistas o libertarios no está en contra del sistema tecnoindustrial.{61} Los verdaderos oponentes del sistema tecnoindustrial deberían tener muy claro cuál ha de ser el objeto central de su lucha y enfocar contra él sus limitadas energías. Dedicarse a promover las luchas contra, por ejemplo, el Estado o el capitalismo dando a entender que son lo mismo que la lucha contra la sociedad industrial, aparte de ser señal de que no se tienen las cosas muy claras, desvía la atención del problema fundamental que representa el desarrollo tecnológico. Cuando, al menos en teoría, lo que se persigue es acabar con el sistema tecnoindustrial, dedicarse a promover otras causas es, en el mejor de los casos, una manera miserable de derrochar tiempo, atraer gente inútil o incluso perjudicial (izquierdistas, colgados, petimetres, etc.), y favorecer que las capacidades de aquellos individuos que verdaderamente tienen potencial se desaprovechen en causas fútiles, o como mínimo no prioritarias. Y en el peor, trabajar para el enemigo.

Éstas han sido las objeciones al artículo de L.A.L., “Carta Abierta a los Primitivistas’, que U.R. considera dignas de mención. Hay también más puntos en dicho artículo con los que U.R. no comulga, pero o bien supondrían irse en exceso por las ramas, o bien no valen la tinta que se gastaría en comentarlos. Hay también en el artículo de L.A.L. unos pocos puntos, como el rechazo de la actitud hedonista propia de la mayoría de primitivistas, con los que U.R. podría quizá coincidir (siempre con matices), pero el fin de este texto es meramente la crítica, no el aplauso.


Fragmento del artículo de los Amigos de Ludd: “¿Se Abre Paso la Crítica Antiindustrial?”

[Publicado en Los Amigos de Ludd, n°8, febrero 2005.

Corresponde a las páginas 12-15]:

[...] Último reducto [sic] / Allium / Zizen

Ha podido compararse más de una vez la similitud, por encima de cualquier analogía histórica forzosa, entre el declive del Imperio romano y la época actual (como hemos hecho nosotros mismos en la sección dedicada a Salamandra). Como entonces, asistimos a los estertores de un imperio destructivo, antidemocrático e irracional, con la diferencia nada desdeñable -entre muchas otras de que esta vez el desplome se produce a escala mundial y está ya arrastrando a su paso «todo aquello a partir de lo cual podría reconstruirse una vida liberada de la economía».{62} Así que el panorama es verdaderamente terrorífico. Y como entonces, este hundimiento también puede tomarse la paciencia de producirse durante varios siglos, para que nadie espere un estallido que obligue a los hombres a posicionarse de una vez y para siempre a favor o en contra de la libertad. La última etapa del Imperio romano vio proliferar sectas y religiones en su seno, y fue entonces cuando nació y creció el cristianismo. En gran medida, esta religión suponía un revulsivo frente a los males de la época: austeridad, generosidad y desprecio del mundo ante el despilfarro, el egoísmo y el materialismo reinantes. El cristianismo, como todas las religiones, tomaba prestadas ideas de otras filosofías, y una de las más importantes fue el estoicismo, que propugnaba entre otras cosas una actitud de autocontrol y de superioridad moral ante los problemas terrenales. Sin duda era este rechazo de la moral impuesta por el poder lo que debía de otorgarle al cristianismo un atractivo para las personas más sensibles, asqueadas de la podredumbre del Imperio.

Leyendo los textos firmados por Último reducto [sic], Allium y Zizen da la impresión de que nos encontramos ante una incipiente moral selectiva y elitista para los nuevos apóstoles del fin del Imperio industrial. Al principio del número 1 de Último reducto [sic] podemos leer: «Para empezar, aquell=s lector=s [sic] que consideren que lo que se dice en los textos de UR es correcto y que coinciden en la necesidad de tenerlo en cuenta a la hora de pensar y actuar pueden ahorrarse hacer llegar a UR su agrado y satisfacción. [...] UR no tiene ningún interés en establecer sucedáneos de relación y comunicación socioafectiva por correo. Así que si escribís ceñíos a los temas de los textos». Se nota de entrada el tono zoroástrico[22] del profeta que no se dirige a sus iguales sino a pobres almas que deambulan en busca de verdades reveladas{63}.

Pues bien, los textos del boletín Último reducto [sic], «Publicación antidominadora», tienen un tono similar. Abandonando el ideal de acción política, parecen abogar más bien por la búsqueda de la «coherencia individual». Esta actitud, que no desentona nada en la época del «cambio interior», y de la autoayuda más o menos disimulada, pretende negar la viabilidad de toda acción política (o pública, si se prefiere), aunque de hecho la propia existencia del boletín UR es una negación de esta idea, pues sus autores demuestran esperar todavía algo de una forma tradicional de acción política como es transmitir por escrito sus propias ideas para someterlas a debate (pese a que parezcan desconfiar tanto de sus lectores). Como es obvio, los autores de Los Amigos de Ludd estamos de acuerdo en que mantener la coherencia personal dentro de los límites tan restringidos que permite la sociedad industrial es algo necesario, aunque sólo sea por motivos de higiene mental. Nuestro desacuerdo con UR se centra más que nada en que no consideramos realista conceder semejante preeminencia a la mera actitud personal, pues supone una renuncia a lo que tiene de más noble la actividad política. Es inevitable preguntarse si una vez desechada la acción política, sólo queda esperar algo de la transmisión de una espiritualidad, «antidominadora» o de otro tipo, que pueda fructificar en las ruinas del mundo industrial.

Debido a la densidad de los textos de Último reducto [sic], sólo dedicaremos aquí unas líneas a resaltar algunas de las contradicciones que a nuestro juicio presenta este boletín.

Al final del n° 1 leemos uno de los clichés más queridos de cierta crítica social «radical». Después de más de cincuenta páginas dedicadas a desmontar cualquier idea de justificación de superioridad del hombre sobre los animales, se nos dice que

Lo que en una especie forma parte de su naturaleza, de su forma innata de ser, y por tanto es necesario para mantener el correcto funcionamiento y el equilibrio de los individuos y grupos que la componen, en otras especies o no se da ni se necesita o si aparece es causa de desequilibrios y trastornos. Las jerarquías entre seres humanos son siempre inaceptables ya que somos seres que no las necesitamos por naturaleza para vivir y relacionamos: de hecho, vivimos y nos relacionamos mejor sin ellas, siempre y cuando el entorno sea el adecuado para nuestra especie (grupos sociales pequeños, ecosistemas salvajes, tecnologías sencillas...).

Cuando oímos hablar de «estados naturales» podemos echarnos a temblar; la justificación más vieja del capitalismo es que es el sistema «natural» por excelencia. Si el ser humano no es un ser social e histórico y tiene que ser sólo «natural», hay cosas que esta filosofía no puede explicar. Por ejemplo: ¿por qué la extinción de especies animales, como el mamut, se debe a la acción de «grupos sociales sencillos» y no precisamente a la acción de voraces multinacionales{64}? Para los autores de UR esto puede ser un punto negro en su teoría, pero aferrarse a la idea de que, por el mero hecho de ser pequeñas, las comunidades primitivas son incapaces de causar daños ecológicos es aberrante. Buscar una justificación en el mundo natural para explicar por qué el hombre debe ser de tal o cual forma es negar su carácter histórico.

Otro ejemplo:

La calidad de vida, y con ella la salud verdadera, nada tiene que ver con huir de la muerte, sino más bien con la capacidad de los individuos (humanos o no) de autogobenarse y poder buscar y crear las condiciones, tanto físicas como psicosociales [?] más adecuadas para su desenvolvimiento autónomo en las comunidades de las que forman parte, estando éstas integradas plenamente en los ecosistemas a su vez.

Spinoza[23] decía que para un triángulo Dios tiene tres lados. Para esta ecología profunda, los animales tienen rasgos humanos y también «se autogobiernan» y crean las condiciones «psicosociales» para su propio «desenvolvimiento». A lo largo de las páginas de Último reducto [sic] se insiste en la idea de la domesticación como negación de la libertad animal y, por tanto, como repetición de los esquemas de dominación humana, trasladada en este caso al reino animal. Esta tesis, que puede parecer a primera vista una ampliación de la idea de emancipación humana, en realidad no tiene nada que ver con ella. Para el proyecto revolucionario «clásico», la libertad es algo que se conquista y que debe defender uno mismo: no se trata de un derecho otorgado. En el caso de los animalistas, esto ni se plantea, pues los animales -a los que no obstante se atribuyen todas las virtudes de los humanos y ningún defecto- no están en condiciones de liberarse de la «dominación humana» (suponiendo que ésta sea comparable a la dominación de clase o al sometimiento neotecnológico). Así pues, aunque sólo sea por esta razón, no puede hablarse de una misma idea de libertad para los animales y para los seres humanos.

El folleto de Allium Contra el consumo de drogas se sitúa en la misma línea que los textos anteriores, aunque es de mayor interés. No se puede estar por menos de acuerdo [sic] en que las drogas desempeñan socialmente un papel fundamental de anulación de la conciencia y de aclimatación de los humanos al estrés, es decir, de aceptación del conjunto de los efectos nocivos de las sociedades modernas. La izquierda ha enterrado definitivamente el ideal revolucionario expresado por Marx: «Hay que hacer que la opresión real resulte más opresiva, agregándole la conciencia de la opresión» y aboga por la autoanulación de la conciencia. Hoy día la petición de la despenalización (a veces se reclama aún más penosamente su «legalización») de las drogas que con tanta fuerza exige la izquierda no tiene nada de subversivo, si es que lo tuvo alguna vez, puesto que refuerza el imperativo categórico de la época: destrúyete a ti mismo. Alguien dijo una vez que si la religión es el opio del pueblo, no por ello el opio de verdad deja de ser opio para el pueblo. Es elocuente que la lucha antiprohibicionista se ha convertido en el último reducto de muchos residuos sesentayochistas que hoy militan con entusiasmo en el partido de la alienación.

Evidentemente, la cuestión de las drogas es mucho más compleja y requiere una profundización. La propia definición del término «droga» plantea muchos problemas. Lo que en cualquier caso nos parece insostenible es el recurso al relativismo antropológico al que suele ser dada la izquierda, a saber, que «todos los pueblos de todas las épocas han consumido drogas» y así se puede concluir que los aztecas, por ejemplo, consumían peyote como los pastilleros de hoy consumen éxtasis en una discoteca.

Del mismo modo, otro folleto, El mito de la izquierda (firmado «Zizen»), abunda en una crítica similar: la falacia del relativismo (auténtica filosofía de taberna que ha causado estragos), la necesidad de mitos de lucha, la voluntad de unidad caiga quien caiga contra el «fascismo», etc. Todos estos son rasgos del izquierdismo que merecen ser criticados y por desgracia esto apenas se ha hecho hasta ahora. Como en el folleto sobre las drogas, los mayores éxitos de los autores están en su crítica de lo concreto [...]

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Crítica a “¿Se Abre Paso la Crítica Antiindustrial?”

Por ÚLTIMO REDUCTO. [Adaptación del texto original “Debate y Crítica Sí, Pero Con Fundamento’, enviado el 23-6-05 a Los Amigos de Ludd].

Ei movimiento [revolucionario contra la sociedad industrial] actual es poco eficaz porque entre la gente que lo integra hay demasiados que están ahí por motivos equivocados [... Para algunos] la participación en el movimiento es una forma de promoción personal. Compiten por el estatus o escriben “análisis “ y ccrítics’” que sirven más para alimentar su propia vanidad que para avanzar en la causa revolucionaria.{65}

El siguiente texto es una contestación a algunas de las críticas que en las páginas 12 a 15 del n°8 de su boletín Los Amigos de Ludd realizan acerca de algunos textos obra de Último Reducto, ALLIUM y ZIZEN.

Si bien este artículo es obra exclusivamente de U.R., éste, como exmiembro de ALLIUM y de ZIZEN (grupos desaparecidos hace años), considera apropiado contestar, aunque sólo sea a título individual y por alusiones, a los comentarios realizados por L.A.L. acerca de Contra el Consumo de Drogas de ALLIUM y El Mito de la Izquierda de ZIZEN.

Además, U.R. quiere dejar claro que el texto presente sólo se refiere, salvo cuando se explicite lo contrario, a los comentarios hechos por L.A.L. acerca de los textos citados obra de U.R. (Último Reducto, n°1), ALLIUM y ZIZEN, y no al resto del artículo “¿Se Abre Paso la Crítica Antiindustrial?’ en el cual se realizan.

  • L.A.L. incluyen a U.R., ALLIUM y ZIZEN en el mismo artículo en el que critican a una buena parte de esa caterva izquierdista posmoderna autocalificada de “primitivista” o “antiindustrial”, dando a entender que consideran que hay algún tipo de relación entre nosotros y ellos, más allá de ciertos rasgos superficiales o aparentes. Si L.A.L. rechazan que algunos despistados o confusionistas les relacionen con el primitivismo{66} sólo por autodenominarse antiindustriales, entenderán que a U.R. tampoco le haga mucha ilusión que ellos hagan más o menos lo mismo’ con ALLIUM, ZIZEN3 o U.R.

  • L.A.L. comienzan su crítica de los textos de U.R., ALLIUM y ZIZEN{67} con una “docta’ disertación acerca de la presunta relación entre el declive del Imperio Romano, el estoicismo y el origen del cristianismo con la pretensión, según parece, de establecer analogías históricas “no forzadas’ con los contenidos y actitud de los textos que a continuación van a comentar. Por lo que parece, L.A.L. tratan de relacionar las ideas expresadas en el n°1 de Último Reducto, Contra el consumo de drogas y El Mito de la Izquierda, con la ideología cristiana originaria de las postrimerías del Imperio Romano basándose en que la actitud y los valores mostrados por U.R., ALLIUM o ZIZEN guardan, según ellos, estrecha semejanza con algunos de los de la doctrina estoica de la Antigüedad.

Con todo ello, según parece, L.A.L. pretenden apabullar al lector con su presunta erudición histórica y así hacer más creíbles o aparentemente incontestables sus comentarios y críticas posteriores acerca de nosotros y nuestros textos.

  • Y, por si el truco de la ostentación “erudita” fallase, L.A.L. echan además mano del, tan socorrido como miserable, recurso a la infamia gratuita, tildando, explícita o implícitamente, de “cristianos”, “profetas”, “apóstoles”, etc., a U.R., ALLIUM y ZIZEN. Pintar como místicos dedicados a la contemplación silenciosa y religiosa, o como profetas o apóstoles (“espiritualidad”), a aquellos cuyas ideas y prácticas “políticas” no encajan con los esquemas propios de lo que han de ser esas ideas y esa actividad es una de las muchas necedades y/o jugarretas típicas de ciertas corrientes, grupos y personajes carentes de escrúpulos que pululan en los estercoleros izquierdistas, incluidas especialmente las ciénagas autodenominadas “autónomas” y/o

“libertarias”.

U.R. confía en que aquellos lectores realmente lúcidos que hayan leído el n°1 de Último Reducto y los textos citados de ALLIUM y ZlZEN y después el n°8 de Los Amigos de Ludd, sabrán juzgar por sí mismos si lo que L.A.L. dicen sobre la actitud y el estilo de esos textos es cierto o no, o en qué medida lo es o no lo es. Y confía también en que aquellos otros lectores inteligentes que hayan leído el n°8 de Los Amigos de Ludd pero no el n°1 de Último Reducto, Contra el Consumo de Drogas de ALLIUM, ni El Mito de la Izquierda de ZIZEN serán conscientes de que para poder hacerse una idea propia, veraz y objetiva del asunto deberían leer esos textos antes de emitir juicio alguno al respecto.

Así pues, en lo referente a las críticas de L.A.L. respecto a la actitud y el estilo del n°1 de Último Reducto, de Contra el Consumo de Drogas de ALLIUM y de El Mito de la Izquierda de ZIZEN, U.R. sólo entrará aquí a contestar dos cosas concretas:

a) La acusación de “elitismo” que L.A.L. tratan de apoyar interpretando de manera realmente abstrusa dos citas extraídas del n°1 de Último Reducto.

La primera cita hace referencia ni más ni menos que a la inutilidad práctica de los halagos y otras muestras de “apoyo moral’ y “solidaridad de papel’ cuando lo que realmente se busca es plasmar, difundir y extender unas ideas y críticas así como estimular la reflexión y el debate racionales e incitar a los lectores inteligentes a actuar en consecuencia con lo que extraigan de esa reflexión y debate.{68}

Sin embargo, L.A.L., en lugar de aclarar de qué modo U.R. ofende en ese fragmento a su delicado sentido del igualitarismo, han preferido interpretar de forma tortuosa este fragmento del n°1 de Último Reducto, y tratan de reforzar su injustificada acusación de elitismo con otra cita en forma de nota de pie de página, la cual pretenden hacer pasar por una “prueba de desconfianza hacia la capacidad de juicio de los lectores’.

La cita en cuestión versa acerca de los motivos para firmar con las iniciales de los nombres de los autores, en lugar de con sus nombres completos, algunos fragmentos citados en el n°1 de Último Reducto. Es un hecho observable que a menudo la buena o mala fama de un personaje influye más o menos en cómo interpretan sus palabras o hechos otras personas (inteligentes o no). Por tanto, ocultar la identidad de los autores bajo sus meras iniciales no era sino un inocente, quizá incluso excesivamente ingenuo, mecanismo para tratar de facilitar la correcta y objetiva lectura de los textos ajenos citados por U.R. y evitar así esa tendencia inconsciente a la malinterpretación subjetiva de las citas.

Más en general: como se irá viendo a lo largo de este artículo, es un hecho que no todo el mundo interpreta siempre correctamente lo que lee y, en consecuencia, cuando escribe, U.R. evita confiar sólo y a priori en la supuesta “capacidad de juicio’ de los lectores y dar por sentado de antemano que “ya nos entendemos’.

Como puede verse, U.R. desconfía ciertamente de la infalibilidad de la capacidad de juicio de los lectores (y muy en especial de la de algunos); y considera esta relativa desconfianza algo realista, acertado y racional.

Y rasgarse las vestiduras a causa de ello, como hacen L.A.L., es, como mínimo, mera mojigatería hipócrita.

b) La poco afortunada caracterización que L.A.L. hacen de U.R., ALLIUM y ZIZEN como “los nuevos apóstoles del fin del Imperio industrial’.

¡Qué más querríamos algunos que poder profetizar con seguridad los últimos coletazos de la sociedad tecnoindustrial! Sin embargo, U.R. en sus textos, y en concreto en el n°1 de Último Reducto, en ningún momento afirma nada parecido, porque no es seguro que vaya a suceder algo así. Si bien es posible que ese fin llegue en breve, no es algo de lo que se pueda hablar con certeza. Es también probable que aún tengamos sistema tecnoindustrial para rato (muchos siglos o milenios), lamentablemente. Y, tal vez, lo peor (que no sería precisamente el derrumbe, sino la supervivencia y mayor desarrollo de la civilización industrial) esté aún por llegar.

De hecho, los únicos que han hablado con aparente certeza del fin de la sociedad tecnoindustrial, en esta frase o en alguna otra ocasión, son L.A.L. Así que, en vista de la confianza que muestran en sus propios pronósticos, el calificativo de profetas o apóstoles quizá les correspondería más bien a ellos.

  • Y entrando ya en la crítica teórica de los contenidos del n°1 de Último Reducto, L.A.L. dicen un poco más abajo, en la página 13 del n°8 de su boletín:

“Abandonando el ideal de acción política, parecen abogar más bien por la búsqueda de la ‘coherencia individual’. Esta actitud, que no desentona para nada en la época del ‘cambio interior’ y de la autoayuda más o menos disimulada, pretende negar la viabilidad de toda acción política (o pública, si se prefiere), aunque de hecho la propia existencia del boletín UR es una negación de esta idea, pues sus autores demuestran esperar todavía algo de una fórmula tradicional de acción política como es transmitir por escrito las propias ideas para someterlas a debate’.

A L.A.L. se les “olvida’ mencionar de qué parte del n°1 de Último Reducto han sacado que U.R. “abandona el ideal de acción política’ y “niega la viabilidad de toda acción política o pública’. Porque (independientemente de lo que U.R. piense de la “acción política’) a U.R. no le suena haber dicho nada semejante en ninguna de las páginas del n°1 de Último Reducto. O sea, que L.A.L., o bien se han sacado de la manga ideas que U.R. no ha expresado en el n°1 de Último Reducto, o bien han malinterpretado burdamente las que sí ha expresado [por ejemplo en la página 31 del n°1 de Último Reducto, fascículo A].

Si bien es cierto que U.R. siempre ha sido muy crítico y escéptico en lo que a las típicas (y no tan típicas) formas de “acción política’ se refiere, en ningún momento ha rechazado, en público ni en privado, toda forma de “acción política o pública’. Y no se explica cómo L.A.L. han llegado a extraer de la mera lectura del n°1 de Último Reducto conclusiones tan peregrinas.

Y en cuanto a asociar las ideas de U.R. con la “autoayuda más o menos disimulada’ no es sino una ruindad más de las varias que L.A.L. cometen sin recato en su artículo y que se contesta y califica por sí sola.

Y, no contentos con eso, L.A.L. dicen:

“Como es obvio, los autores de Los Amigos de Ludd estamos de acuerdo en que mantener la coherencia personal dentro de los límites tan restringidos que permite la sociedad industrial es algo necesario, aunque sólo sea por motivos de higiene mental. Nuestro desacuerdo con UR se centra más que nada en que no consideramos realista conceder semejante preeminencia a la mera actitud personal, pues supone una renuncia a lo que tiene de más noble la actividad política. Es inevitable preguntarse si, una vez desechada la acción política, sólo queda esperar algo de la transmisión de una espiritualidad, ‘antidominadora’ o de otro tipo, que pueda fructificar en las ruinas del mundo industrial’.

Para empezar, cuando se habla de coherencia en el n°1 de Último Reducto, no sólo, ni principalmente, se hace referencia a la coherencia personal de individuos aislados. Las no demasiadas veces en las que se habla de coherencia en el n°1 de Ultimo Reducto, o bien se habla de coherencia, a secas, o bien se habla explícitamente de coherencia personal y colectiva.{69}

Por otra parte, U.R. no acaba de entender, qué es eso de la “nobleza” de la actividad política, así en abstracto. Y, vista la irracionalidad, el reformismo, la mezquindad y/o la petulancia de la inmensa mayor parte de la actividad política “contestataria” (izquierdista, salvo muy raras excepciones) de la actualidad y del pasado, considerarla “noble”, así en general, supone o bien estar muy despistado o bien delatarse como simpatizante o practicante de ese activismo idiota.

Pueden existir, por supuesto, otras formas de actuación política mucho más interesantes, inteligentes, eficaces, serias y respetables (¿”nobles”?), o al menos, mucho menos ostensiblemente absurdas, ineficaces y autocomplacientes. Pero su nobleza suele estar en proporción inversa a la futilidad, superficialidad y reformismo de sus métodos, principios y objetivos.

No comulgar con los métodos, principios y fines de la mayor parte de la actividad política que se desarrolla en el presente (o que se ha desarrollado en el pasado) no implica dejar de lado toda acción política.

Y, para acabar, la relación entre la coherencia y la “higiene mental’ es un asunto demasiado complicado como para liquidarlo de un modo tan simple como lo hacen L.A.L. Pero U.R. no entrará, de momento, en dicha discusión.

  • L.A.L. continúan su artículo citando un fragmento del n°1 de Último Reducto [fascículo B, página 116, nota 34]:

“[...] lo que en una especie forma parte de su naturaleza, de su forma innata de ser, y por tanto es necesario para mantener el correcto funcionamiento de los individuos y grupos que la componen, en otras especies o no se da ni se necesita o si aparece es causa de desequilibrios y trastornos. Las jerarquías entre seres humanos son siempre inaceptables ya que somos seres que no las necesitamos por naturaleza para vivir y relacionarnos; de hecho, vivimos y nos relacionamos mejor sin ellas, siempre y cuando el entorno sea el adecuado para nuestra especie (grupos sociales pequeños, ecosistemas salvajes, tecnologías sencillas...)’.

Y acto seguido dicen:

“Cuando oímos hablar de ‘estados naturales’ podemos echarnos a temblar; la justificación más vieja del capitalismo es que es el sistema natural por excelencia. Si el ser humano no es un ser social e histórico y tiene que ser sólo ‘natural’, hay cosas que esta filosofía no puede explicar. Por ejemplo: ¿por qué la extinción de especies animales como el mamut se debe a la acción de “grupos sociales sencillos’ y no precisamente a la acción de voraces multinacionales? (En ‘La Sexta Extinción’ Richard Leakey y Roger Lewin dan algún ejemplo más de los estragos causados por comunidades primitivas, algunos incluso no muy lejanos. Aunque obviamente no son comparables a la catástrofe capitalista, no puede negarse que existen). Para los autores de UR esto puede ser un punto negro en su teoría, pero aferrarse a la idea de que, por el mero hecho de ser pequeñas, las comunidades primitivas son incapaces de causar daños ecológicos es aberrante. Buscar una justificación en el mundo natural para explicar por qué el hombre debe ser de tal o cual forma es negar su carácter histórico.’

Bueno, de nuevo habrá que ir paso a paso y por partes para poder contestar como se merece a la avalancha de despropósitos e infundios que L.A.L. achacan a U.R.

Para empezar, si L.A.L. sufren temblores al oír o leer cualquier cosa que les suene a “estado natural’, eso en principio es un desarreglo exclusivamente suyo.

Se supone que con la afirmación de que “si el ser humano no es un ser social e histórico y tiene que ser sólo ‘natural’ hay cosas que esta filosofía no puede explicar’, L.A.L. se refieren a la ideología de U.R. Lo primero que hay que preguntarse es: ¿de dónde se sacan que U.R. afirma que el ser humano no es un ser social ni “histórico” y que solo tiene que ser “acultural”, “asocial” y/o “ahistórico” (se supone que L.A.L. se refieren a esto último con lo de “natural”)? U.R. jamás ha dicho semejante simpleza, ni en el n°1 de Último Reducto, ni en ninguna de sus otras publicaciones. Se ve que L.A.L. tenían el día especialmente tonto cuando “leyeron” el n°1 de Último Reducto, porque si no, no se explica que extraigan de su lectura tan desencaminadas conclusiones{70}.

L.A.L. afirman que buscar justificaciones naturalistas a la forma en que debe ser (o es) el ser humano es negar su carácter “histórico”. U.R. no termina de entender en qué datos y argumentos basan L.A.L. tal afirmación categórica, reiteradamente presente en sus textos. Y ellos, desde luego, no se dignan a explicarla.

El rechazo de toda teoría que otorgue una importancia significativa a la naturaleza humana o a las condiciones del entorno no artificial, es decir, que afirme que los comportamientos humanos tienen en gran medida una base no cultural, es un tópico típico de la inmensa mayoría de las corrientes izquierdistas en particular y del humanismo en general. Las acusaciones de “determinismo biológico’, “determinismo ambiental’, “negación de la libertad humana’, “negación del carácter cultural (o histórico) del ser humano’, “exaltación de la agresión y la competividad”, “defensa del antihumanismo’, del “totalitarismo”, del “capitalismo”, etc., han sido repetidas hasta la saciedad, a menudo con escaso conocimiento de causa, contra toda teoría que ponga en cuestión el dogma que afirma que el ser humano es única o principalmente cultural, producto del ambiente social en que es criado y educado, ‘‘hijo de la Historia”, “libre” de condicionamientos naturales, predominantemente racional, etc. Estos ataques indiscriminados al “biologismo” y al “determinismo ambiental” son un deber “políticamente correcto” en los ambientes izquierdistas y humanistas, y muchos miembros de dichos entornos los interiorizan y practican, bien ingenuamente sin entender realmente lo que están criticando ni darse siquiera cuenta de lo ideológicamente condicionadas que están esas críticas y ataques que repiten como loros, o bien para ganar (o no perder) puntos en su currículum intelectual, es decir, estatus e influencia en dichos ambientes, sin importarles lo más mínimo que lo que dicen sea justo y honesto o no.{71} En concreto, mezclar las los que se realizan esas críticas suelen ser acertados y respetables. Por ejemplo, hay importantes motivos obvios para rechazar el uso que determinadas corrientes, como el nacionalsocialismo o el llamado “darwinismo social’, hicieron de las teorías naturalistas, pero los motivos dejan de ser tan obvios y respetables cuando se relaciona, generalizando injustificadamente, cualquier teoría naturalista con el nazismo o el darwinismo social. Otro ejemplo, no es lo mismo cuestionar la validez científica de una hipótesis concreta que afirme que un rasgo conductual humano tiene una base biológica o está principalmente determinado por el entorno no cultural, que negar a priori la validez de cualquier hipótesis de ese tipo porque se cree que, de llegar a ser alguna de ellas cierta y asumida, pondría en peligro la respetabilidad y primacía de las propias creencias filosóficas e ideología política. Éste último suele ser uno de los principales motivos de las críticas estereotipadas lanzadas contra el “biologismo” y el “deterninismo ambiental’, tan justificaciones presuntamente naturalistas del “capitalismo” basadas en la falacia de que es la forma “natural” de sociedad humana, con la defensa de la presunta ausencia de necesidad natural de jerarquías en las relaciones sociales entre humanos{72} no sólo es confundir el trigo con los cojones, sino también caer de lleno en el antibiologismo izquierdista más ramplón. Entre el rechazo naturalista de las jerarquías entre humanos y la defensa del “capitalismo” en base a que supuestamente es la mejor (“natural” según sus defensores) forma posible de sociedad, hay un abismo que sólo la falta de sensatez, el gregarismo políticamente correcto o la maledicencia arribista pueden obviar. Sea, como sea, cuando hay que decidir entre atontados o sabandijas... ¡mal asunto!

Por otro lado, si hay algo que debería provocar nuestro temor más profundo no es precisamente el hecho de tratar de identificar y comprender cuáles son las pautas básicas naturales del comportamiento humano (¿”estados naturales’?) y cuáles los límites y condicionamientos que la Naturaleza nos impone, y tomarlos como referencia a la hora de determinar qué deberíamos hacer y qué no, qué es lo que hacemos mal y qué lo que no, y qué podemos realmente hacer y qué no. Lo verdaderamente terrorífico y amenazante es la negación o subestimación de la Naturaleza (humana y no humana) a la hora de explicar y valorar el comportamiento humano y de establecer cuál ha de ser éste. Es decir, creer que no estamos limitados ni condicionados por la Naturaleza (o creer que sólo lo estamos en parte, a veces, hasta cierto punto...). Porque, cuando la Naturaleza deja realmente de ser el referente (bien por no tomarla suficientemente en cuenta o bien por tomarla por lo que no es), los límites, dependencias, necesidades y condicionantes naturales que se rechazan o ignoran son sustituidos siempre por dependencias, restricciones e imposiciones artificiales (ejercidas sobre los individuos por otros individuos o por un sistema social).

Es más, el rechazo humanista del “biologismo” y del “determinismo ambiental’ está estrechamente relacionado con el progresismo, pues sirve a éste para justificar y ocultar ideológicamente los atentados contra la Naturaleza (humana y no humana) que el desarrollo del Sistema inevitablemente conlleva.

U.R. nunca ha negado que los seres humanos sean en buena medida culturales, fruto de la transmisión de ideas, valores, técnicas y objetos desde las generaciones precedentes, y sociales, es decir, que interactúen mutuamente formando vínculos más o menos estables y con ello grupos y entornos sociales y culturales (artificiales) que a su vez influyen y condicionan en cierta medida a esos individuos (más o menos y en un sentido u otro según el tipo de grupo y cultura).{73}

Pero, si los seres humanos somos en gran medida culturales y sociales es porque tenemos ya en nuestra naturaleza unas capacidades y tendencias básicas que nos habilitan para ello. Con lo que queda claro que, en el ser humano (y no sólo en él), ser social y cultural no es necesariamente incompatible con ser natural, sino precisamente consecuencia inherente de ello.

También, cabe preguntar: si el ser humano es “histórico” y “no natural’ (o si el componente “histórico” del ser humano no puede ser explicado en base a causas “naturales” -”no históricas”-), entonces, ¿de dónde surgió ese carácter “histórico”? ¿Cayó del cielo? L.A.L. no se molestan en contestar a esta pregunta. De hecho parece que ni se la plantean.

En cuanto a lo de las extinciones de animales a manos de grupos “sociales sencillos primitivos” (cazadores-recolectores nómadas a pie, incluso), no tiene mucho que ver con el asunto de lo “histórico” y lo “natural” en el ser humano, que es de lo que se trata en ese párrafo en cuestión (o al menos U.R. no acaba de ver dicha conexión, si es que la hay). De todos modos, de nuevo es preciso contestar paso a paso a algunas “cosillas”.

Para empezar, U.R. en ningún momento ha afirmado que las sociedades primitivas (ni siquiera las cazadoras- recolectoras nómadas), fuesen “perfectas” y no cometiesen “fallos”, tanto a nivel social como a nivel ecológico, es decir, que nunca atentasen contra la autonomía de lo no artificial, interno o externo a los seres humanos. Véanse los siguientes fragmentos del n°1 de Último Reducto:

1) “La mención en el texto de las sociedades cazadoras-recolectoras de la actualidad (prácticamente desaparecidas en estado puro) o del pasado, debe ser entendida como referencia para la comparación y el aprendizaje, no como ciega apología incondicional de tales sociedades. Tales culturas han sido las menos dominadoras de toda la historia del ser humano, tanto en lo que respecta a las relaciones sociales (carecían de estados, y a veces incluso de ‘jefes’, en el sentido que se le da en la Civilización al término, sus miembros gozaban de gran Libertad y mostraban gran capacidad para vivir de forma autónoma, los lazos sociales eran estrechos y basados en el apoyo mutuo y el reparto equitativo entre los miembros del grupo...), como en lo referente a sus relaciones con los animales (normalmente cazaban/pescaban sólo para sobrevivir y respetaban la Libertad de los animales, de tal modo que a veces incluso eran ellos mismos las presas de estos últimos o muy a menudo no conseguían atraparlos), o con la Biosfera (no contaminaban, pocas veces derrochaban reciclando todo lo posible, solían adaptar su cultura y modos de vida a los ecosistemas salvajes en lugar de transformar éstos en su propio beneficio que es lo que hacen las culturas dominadoras...). Pero esto no significa que fuesen perfectas y que no pudieran tener graves defectos en su origen de hecho la Civilización surgió de la degeneración de culturas de este tipo; y no todas ellas han desaparecido por el exterminio directo o su incapacidad o rechazo a adaptarse a los modos de vida de las sociedades más dominadoras -agroganaderas o industriales-, sino que en no pocos casos, muchos de sus miembros han caído y caen fácilmente en la fascinación por dichas culturas (y por sus ‘comodidades’), abandonando la propias y esto es debido, aunque sólo sea en parte, a algunas debilidades previas intrínsecas a dichas culturas -jerarquías, Dominación y desequilibrios a pequeña escala y de forma sutil, irracionalismo...-.

Tomar como referencia a las sociedades primitivas no debe suponer olvidar la critica de sus partes malas, como tampoco criticarlas debería suponer defender la Civilización y el

Progreso. Están (o estaban) ahí y deberíamos aprender de ellas (lo bueno para emularlo, lo malo para superarlo). Ni ensalzarlas ni

maldecirlas, pues ambas posturas denotan la gran ignorancia existente, por desgracia, acerca de estas sociedades entre la gran mayoría de la población de la sociedad tecnoindustria/.’ [n°1 de Último Reducto, fascículo A, páginas 35-36, nota 9].

2),[...] Buena parte de las islas de Oceanía fue colonizada por los polinesios siguiendo un proceso de este tipo transgrediendo barreras geográficas mediante la organización de expediciones marítimas a larga distancia. Los polinesios son descendientes de grupos agroganaderos y pescadores asiáticos y el impulso que les llevó a colonizar paulatinamente la Oceanía insular fue la búsqueda de nuevos hábitats y recursos vitales para la creciente población a medida que las islas previamente colonizadas se les iban quedando pequeñas. De este modo, para cuando los imperios europeos tomaron contacto con los grupos polinesios, ya existían incluso protoestados en algunos archipiélagos (por ejemplo en Hawai), buena parte de las especies animales originarias de algunas de esas islas habían desaparecido directamente a manos de los seres humanos, sus animales domésticos o por las actividades de alteración y destrucción de los ecosistemas originales para establecer cultivos; y en varias de esas islas la superpoblación y la consiguiente esquilmación del medio amenazaban ya con colapsar incluso su sistema social (de hecho es muy probable que ello sucediese, por ejemplo, en la Isla de Pascua). [n°1 de Último Reducto, fascículo A, página 39, nota 20].

Esta nota hace referencia, de forma independiente, precisamente a uno de los casos de esquilmación ecológica y extinciones obra de sociedades primitivas citados también en La Sexta Extinción de Richard Leakey y Roger Lewin que L.A.L. pretendían restregar por las narices a U.R.

3) “Por supuesto esto no significa que toda comunidad con un nivel de

desarrollo tecnológico de tipo preindustrial sea siempre perfecta o aceptable en todos sus aspectos socioculturales vista desde una perspectiva antidominadora [...]. Ninguna sociedad preindustrial dominadora ha dejado de serlo al modernizarse [...].’ [n°1 de Último Reducto, fascículo A, página 40, nota 24].

En esta nota se habla de sociedades preindustriales en general, no sólo de sociedades primitivas en particular. Si bien no toda sociedad preindustrial es necesariamente primitiva (o no civilizada, o prehistórica), lo dicho en esta nota afecta en general a todas las sociedades preindustriales, civilizadas o no (incluidas las cazadoras-recolectoras).

En las citas anteriores, han sido destacados en cursiva los términos y frases que demuestran que, se esté o no de acuerdo con lo afirmado en estos textos (incluso U.R. rectificaría hoy en día algunas partes de los mismos), es un hecho racionalmente irrebatible que U.R. reconoce en estos fragmentos que muchas sociedades primitivas en general, y cazadoras-recolectoras en particular,

mostraban problemas sociales y ecológicos y que no siempre actuaban correctamente. Incomprensiblemente, L.A.L. confunden afirmar que cualquier sociedad de gran tamaño y complejidad estructural conlleva inevitablemente atentados contra la autonomía de lo no artificial en general y contra la libertad y dignidad humanas en particular (lo que U.R. denominaba “dominación” en el n°1 de Último Reducto), con afirmar que sociedades pequeñas y estructuralmente “sencillas” no causan jamás ningún problema. Dar a entender que U.R. afirma que, “por el mero hecho de ser pequeñas, las comunidades primitivas son incapaces de causar daños ecológicos” es otro disparate más que L.A.L. injustificadamente achacan a U.R. y hace sospechar que, o bien L.A.L. no han entendido el n°1 de Último Reducto cuando lo han “leído” (si es que realmente lo han leído más allá de hojearlo malamente y por encima), o tienen más mala baba que luces.

Así que, en este caso, el único “punto negro” es para el “expediente” intelectual de L.A.L. y, lo único “aberrante” es la retorcida interpretación y el falaz comentario que L.A.L. realizan de lo que realmente dice el n°1 de Último Reducto.{74}

Pero quizá lo más interesante de entre todas las bobadas y falsedades que sueltan L.A.L. en ese párrafo sea lo que comentaremos a continuación: la extinción de especies, supuestamente a manos de sociedades primitivas, y su presunto carácter antiecológico.

Ya en el n°7 de Los Amigos de Ludd, en el artículo “Carta Abierta a los Primitivistas’, se hacía referencia a la “matanza del Pleistoceno’. L.A.L. parecen haber encontrado la clave para cuestionar la imagen ideal primitivista de una Edad Dorada prehistórica en la que los seres humanos presuntamente nunca dañaban los ecosistemas salvajes. Y en su alegre y confiada euforia vuelven a la carga en el n°8 de su boletín, esgrimiendo como “arma’ el ya citado libro de R. Leakey y R. Lewin y planteando la pregunta siguiente a U.R. (según ellos

“primitivista” e idealizador de la prehistoria), “¿Por qué la extinción de especies animales, como el mamut, se debe a la acción de grupos sociales sencillos y no precisamente a la acción de voraces multinacionales?”.

La primera, más fácil y obvia contestación (que no por ello menos válida y racional) es porque, como L.A.L., “expertos” en historia, ya sabrán, en la época en que los mamuts deambulaban por Europa, Asia y América no existían aún, que se sepa, multinacionales, “voraces” o no (aunque quizá L.A.L. nos puedan sorprender rebuscando en sus archivos y mostrándonos algún “documento” que “demuestre” lo contrario). El tan manido y denostado capitalismo llegó unos cuantos milenios después.

Ahora más en serio, U.R. no acaba de ver en este caso a qué viene lo de las multinacionales, a no ser que sea una muestra más de las sorprendentes torpeza intelectual y estrechez ideológica que a lo largo de las páginas 12-14 de su boletín n°8 L.A.L. manifiestan ostensiblemente una y otra vez y/o, simple y llanamente, de la bellaquería{75}. Sea como sea, con esta pregunta, al menos así formulada, L.A.L. no hacen sino tirar piedras contra su propio tejado. No es precisamente U.R. 12 sino los izquierdistas anticapitalistas{76} quienes en sus discursos se suelen centrar de tal modo en criticar el capitalismo que a menudo transmiten la sensación de que olvidan que hubo un Mundo antes del capitalismo y que tampoco era Jauja. Leyendo y escuchando la forma de expresar sus críticas que tienen muchos anticapitalistas da la impresión de que todos los “males” se reducen al capitalismo (industrial o no). Y L.A.L., aunque a veces reconocen con la boca pequeña que antes de su tan odiado “capitalismo industrial” también había cosas malas, a menudo se expresan de un modo igualmente desatinado, reduccionista y “ahistórico”.{77}

Por tanto, sería más pertinente que L.A.L. se hiciesen tal pregunta a sí mismos y a sus “parientes” ideológicos. Si hay alguien a quien esa pregunta rompe los esquemas y señala “puntos negros” en su teoría es a los enemigos declarados del capitalismo, como L.A.L.

Por otro lado, la extinción de especies no siempre ni necesariamente es algo tan terrible y desastroso (“estrago”). De hecho, la extinción (un tipo de muerte colectiva en la que el grupo es toda la especie), al igual que la muerte individual, forma parte inseparable e imprescindible de los procesos no artificiales de la evolución biológica. Los organismos vivos se han extinguido desde el origen de la vida, antes y después de la aparición de nuestra especie. Unas veces de forma relativamente brusca, en gran cantidad en periodos de tiempo geológicamente cortos (lo que los paleontólogos llaman “extinciones catastróficas o masivas’), otras poco a poco, de forma regular y constante a lo largo de la historia de la vida en la Tierra (lo que los paleontólogos llaman “extinción de fondo o gradual’).

Para U.R. el principio fundamental desde el que desarrollar valoraciones morales (determinar qué es malo y qué no) es el respeto por la autonomía de los procesos y sistemas no artificiales (Naturaleza salvaje), de modo que aquello que atenta contra dicha autonomía es absolutamente malo (dominador, alienante, antinatural) y aquello que no atenta contra dicha autonomía salvaje no es absolutamente malo, sólo si acaso relativamente “malo”, es decir, quizá sea desagradable, doloroso, mortal... para algunos seres, pero no es real y absolutamente malo (dañino para la autonomía de los procesos y sistemas no artificiales).

Y las extinciones, a menudo, no sólo no han atentado contra la autonomía de lo salvaje, sino que han formado parte de ella. La extinción no siempre, ni siquiera a menudo, ha sido un mal absoluto, algo antinatural. Esto es obvio en todas las extinciones anteriores a la aparición de nuestra especie, pero también es cierto en algunas de las extinciones posteriores a tal aparición, incluso quizá en varias de las presuntamente provocadas por la actividad de algunas sociedades humanas.

Pero antes de continuar, se hace necesario poner en claro si las extinciones de megafauna de finales del Pleistoceno fueron realmente obra de los seres humanos o no.

L.A.L. citan La Sexta Extinción como presunta demostración “documental” de que los seres humanos del Paleolítico Superior fueron los causantes de la extinción de animales como el mamut. Pero cualquiera mínimamente inteligente que lea ese libro podrá comprobar por sí mismo que, si bien los autores, Leakey y Lewin, se posicionan claramente en favor de la hipótesis de P. Martin que afirma que los seres humanos paleolíticos fueron los únicos o principales responsables de la extinción de la megafauna pleistocénica en Eurasia, la antigua Australia y América (entre otras cosas porque les conviene para apoyar argumentalmente las ideas que desean plantear en su libro), reconocen abiertamente que no es sino una hipótesis más{78} y que existen otras{79} igualmente probables, válidas o inválidas, ya que ninguna está completa e inequívocamente comprobada o falsada.

L.A.L., en su jactanciosa omnisciencia, dan el paso que Leakey y Lewin (bastante más astutos y sensatos) jamás osaron dar, y zanjan alegremente de un plumazo un debate científico de décadas, afirmando categóricamente, pero sin pruebas concluyentes, que fue el ser humano el que extinguió la megafauna pleistocénica. ¡Olé sus huevos! Y si alguien les replica que le den con el “sacrosanto” volumen de La Sexta Extinción en los morros, para que se calle...

Bueno, dicho esto, volvamos con el mamut. Para facilitar las cosas, demos por hecho (a pesar de no estar demostrado) que la megafauna del Pleistoceno final se extinguió en todos los casos en parte, principal o exclusivamente a causa de la caza por parte de los seres humanos de aquella época. Aun así, éste podría ser precisamente un buen ejemplo de extinción de origen artificial (o parcialmente artificial, al menos) no siempre ni necesariamente antinatural (no absolutamente mala), es decir, de extinción artificial que está integrada en los mecanismos y procesos de autorregulación salvajes.{80}

Imaginemos dos especies, X e Y, que en un principio estaban separadas entre sí por barreras geográficas de tal modo que no existía contacto de ningún tipo entre ellas. Supongamos que, con el paso del tiempo, en un plazo geológicamente breve, dichas barreras geográficas disminuyen o incluso desaparecen permitiendo que se produzca el contacto e interacción entre la especie X y la especie Y, de forma “repentina” (hablando a escala geológica). Con frecuencia esa interacción entre la especie X y la especie Y supondrá algún tipo de relación no mutualista (depredador-presa o competencia por un mismo nicho ecológico), y el resultado, antes o después, puede ser la extinción de al menos una de esas especies.

Esto, que es una de las formas en que las extinciones se han producido siempre en la Naturaleza salvaje, desde el principio de la evolución de la vida en el Planeta, es un proceso que forma parte inherente de las dinámicas autónomas de la evolución en los ecosistemas salvajes y, por consiguiente, U.R. no lo considera malo, por mucho que sea una extinción.

Ahora bien, ¿y si una de ambas especies fuese la nuestra: Homo sapiens, en concreto el H. sapiens de finales del Pleistoceno?

En principio, dichas extinciones pleistocénicas podrían ser quizá únicamente el efecto de la inadaptación de las especies extinguidas a las nuevas condiciones ecológicas que supondría la depredación llevada a cabo por el H. sapiens y no de un comportamiento antiecológico (actuaciones contrarias a la autonomía de los ecosistemas no artificiales) por parte de nuestra especie.

Pero aun en el supuesto, hasta cierto punto comprobado{81}, de que ciertas sociedades humanas del Pleistoceno Superior hubieran actuado de forma antiecológica en lo referente a sus relaciones con otras especies y su entorno en algunas ocasiones, no se puede determinar si realmente esos comportamientos antiecológicos favorecieron esas extinciones, en qué medida ni en cuántos casos. Ni tampoco puede asegurarse que todas las sociedades humanas, de aquella época actuasen de igual modo.

Son demasiados quizás como para poder afirmar nada categóricamente.

Y fuese como fuese, el hecho es que si bien en aquellas sociedades humanas de finales del Pleistoceno se producían al menos a veces, según parece, ya comportamientos antiecológicos, tales casos no son en absoluto equiparables a comportamientos contrarios a la autonomía de lo salvaje que se han producido en épocas posteriores en otras sociedades humanas, prehistóricas o no. No sólo a nivel cuantitativo sino tampoco a nivel cualitativo.

Así, un caso muy distinto de los de finales del Pleistoceno es el de la destrucción ecológica producida por la progresiva colonización de la Polinesia por parte de los seres humanos, a la cual también hacen referencia Leakey y Lewin en su libro. En este caso, las barreras geográficas que mantenían aisladas a la especie X (el ser humano, o cualquiera de las otras especies que introdujo) e Y (cualquiera de las especies animales o vegetales autóctonas de las islas colonizadas) no desaparecieron o disminuyeron de forma no artificial realmente (las islas siguieron estando separadas entre sí y de los continentes por cientos o miles de kilómetros). Las sociedades colonizadoras de las islas del Pacífico eran primitivas, sí, pero no sencillas comunidades de cazadores- recolectores nómadas, como los primeros H. sapiens europeos, asiáticos, americanos o australianos, sino sociedades lo bastante complejas y grandes como para necesitar expandirse progresivamente por el Pacífico organizando difíciles y largas expediciones marítimas a través de miles de millas de mar abierto y desarrollar sistemas sociales fuertemente jerarquizados, a medida que colonizaban y superpoblaban nuevas islas.

Estas diferencias cualitativas entre unas extinciones artificiales (esto es, de origen humano) y otras, así como entre las sociedades primitivas que las provocan respectivamente, es algo que muchos, entre ellos Leakey, Lewin, buena parte de los “primitivistas” y L.A.L. prefieren pasar siempre por alto.

Y para acabar con este fragmento, señalar que dar por supuesto, como Leakey, Lewin y L.A.L. parece que hacen a juzgar por su forma de expresarse, que toda extinción presuntamente causada por seres humanos es siempre mala (“estrago”), es una actitud abiertamente misantrópica, contraria al ser humano, mal que les pese a nuestros humanistas “Amigos”, ya que si las consideran malas siempre no es porque sean siempre real y sustancialmente diferentes en sí de otras no provocadas por el ser humano (no siempre tienen por qué serlo necesariamente, como hemos podido comprobar), sino sólo por ser artificiales, porque su origen es la actividad humana. O sea, que si lo que hace malas a las extinciones artificiales “primitivas” (porque ni Leakey y Lewin ni L.A.L. diferencian nunca entre unos primitivos y otros) es sólo que eran artificialmente provocadas, entonces lo malo es ser humanos. Y luego, los “antihumanistas” misántropos seremos “los demás”...{82}

  • L.A.L. citan otro fragmento del n°1 de Último Reducto [fascículo A, páginas 9 y 10]:

“La calidad de vida, y con ella la salud verdadera, nada tienen que ver con huir de la muerte, sino más bien con la capacidad de los individuos (humanos o no) de autogobernarse y poder buscar y crear las condiciones, tanto físicas como psicosociales [?] más adecuadas para su desenvolvimiento autónomo en las comunidades de las que forman parte, estando éstas integradas plenamente en los ecosistemas a su vez.’

Y dicen acto seguido:

“Spinoza decía que para un triangulo Dios tiene tres lados. Para esta ‘ecología profunda’{83}, los animales tienen rasgos humanos y también se ‘autogobiernan’ y crean las condiciones ‘psicosociales’ para su propio ‘desenvolvimiento’. A lo largo de las páginas de ‘Último Reducto’ se insiste en la idea de la domesticación como negación de la libertad animal y, por tanto, como repetición de los esquemas de dominación humana, trasladada en este caso al reino animal.

Esta tesis, que puede parecer a primera vista una ampliación de la idea de emancipación humana, en realidad no tiene nada que ver con ella. Para el proyecto revolucionario ‘clásico’, la libertad es algo que se conquista y que debe defender uno mismo; no se trata de un derecho ‘otorgado’. En el caso de los animalistas, esto ni se plantea, pues los animales -a los que no obstante atribuyen todas las virtudes de los humanos y ningún defecto- no están en condiciones de liberarse de la ‘dominación humana’ (suponiendo que ésta sea comparable a la dominación de clase o al sometimiento neotecnológico). Así pues, aunque sólo sea por esta razón, no puede hablarse de una misma idea de libertad para los animales y para los seres humanos.’

De nuevo, L.A.L. hacen en este párrafo un alarde conceptista de su cacao mental, o de su confusionismo. Resultaría difícil superar en un párrafo de igual extensión la alta densidad de malinterpretaciones y falacias que L.A.L. encajan en éste. Ellos tal vez crean ser suficientemente explícitos con las cuatro frases con las que a menudo saldan unos temas de cuya profundidad parecen no ser realmente conscientes, pero el caso es que se las pintan solos para enredarlo todo con unas pocas palabras.

Vamos poco a poco.

Decir que los individuos (humanos o no) tienen capacidad de autogobernarse y de crear las condiciones psicosociales (por cierto, ¿qué será lo que L.A.L. no entienden de “psicosocial”?) para su propio desenvolvimiento, no implica en absoluto proyectar “rasgos humanos” sobre los animales no humanos. Si L.A.L. son incapaces no ya de entender sino meramente de ver y reconocer que no sólo los animales, sino muchos otros sistemas mínimamente complejos

(artificiales o no) tienden a desarrollar automáticamente mecanismos y pautas de regulación y dinámicas autónomas, que el autogobierno a que U.R. se refiere no es sino autorregulación o autocontrol de los procesos inherentes a esos sistemas y que, en el caso de los animales con sistema nervioso mínimamente desarrollado, algunos de esos procesos y mecanismos automáticos de autorregulación que actúan sobre la conducta individual y colectiva son de tipo psíquico o mental, entonces es que están completamente cegados por las mixtificaciones humanistas e idealistas acerca de lo “espiritual”, de su presunta exclusividad humana, de su carácter presuntamente independiente de lo físico, de su presunta superioridad intrínseca, etc. Y no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Cuando L.A.L. trataron de utilizar las citas extraídas de La Sexta Extinción para apoyar sus falsas acusaciones contra U.R., no mencionaron que, sin ir más lejos, en ese mismo libro Leakey y Lewin{84}, anteriormente presentados por

L.A.L. como prestigiosas y presuntamente indiscutibles autoridades intelectuales tratando así de acallar torpe y fraudulentamente posibles voces contrarias en el “debate” sobre las extinciones, dicen en esta ocasión:

1) “Donde el mundo estuvo poblado antaño por organismos, que se limitaban a reaccionar al medio como si fueran autómatas, hay hoy miríadas de especies que reflexionan antes de actuar. Donde antaño no hubo en el mundo ni una sola especie capaz de tener conciencia de sí, hoy hay una por lo menos dotada con esta facultad.’ [La Sexta Extinción,

Tusquets, 1997, página 47. Cursiva obra de U.R.].

Si bien U.R. no considera del todo apropiada la terminología utilizada por Leakey y Lewin, en este texto (por ejemplo, el confuso uso que hacen del término “reflexionar” -U.R. duda mucho que siquiera los humanos solamos reflexionar siempre, o incluso habitualmente, antes de actuar-) ni la distinción sustancial que hacen entre “reacciones automáticas” y “reflexión” (¿acaso la reflexión es algo más que una reacción psíquica automática, eso sí, complejísima?), el sentido de la cita es inequívoco: no somos los únicos animales que tenemos inteligencia y “capacidad de juicio” y las usamos para gobernar

(regular, dirigir, controlar.., más o menos conscientemente) nuestros actos (de hecho Leakey y Lewin reconocen que hay miles de otras especies que también lo hacen).

2) “Desde hace tiempo hemos venido valorando con mucho más conocimiento de causa las cualidades de otras criaturas, en particular de nuestros parientes más cercanos, los grandes monos. Se decía que nuestro lenguaje y capacidad cultural nos apartaban del mundo natural en muchos aspectos. Sólo los humamos emplean herramientas, se decía; sólo los humanos tienen conciencia de sí; sólo los humanos pueden producir cultura; sólo los humanos tienen lenguaje simbólico. Naturalistas como Jane Goodall y Dian Fossey han difuminado la frontera humano-animal que con tanto tesón habíamos trazado a partir de esos atributos supuestamente únicos. Los monos emplean herramientas; tienen una especie de cultura; tienen consciencia de sí; y, aunque las investigaciones están rodeadas de polémica, hay bastantes probabilidades, de que los monos, incapaces de producir lenguaje articulado, estén capacitados para entender y manejar el simbolismo que el lenguaje articulado comporta. No somos tan especiales al fin y al cabo.’ [Misma obra, páginas 91-92]. ¿Serán Leakey, Lewin y los otros muchos humanos que reconocen estos hechos y cuestionan, por tanto, las ridículas pretensiones y autoexaltaciones antropocéntricas propias del humanismo clásico, meros “triángulos hablando de Dios’ ? Puede que así sea en algunos casos (por ejemplo, en el caso de muchos animalistas{85} que proyectan sus carencias y debilidades psíquicas sobre los animales para dar salida a su victimismo), pero en otros muchos casos es obvio que son más bien los humanistas recalcitrantes (como, por ejemplo, L.A.L.) quienes están tan alejados del Mundo real y de sí mismos por la interiorización profunda y acrítica de falsos prejuicios y dogmas antropocéntricos y subjetivistas autohalagadores y autocomplacientes que son incapaces de reconocer y aceptar hechos evidentes.

Es cierto que a lo largo de las páginas de UR se insiste en la idea de la domesticación como negación de la libertad animal’, pero es falso que ello sea una “repetición de los esquemas de dominación humana trasladada en este caso al reino animal’. Dejando de lado el ya de por sí suficientemente esclarecedor hecho de que con esta última frase L.A.L. demuestran considerar a los humanos como pertenecientes a un reino aparte del reino animal, esta afirmación (y las siguientes) de L.A.L. dejan claro para cualquiera que realmente haya leído y entendido mínimamente el n°1 de Último Reducto que quienes aparentemente son incapaces de dejar de trasladar rasgos humanos al resto de los animales son L.A.L. cuando “leen’ y comentan el mencionado número de Último Reducto. L.A.L. son incapaces de ver y reconocer que la absurda imagen antropomórfica que se les viene a la cabeza al leer el texto de U.R. es producto de su propia negligencia, subjetividad y prejuicios antropocéntricos y humanistas y no algo que en sí transmita y defienda U.R. Así, por ejemplo, cuando “leen” que los animales (humanos o no) se autogobiernan, en lugar de pensar en la autorregulación de la conducta y procesos vitales que se produce en todo ser vivo (animal o no) o grupo de seres vivos, de forma automática y no necesaria ni normalmente intencionada o autoconsciente, proyectan sus ridículos ideales

“directamente democráticos” sobre lo que leen, imaginando, parece ser, una asamblea formada por animales que se sientan a discutir entre sí el modo de planificar y gestionar sus relaciones. Son ellos quienes, aparentemente, no pueden dejar de ver el Mundo como “triángulos”, y lo peor de todo es que ni siquiera se dan cuenta de ello.

Pronto han olvidado L.A.L. sus propias palabras del artículo “Carta Abierta a los Primitivistas’ en el n°7 de su boletín: “[...] encontramos también ejemplos de especies animales que acometen una artificialización del medio con el fin de aumentar sus expectativas ecológicas [...]” similar en su contenido, en cierto modo y salvando las distancias contextuales, a la frase citada de U.R. Acometer una “artificialización” (más bien “modificación”) del medio (que puede ser social y no sólo ecológico) con el fin de aumentar sus “expectativas ecológicas” es, semejante a “buscar y crear las condiciones tanto físicas como psicosociales más adecuadas para su desenvolvimiento en las comunidades de las que forman parte”. Así vistas, fuera de sus respectivos contextos, la diferencia principal entre ambas frases radica sólo en que lo primero lo dicen los sapientísimos e infalibles Amigos de Ludd y lo segundo U.R., es decir, un presunto profeta iluminado de poca monta, según L.A.L. ¿Será que L.A.L., que por lo que parece ni son animalistas, ni son “ecologistas profundos’, proyectan también en su n°7 rasgos humanos sobre los animales no humanos? ¿O más bien será que ni U.R. en su frase ni L.A.L. en la suya cometen tal disparate, pero que L.A.L. en su animadversión obsesiva, ya no saben qué inventar para tratar de ridiculizar públicamente sea como sea lo dicho en el n°1 de Último Reducto y, a falta de argumentos racionales realmente válidos, le buscan cinco pies al gato?

Lo único que U.R. hace en las páginas del n°1 de Último Reducto es reconocer que ciertos rasgos psíquicos y conductuales considerados demasiado a menudo como presuntamente exclusivos del ser humano, no serían sino meras formas y/o grados específicos y concretos en que se presentan en nuestra especie unas capacidades y tendencias psíquicas básicas y generales compartidas por muchas otras especies animales, en diferentes grados según la especie. A lo largo de las muchas páginas del n°1 de Último Reducto (sobre todo en el fascículo B) se explican detenida y detalladamente todos estos matices. Si L.A.L. se lo hubiesen leído completa, seria y realmente, o si tuviesen un mínimo de honradez intelectual, no habrían dado por supuesto ni afirmado que U.R. dice lo que nunca ha dicho.

Y en cuanto a lo de que la insistencia “en la idea de la domesticación como negación de la libertad animal’ en el n°1 de Último Reducto supone entender la domesticación como “repetición de los esquemas de dominación humana, trasladada en este caso al reino animal’, es una forma realmente simplona, además de enrevesada, de interpretar no sólo los textos de U.R., sino los propios conceptos de libertad y dominación.

La libertad, tal y como U.R. la concibe, no es sino la autonomía de los procesos del funcionamiento autorregulado de los sistemas no artificiales, cuando éstos poseen cierto grado de consciencia y voluntad, o sea, es la posibilidad de actuar en base a su propia naturaleza cuando nos referimos a un tipo concreto de seres no artificiales: los animales que poseen un sistema nervioso mínimamente desarrollado.{86}

Es la libertad humana la que no es más que la aplicación de esta definición general a nuestra especie en concreto, y no al revés. U.R. no proyecta no se sabe qué idea de “libertad” presunta y exclusivamente referida a humanos sobre los no humanos, sino al revés, considera el caso de la libertad de los humanos un ejemplo concreto de libertad referido a una especie concreta (que casualmente es la nuestra) pero no por ello cualitativa o esencialmente distinta de la libertad de otros individuos de otras especies potencialmente libres (con sistema nervioso mínimamente desarrollado y, por tanto, con cierto grado, aunque mayor o menor según la especie, de consciencia y voluntad).

Y la dominación para U.R. no se reduce exclusivamente a los actos o situaciones que impiden o pervierten la libertad, tanto en el caso de los humanos como de otros seres potencialmente libres, sino al impedimento o perversión de la autonomía del funcionamiento de los procesos y sistemas no artificiales o salvajes, en general, de la cual la libertad, humana o no, no constituye sino una parte. Así que tampoco es cierto que U.R. traslade los esquemas de la dominación sobre humanos (lo que L.A.L. llaman “dominación humana’) a otras especies animales, sino que más bien U.R. considera que los esquemas de dicha dominación sobre humanos no son más que casos específicos concretos (referidos, eso sí, casualmente a nuestra especie) de la dominación sobre la Naturaleza en general.

Como pueden observar los lectores, la perspectiva de U.R. es totalmente contraria a la que L.A.L. pretenden achacarle. Y, en consecuencia, U.R. no tiene ningún problema en reconocer que las formas en que la dominación se manifiesta sobre los humanos pueden llegar a ser muy diferentes de las formas en que se manifiesta sobre otras especies animales o sobre el resto de la Naturaleza salvaje. Tales diferencias son obvias dado que los seres sobre los que actúa la dominación son muy distintos entre sí. Y esas diferencias se manifiestan de un modo tanto más diverso y complejo cuanto más complejo sea el comportamiento natural del sistema o ser sometido a dominación. No es raro pues que existan muchas y variadas formas concretas de dominación y alienación sobre seres humanos que no tienen parangón en las formas de dominación y alienación sobre animales no humanos (aunque algunas tampoco sean siempre tan distintas en el fondo).

Una cosa es que, a nivel moral, U.R. considere cualquier forma de dominación (entendida exclusivamente como atentado contra la autonomía de lo salvaje; en este caso contra la libertad de los animales -humanos o no-) como algo absolutamente malo y otra que no diferencie una vaca de un ser humano.

Dar a entender cosas como esta última, que es lo que hacen L.A.L., es tratar de ocultar la falta de argumentos racionales con demagogia rastrera.

Por otro lado, es cierto que U.R. no amplía en absoluto la idea de “emancipación” humana a otras especies, porque normalmente ni siquiera comparte dicha idea de “emancipación”, humana o no, a que se suelen referir quienes la pregonan. Por lo general, lo que quienes hablan de “emancipación” persiguen, tiene que ver con cualquier cosa menos con la libertad verdadera (es decir, con la posibilidad de los individuos, humanos o no, de desarrollar y satisfacer autónomamente su propia naturaleza). Por lo común, cuando hablan de “libertad”, “liberación”, “emancipación”, etc., estos personajes se basan en valores como la igualdad (miedo a ser diferentes, envidia, gregarismo, etc.), la felicidad o el bienestar (miedo al dolor y el esfuerzo), la sacralidad de la vida individual (miedo a la muerte), la solidaridad promiscua, es decir, con cualquiera, más allá de los allegados miembros del propio grupo social de referencia natural (colectivismo, bajo concepto de uno mismo y de lo propio, etc.), la compasión indiscriminada

(identificación enfermiza con todo lo que parezca víctima, débil, fracasado, etc.)... y/o en falsas ideas acerca de la libertad, es decir, pseudolibertades (“libertad” como escape de los condicionamientos determinados por la Naturaleza salvaje y como transgresión de los límites no artificiales; “libertad” como abstracción irrealista y evasión idealista respecto del Mundo físico; “libertades” sectoriales referidas exclusivamente a ciertas facetas de la vida y la conducta, y normalmente muy modernas: “libertad” de prensa,

“libertad” de credo, “libertad” de conciencia, “libertad” de expresión, “libertad” de voto, “libertad” de opinión, etc.; “libertades” como “derechos” -tener “derecho” a ser, tener o hacer algo no es para nada lo mismo que serlo, tenerlo o hacerlo-; etc.). Así que, tienen razón L.A.L. cuando dicen que aunque U.R. habla de la libertad de los animales no humanos no se refiere para nada a lo que se suele entender y defender por “emancipación humana”. Ni falta que hace.

Y, además, si según L.A.L., U.R. “traslada al reino animal los esquemas de dominación humana pero a su vez no amplía los esquemas de emancipación humana a otras especies’, o bien U.R. es incapaz de seguir el hilo lógico de L.A.L. y hay algo en estas frases que se le escapa, o bien son francamente contradictorias entre sí y carecen de vínculo lógico alguno. Por un lado “sí”, por el otro “no”. ¿Será esto un ejemplo más del “pensamiento” dialéctico al que L.A.L. y similares nos tienen acostumbrados?

Dicen L.A.L. que “para el proyecto revolucionario ‘clásico’, la libertad es algo que se conquista y que debe defender uno mismo; no se trata de un derecho otorgado’. De nuevo vuelven a aparecer en un texto de L.A.L. referencias a los viejos o clásicos “revolucionarios”, como si sólo hubiera un tipo de viejos “revolucionarios” y como si las ideas de éstos fuesen siempre infalibles y sus palabras incontestables. Ahora le toca a U.R. hacer analogías históricas “no forzadas’ y recordar que, en la Edad Media, las discusiones académicas solían ser zanjadas dogmáticamente recurriendo al archiconocido “Aristóteles dixit”

(“Aristóteles lo dijo’). Y como “Aristóteles dixit’, pues bien dicho estaba y se acabó la discusión. Sin embargo, tanto entonces como ahora, siempre han existido individuos que confían principalmente en su propia inteligencia y percepción de las cosas a los que lo que dijesen Aristóteles, Leakey y Lewin, los “viejos revolucionarios’ o cualesquiera que sean las presuntas autoridades, “clásicas” o no, a que se suele recurrir cuando se carece de mejores y verdaderos argumentos, no les parece más verdadero que lo que su propia razón y experiencia dicten. A U.R. esta constante e innecesaria referencia a la autoridad de los viejos revolucionarios , sin más argumentación, le suena a Escolástica, y aunque L.A.L. afirmen ser más amigos de la verdad que de Ludd{87}, demuestran ser aún demasiado amigos de sus tan adorados “clásicos”, como para que tal afirmación resulte creíble.

De hecho, las pseudolibertades y los valores ajenos o contrarios a la libertad verdadera citados más arriba, presentes en la mayoría de los discursos “radicales”, “críticos”, “emancipadores”,

“antagonistas”, “libertarios”, etc., han sido heredados, directa o indirectamente, de esos viejos socialistas y “revolucionarios” por los izquierdistas y pseudocríticos posteriores que los asumen y repiten (y aquéllos, a su vez, los adoptaron del humanismo, del cristianismo, etc.).{88}

Éste último es el caso de la idea de “libertad” a que se refieren L.A.L. cuando dicen que la libertad es algo que se conquista y debe ser defendida por uno mismo y no un derecho otorgado.

U.R. ya ha dicho que la libertad verdadera ni tiene, ni puede, ni debe tener relación alguna con la idea de “derecho”, otorgado o no. La libertad es una situación, un estado, un rasgo, o como mínimo una potencialidad, pero no un “derecho”; el concepto típico de “derecho” no es más que un fraude, una entelequia para distraer la atención de aquellos incautos que creen en él (mientras éstos buscan que los presuntos “derechos” les sean reconocidos, a sí mismos o a sus defendidos, no hacen lo que por naturaleza tenderían a hacer, podrían hacer y necesitarían hacer), es decir, para que no sean realmente libres ni actúen libremente.

A U.R. no le interesa en absoluto si los animales no humanos tienen o no

“derechos” y cuáles (y tampoco si los tienen los seres humanos). A U.R. lo que le importa es que, tanto muchos animales no humanos como los humanos, somos seres potencialmente libres que tendemos a comportarnos de forma autónoma en base a nuestra naturaleza (tanto específica como individual) y que, de hecho, lo hacemos en ausencia de circunstancias sociales que nos lo impidan.

Y en cuanto a lo de que la libertad es algo que se conquista y debe ser defendida por uno mismo, L.A.L. se refieren aquí en realidad a una de las mencionadas pseudolibertades. Según

L.A.L. y sus venerados “clásicos revolucionarios’, la “libertad” habría ido aumentando paulatinamente a medida que el ser humano se iba presuntamente “emancipando” de los condicionamientos naturales que le impedían “realizarse” y “elevarse”. Y la “dominación” según ellos, incluiría también esos condicionamientos naturales que impiden la “emancipación” humana. Si U.R. compartiese dichas nociones ciertamente habría caído en graves incongruencias.

Pero la libertad tal y como la entiende U.R. no tiene nada que ver con dicha idea progresista y humanista de “emancipación” respecto de la Naturaleza (más bien es prácticamente lo contrario). Si L.A.L. pretendían mostrar las supuestas contradicciones existentes en lo que U.R. decía, deberían haberse referido realmente a las nociones de libertad y dominación de U.R., y no a las “suyas” propias.

Si se entiende, como hace U.R., la libertad exclusivamente como la autonomía para tratar de satisfacer las propias necesidades y tendencias naturales y la dominación solamente como el impedimento de la autonomía de lo no artificial, eso de que la “libertad” ha de conquistarse y ser defendida por uno mismo para serlo de verdad no es más que una simpleza. Cuando no hay dominación, hay libertad sin necesidad de liberación (“conquista”). Es el caso de la mayoría de los animales salvajes en su hábitat natural. Y si un individuo, tras haber sido liberado por otros de alguna forma de dominación, sigue aún sin ser libre, el motivo de no serlo no será no haberse podido liberar por sí mismo, sino más bien que aún estará sujeto a otras formas de dominación.

Visto lo visto, resulta obvio que L.A.L. no están a favor de la verdadera libertad sino de pseudolibertades, y que por tanto, tampoco están en contra de toda dominación (ni siquiera, parece ser, de toda forma de dominación sobre humanos).{89}

Hasta aquí la contestación referente a las críticas y comentarios que L.A.L. hacen al n°1 de Último Reducto. U.R. reconoce que, si volviese a escribir el n°1 de Último Reducto en la actualidad, expresaría de otro modo o simplemente no incluiría ciertas partes pero, lamentablemente, los motivos para hacerlo serían otros muy distintos de los “puntos negros’ teóricos que L.A.L. pretendían haber descubierto en los contenidos del n°1 de Último Reducto.{90}

  • En relación a lo comentado por L.A.L. acerca del folleto de ALLIUM Contra el Consumo de Drogas, U.R. no acaba de entender a qué se refieren L.A.L. cuando dicen que este texto “se sitúa en la misma línea que los textos anteriores’. ¿Qué línea? ¿Qué textos? ¿Todos los textos que citan en el resto de su artículo antes de criticar el n°1 de Último Reducto (Pimiento verde, El Sendero Aborigen, Mordisco de Lobo, Salamandra y los folletos de Re-Evolución)? Si éste último es el caso, U.R. considera que existen muchas más analogías, en lo referente a la línea ideológica y los valores básicos defendidos (izquierdistas), entre L.A.L. y todos esos otros textos que entre éstos y U.R., ALLIUM y ZIZEN. Y a la vista está para quienes quieran verlo.

Por otro lado, hay algo que sorprende al leer las “críticas” que L.A.L. hacen a los textos de ALLIUM Y ZIZEN: en realidad, aparte de la posible vinculación forzada que quizá realizan con esos otros textos distintos del n°1 de Último Reducto que critican en el resto de su artículo, la cual mencionan pero no explican, y de la falsa acusación de elitismo y tono ofensivo para con el lector que ya ha sido suficientemente contestada por U.R., no son capaces de criticar realmente nada de los textos de ALLIUM Y ZIZEN, sino más bien lo que hacen es un comentario favorable de los mismos. Cabe preguntarse entonces por los motivos que les han llevado a incluirlos en un artículo que, por lo demás, tiene un tono tan beligerante para con el resto de textos citados. En realidad, el único motivo creíble por el cual L.A.L. incluyen a ALLIUM y ZIZEN en su artículo es que sabían que U.R. participó en la redacción de los textos de

ALLIUM y de ZIZEN. Cosas como ésta hacen dudar seriamente de que los verdaderos motivos por los que L.A.L. critican a Último Reducto, ALLIUM y ZIZEN se reduzcan sencilla y principalmente a una legítima, sana y honesta intención de discutir el contenido de sus textos.

  • Dicen L.A.L. que “la cuestión de las drogas es mucho más compleja y requiere una profundización. La propia definición del término droga plantea muchos problemas’. Es cierto, la cuestión de la drogas es muy amplia y compleja y si hoy ALLlUM siguiese en activo y escribiese algo acerca del asunto tocaría ciertos aspectos que no tocó en ese folleto (además de plantear, quizá, otros de modo distinto, aunque no demasiado, por lo general, y por supuesto, siempre desde una actitud de rechazo al consumo de drogas). Por ejemplo, las consecuencias, en referencia al consumo de drogas, de la izquierdización social generalizada producida a partir de mediados de los 90 -mayor tolerancia y generalización del consumo de psicoactivos- y su trascendencia en el mantenimiento y desarrollo de la sociedad tecnoindustrial -válvulas de escape psicoterapéuticas. Contra el Consumo de Drogas data de 1997 ó 1998 y por aquel entonces, tanto la situación social como la percepción y concepción que los miembros de ALLIUM teníamos de la misma eran un tanto diferentes (menos completas, complejas y claras, en lo que se refiere a nuestras ideas, y menos izquierdista y progre en lo que respecta a la índole de la sociedad tecnoindustrial de entonces). Aun así, por lo general, U.R. sigue pensando lo mismo acerca del consumo de drogas: es causa y efecto de alienación y mantiene el desarrollo del Sistema creando dependencias, desactivando y domesticando impulsos de rebelión potencialmente peligrosos para aquél y alejando de la Realidad a los individuos.

También es cierto que, en muchos casos, pueden plantearse dudas razonables a la hora de definir el término “droga”, pero ello no implica que necesariamente resulte tan indefinible, relativo, subjetivo, confuso, etc., que no pueda nunca entenderse lo que se piense y diga al usarlo. De hecho, ALLIUM da una definición bastante clara y explícita de a qué se refiere en su folleto cuando usa el término “droga”. Resulta obvio que se refiere, principalmente, a las sustancias psicoactivas, sin por ello dejar de reconocer que pueden existir otras definiciones más amplias, también aceptables en otros contextos. Todo término, cualquiera imaginable, supone dificultades a la hora de definirlo estrictamente, sobre todo cuando lo que se pretende es crear confusión o evitar el necesario esfuerzo de definirlo mínima y claramente. A menudo muchos personajillos favorables al consumo de drogas (o, más bien habría que decir: a su abuso) o simplemente condescendientes con él (para no quedar mal ni perder puntos -incorrección política- en ciertos entornos sociales en que dicho consumo y su defensa es la norma) se refugian en la presunta indefinibilidad intrínseca de los términos. Así tratan de entorpecer y evitar, por un lado, las posibles críticas en contra de lo que dicho término convencionalmente designa, impidiendo de este modo el desarrollo sano y racional de un verdadero debate acerca del consumo de drogas y, por otro, la propia autocrítica, o simplemente posicionarse de forma clara y definida al respecto. Su presunta incapacidad para definir “droga” es más bien un subterfugio para ocultar su cobardía, su miedo a definir no solamente “droga”, sino a enfrentarse a los hechos, a las críticas y a definirse abiertamente, a posicionarse claramente, ellos mismos. Es relativismo. Así que, si bien L.A.L. en este caso tienen buena parte de razón en lo que dicen, ¡ojo con la indefinibilidad de los conceptos! Ya lo dice el refrán: “A río revuelto, ganancia de pescadores”.

  • L.A.L. hacen referencia al “recurso al relativismo antropológico al que suele ser dada la izquierda, a saber, que ‘todos los pueblos de todas las épocas han consumido drogas’ [...]’. Si bien la intención de la crítica de L.A.L. a los “argumentos” de este tipo dados por los apologetas y gurús del consumo de drogas es correcta, es preciso hacer una matización técnica. U.R. supone que, con lo de “relativismo antropológico’, L.A.L. se referían al más comúnmente llamado relativismo cultural. Es cierto que muchos izquierdistas suelen tender al relativismo cultural. Esta tendencia, precisamente, está muy relacionada con la defensa que muchos izquierdistas hacen del historicismo a ultranza, del carácter exclusiva o principalmente “histórico” del ser humano, de la cultura y la educación como factores única o mayoritariamente determinantes del carácter y conducta de los individuos y grupos humanos, así como del rechazo de la existencia o importancia de una naturaleza humana, en especial a nivel psíquico y conductual (rasgos genéticos o biológicos - tendencias, necesidades y capacidades- determinantes del carácter y la conducta individuales o grupales). ¿Nos suena todo esto? Sin embargo, el caso comentado por L.A.L. (la justificación del consumo de drogas en base a su presunta universalidad) no es relativismo cultural sino justo lo contrario: universalismo o transculturalismo.

El relativismo cultural lo que afirma es precisamente que no existen rasgos culturales, valores, conductas, etc., universales, que no es posible encontrar rasgos culturales o conductuales que se repitan en todas y cada una de las sociedades humanas, o que al menos si los hubiese, se presentarían en formas tan diferentes que no se podrían equiparar entre sí. Así pues, no se podría afirmar, desde el relativismo cultural, que “todas las culturas en todas las épocas han consumido drogas’, ni mucho menos equiparar el consumo de ciertas drogas en ciertas épocas y culturas con el consumo de otras drogas en otras épocas y sociedades, sino más bien lo contrario.

Es sólo una cuestión de precisión técnica, pero cuando se habla tanto de cultura, sociedad, historia, relativismo, etc., y se pretende enmendar o incluso ridiculizar lo que otros dicen acerca de las culturas primitivas o preindustriales lo menos que se puede hacer es tener los conceptos filosóficos y antropológicos básicos mínimamente claros.

Por lo demás, U.R. está de acuerdo con L.A.L. en que es absurdo e inaceptable pretender justificar el consumo de drogas aquí y ahora haciendo referencia a presuntos consumos que llevaban a cabo ciertas culturas en otros lugares y épocas. Y no porque U.R. sea relativista cultural (no lo es) sino porque tales equiparaciones no son sino patéticos y mezquinos intentos de excusar lo inexcusable.

  • En cuanto a los comentarios de L.A.L. sobre El Mito de la Izquierda, poco hay que decir. U.R. comparte su opinión acerca de la necesidad de criticar el izquierdismo (aunque para ello quizá primero habría que definir qué es y qué no es izquierdismo; para muchos izquierdistas los izquierdistas son otros, nunca ellos mismos{91}).

  • Lo que ZIZEN criticaba bajo la denominación de “mito de la unidad’, no se refería en exclusiva a “la voluntad de unidad caiga quien caiga contra el ‘fascismo’’, sino también a cualquier otra forma de exaltación demagógica de la unidad o cohesión grupal frente a la amenaza de un presunto enemigo común, sea éste cual sea, con el fin de ocultar diferencias profundas e irreconciliables y de justificar y promover la (auto-) represión de la crítica interna y la disidencia. Dicho “enemigo común’, puede ser el fascismo, el capitalismo, el machismo, el Estado, el Poder, o cualquiera de los otros “cocos” tradicionalmente típicos de las diferentes corrientes izquierdistas, o bien el terrorismo, el comunismo, la delincuencia, etc. Pero también, en algunos casos “antiindustriales” del “mito de la unidad”, podrían llegar a ser usados a modo de “hombres del saco’ el desarrollismo, el industrialismo, y también incluso, como ya se ha dicho, ciertas nociones poco y mal definidas de izquierdismo.

  • Dicen L.A.L. que el relativismo es una “filosofía de taberna’. El relativismo es, lamentablemente, mucho más que el delirio alcohólico de los asiduos de los bares. Es, normalmente, la plasmación teórica y en palabras de una actitud psicológica básica relacionada con estados de debilidad o debilitamiento psíquicos (confusión, cobardía, inseguridad, etc.), o de ruindad ética (cuando el relativismo es exclusivamente moral), que a menudo se plasma a nivel teórico en forma de esquemas simplones (el infame “todo es relativo’ y similares), pero que a veces adquiere el rango de ideología en sí mismo, desarrollándose de forma lógica (que no racional) y sistemática. Y aun en los casos en que no llega a constituir una ideología en sí, impregna profundamente otras muchas ideologías.

Sea como sea, si bien en la mayoría de los casos el relativismo no suele pasar del primer nivel (esquemático y simplón), ha sido asumido, por desgracia, de forma generalizada, en mayor o menor medida, por gran parte de la población de la sociedad tecnoindustrial actual (izquierdista o no, culta o no). Hoy en día, el relativismo (elaborado o no) es dogma de fe (dogmatismo “antidogmático”) ya que sirve para justificar lo injustificable y lograr así que los individuos acepten de buen grado las cambiantes condiciones de vida, cada vez más antinaturales e indignas, a que se ven sometidos por el rápido desarrollo de la sociedad tecnoindustrial.

Por otro lado, los lectores de “¿Se Abre Paso la Crítica Antiindustrial?” deberían tener muy presente en este caso que, al igual que sucede con el izquierdismo, una cosa es criticar el relativismo y otra no ser relativista. Criticar un mal no es suficiente para inmunizarse contra él (ni siquiera lo es para hacer creer que uno está libre de dicho mal a cualquiera que no sea un memo incauto). Los relativistas más despreciables son los que por un lado hablan mal del relativismo y al mismo tiempo, por otro lado, tratan de colarnos cosas tan inequívocamente relativistas como: “Al fin y al cabo, la crítica efectiva del industrialismo no la puede poner en práctica un grupo de fanáticos seguros de la certeza de sus tesis’ [Los Amigos de Ludd, n°8, “¿Se Abre Paso la crítica

Antiindustrial?’, página 1]. ¿Seguro que no? Ya sólo realizar esta aseveración tan rotunda supone mostrar un gran convencimiento (probablemente excesivo) en la certeza de su contenido. Además de reprobar la nada sutil acusación de fanatismo{92}, cabe preguntarse: ¿acaso serían unos oponentes más efectivos del sistema tecnoindustrial aquellos que no tuviesen siquiera la mínima certeza de que dicho sistema debe ser criticado ni de porqué (es decir, de al menos el carácter inevitablemente pernicioso de por lo menos algunos de sus efectos)? ¿Es tan malo siempre tener certezas y/o tan bueno no tenerlas? ¿Por qué? ¿Estarán seguros los Amigos de Ludd de la veracidad y pertinencia de las aseveraciones y críticas que realizan en su boletín en general, y en dicho artículo en particular? Si lo están, ¿serán unos fanáticos? Y si no lo están, ¿a qué están jugando entonces?

Cuando nos encontramos con alguien que suelta alegremente semejantes tópicos relativistas y a la vez pretende hacerse pasar por crítico del relativismo podemos estar seguros al menos de una cosa: no es de fiar.


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Proyección triangular del autogobierno animal (según L.A.L.).


“Contestación” pública de Los Amigos de Ludd

[Publicada en Los Amigos de Ludd, n°9, fecha desconocida, página 20]:

La única respuesta que hemos recibido a la polémica iniciada con nuestro artículo « ¿Se abre paso la crítica antiindustrial?» ha correspondido a Último Reducto. Dada la extensión de su carta[24] -más de cien páginas manuscritas-, no nos es posible reproducirla en su totalidad y, puesto que recortarla no haría más que fomentar una lectura tendenciosa de su texto, sólo podemos recomendar a su autor que la publique por su cuenta. De todos modos, debemos reconocer un error nuestro cometido en « ¿Se abre paso...?» Último Reducto nos reprocha con razón haber utilizado como un hecho contrastado algo que en el libro de Lewin y Leaky [sic] que citamos entonces (La sexta extinción) no es más que una mera hipótesis, a saber, la extinción de algunos grandes mamíferos por la acción de tribus humanas cazadoras. Esto fue, hay que reconocerlo, una ligereza por nuestra parte.

Por otra parte, en abril del 2005, recibimos un texto de Último Reducto con el título de «Carta abierta a los Amigos de Ludd y Similares»[25] en respuesta a nuestra «Carta abierta a los primitivistas» del boletín n°7. Otra vez, la extensión del texto (178 páginas manuscritas) nos impide publicarlo, y el enredo ergotizante nos impide resumirlo. Con todo, invitamos los interesados [sic] a pedirlo directamente a su autor [...] que por otra parte tenía intención de publicarlo por su cuenta.

En todo caso, cabe decir que nosotros siempre hemos valorado la expresión sucinta como una cualidad humana, de la cual no peca especialmente el redactor de Último Reducto.


Comentario De U.R. Acerca De La “Contestación” Pública De L.A.L.:

Únicamente hay que señalar que si bien hay que reconocer que los textos originales enviados a L.A.L. eran demasiado largos y llenos de digresiones superfluas, es de temer que L.A.L. sigan considerando excesivamente “largas” las adaptaciones, bastante más abreviadas y escuetas, publicadas en esta obra.

Sin embargo, la brevedad también tiene sus límites, más allá de los cuales se cae en la hipersimplificación, en la demagogia y/o en la ininteligibilidad de lo escrito. Y L.A.L. a menudo los rebasan con creces.


Epístola privada de J.R.H. a Último Reducto.

[Remitida a U.R. con fecha del 17 de noviembre de 2005]:

[...] En primer lugar, me presento. Me llamo [J.] y soy el autor del artículo «¿Se abre paso la crítica antiindustrial?». No formo parte del grupo redactor original de Los amigos de Ludd, sino que he colaborado en alguna ocasión con él a partir del acontecimiento del Prestige,[26] a raíz de un intercambio epistolar motivado por la catástrofe y sobre todo por las reacciones que la sucedieron. A fines del año pasado les propuse a los autores del boletín abrir un debate en forma de polémica abierta con las publicaciones que en los últimos años han tratado de criticar teóricamente la sociedad industrial. Aunque el artículo lo redacté íntegramente yo, sometí el texto final al criterio de [T.] y [R.] (los fundadores de Los amigos de Ludd) y no movieron una coma. Así pues, lo que se decía en aquel texto es compartido por todo el grupo, pero lo que diga yo ahora será exclusivamente mi juicio propio.

Dicho esto, te haré saber que he leído tu respuesta a mi artículo con interés; de hecho, hacerlo me ha costado menos que la lectura tan fatigosa de los números lA y lB de Ultimo reducto [sic] o de las notas a los Textos de Ted Kaczynski[27]. Ojalá utilizaras más a menudo ese lenguaje más distendido de tus cartas. No he podido encontrar en él con tanta frecuencia el tono oracular que rebosan tus escritos públicos. Por mi parte, admito que el estilo que empleé en mi artículo era bastante agresivo, pero para mí era un paso necesario para crear una polémica. Sé que tú sueles medir cada palabra que utilizan los demás (pese a que nunca te apliques a ti mismo ese rasero) pero, en el caso de las otras publicaciones no sabíamos si responderían a una simple crítica del tipo de «en esta página aciertan pero en la otra página yerran», así que opté por un tono satírico, siempre útil en las polémicas. Que lo haya logrado o no es otra cuestión, y aquí seré humilde respecto a mis limitaciones literarias. Por último. quiero decir que para mi el sentido de una polémica no es convencer a tal o cual adversario dialéctico, lo que si bien no es imposible no deja de ser más bien improbable, sino argumentar las críticas para que el público de dicha polémica pueda formarse un juicio mesurado. De ahí que nuestra intención inicial fuera publicar las respuestas; el problema es que la tuya es demasiado larga («Las respuestas que se nos envíen se publicarán en la medida que permita el espacio del boletín», dijimos entonces) para incluirla, si no queremos hipotecar tres cuartas partes del próximo número para ella. Así pues, no consideramos muy fructífero que nuestro debate se limite a un intercambio epistolar privado. Pero de todo esto, y de las posibles soluciones para este asunto, hablaré al final de esta carta.

Una vez acabados los prolegómenos, paso a responder a tu larga epístola. Empezaré explicando la analogía de los romanos (por cierto, no pienso utilizar ese irritante deje izquierdista de escribir «l*s roman*s», salvo cuando cite tus propios textos). No se trata de una comparación banal pero, obviamente, no creo en que la historia «se repita» o que «funcione por ciclos», como suelen decir los lugares comunes habituales. Mi intención era hacer ver que la civilización tecnoindustrial se está hundiendo ya y que eso hace ver a muchas personas la necesidad de la secesión con este sistema. Pero en realidad no quería mostrar con eso que el derrumbe del Imperio romano y el de esta sociedad sean análogos. De hecho, escribía que «como entonces, este hundimiento también puede tomarse la paciencia de producirse durante varios siglos, para que nadie espere un estallido que obligue a los hombres a posicionarse de una vez y para siempre a favor o en contra de la libertad»{93}.

Donde desde luego puedes encontrar un símil es en las líneas que comparan el cristianismo y la moral que propones tú. Convendré contigo en que puede ser una provocación exagerada y yo mismo dudé de la dureza de mis afirmaciones en el momento de dar el visto bueno al texto final; pero después de leer los Textos de Ted Kaczynski y tu réplica, no he podido por menos de reafirmarme en lo dicho entonces. Para abreviar, vuestra filosofía (pues de una filosofía se trata, y no de una crítica política de la sociedad) tiene mucho de nueva moral estoica. La referencia a Roma no pretendía dotar de barniz erudito mis argumentos, ni me equivoqué al hablar de moral «selectiva»; tus prevenciones cara a los eventuales interlocutores de Último reducto [sic] son elocuentes en ese sentido. Al hablar del «fin del Imperio industrial» no os adjudicamos ninguna afirmación. Soy yo el que dice que el Imperio industrial puede derrumbarse (eso sí, durante siglos si hace falta) y en ningún momento digo que hayas profetizado tal cosa.

En cuanto a lo de censurar previamente a los malos lectores, forma parte de una táctica paupérrima muy recurrente en vuestros textos (y digo «vuestros» porque tus acólitos coinciden sospechosamente en utilizar los mismos procedimientos teatreros): se muestra una imagen de dureza que no se detiene ante nada y, si hace falta criticar a algún santón del pensamiento crítico, se le critica, no faltaba más. Lo que no entiendo es por qué utilizar una cita atribuida tiene que ser de forma invariable señal de prejuicio o de adulación necia. Sencillamente, confiamos en la capacidad crítica de los lectores, y si alguien nos manda una carta babosa o estúpida, no le contestamos. No hay que alardear de eso de una manera tan farisaica (más adelante daré un ejemplo de la influencia funesta de tu apostolado). Por no hablar de que atribuir las citas puede permitir a los lectores interesados cotejarlas, profundizar en algunos autores por su cuenta y, en definitiva, ser más autónomos. Por ejemplo, para mí es gratificante saber que algunas personas han descubierto, y leído por su cuenta, a Günther Anders[28] oa [sic] George Orwell gracias a Los amigos de Ludd. Si no utilizáramos más que sus siglas G.A. o G.O., ¿quién iba a poder estudiarlos por su cuenta? Y lo mismo cabe decir de Mumford y demás. Esto no es igualitarismo bobo, sino un mero trato de respeto que otorgamos (y que esperamos) en nuestras relaciones{94}. Cierto que la lectura absolutamente desprejuiciada es un ideal pero ¿quién aspira a ella? El mérito de la lectura está precisamente en que es una exigencia permanente al lector y una de las formas más elevadas de pensar uno mismo.

(Voy a permitirme ahora un breve excursus sobre la cuestión de tu estilo. Lo traigo a colación porque en las páginas que dedicas a hablar en tu carta del asunto de los lectores me infliges un par de joyas de valor incalculable. Por ejemplo: «la mayoría del Rebaño siempre ha menospreciado, perseguido, o incluso considerado arrogantes y elitistas a aquellos que viendo este hecho [a saber, la falsedad del igualitarismo], se apartan de esa norma, e incluso la ponen en cuestión», etc. La metáfora izquierdista de la oveja negra está bastante sobada, dicho sea de paso, pero me llama la atención ante todo la forma en que te sitúas por encima de la chusma que te rodea, si es que vives en Bilbao. El uso de las mayúsculas, así como el tono absolutamente sentencioso de tus escritos —aunque en tu carta has bajado un poco de tu columna— o tu tendencia al aforismo a lo Jorge Bucay{95}[29], dan la impresión —y aquí podrás hacer una exégesis de veinte o treinta páginas para criticar la forma tan retorcida con que pervierto y malinterpreto tus doctrinas—, dan la impresión, digo, de una falta de humildad pasmosa, y más aún si tenemos en cuenta que tú mismo haces gala de una carencia de capacidades de lectura francamente notable; estoy pensando en el pasaje que dedicas a Marx en tus Textos...[30] pero de eso hablaré más tarde. Por de pronto, lo importante es lo escandaloso de tu actitud altanera —por lo menos sobre el papel— hacia el resto de los mortales. La verdad es que a mí las masas que derrochan su dinero tristemente ganado en el Max Center[31] no me parecen los ciudadanos de una democracia, pero no puedo llamarlos «Rebaño» con ese tono adusto del filosofastro que se sabe fuera de él.)

Respecto a la cuestión de la actividad política, debo reconocer que la idea del «abandono» de tal actividad no la he encontrado teorizada con rigor (de hecho, nunca teorizas nada con rigor) en tus textos, sino que es una interpretación de varias cosas: por un lado tu desprecio de gran estilo hacia «el Rebaño» y por otro lado en tus formas de establecer análisis (es un decir) de las luchas políticas. Por ejemplo: en tu relato de las luchas contra la construcción del pantano de Itoiz te permites rematar un párrafo como sigue: «tras años de lucha contra el proyecto el resultado, como era de esperar, fue: parte de l=s activistas pres=s a causa de los sabotajes, parte escondid=s en busca y captura, sentencias contra las obras que nunca fueron tenidas en cuenta por l=s promotor=s del proyecto... y un hermoso valle arrasado». Ese horrendo «como era de esperar» denota la satisfacción del profeta hosco que ve realizadas sus predicciones más funestas. ¡Enhorabuena! Según tu brillante lectura de los hechos, si la presa de Itoiz se ha construido es porque no se pudo parar. Genial pleonasmo, que evita indagar más de cerca en las circunstancias concretas que han rodeado un conflicto concreto y permite a la vez acomodarse en las teorías autorreferenciales de Ultimo reducto [sic]. Pero para quien quiera ir más allá habrá que estudiar el porqué del fracaso de esas luchas: los ires y venires de la oposición al proyecto, incluyendo dos maneras distintas de entenderla (los Solidarios y la Coordinadora); la magnificación de un sabotaje indudablemente eficaz pero que no tuvo continuidad; la desmovilización social creciente de las sociedades «modernas»; la aceptación por parte de varios miles de personas de vivir bajo el terror de una fractura de la presa, etc. En realidad lo de Itoiz para ti es lo de menos: no se trata al fin y al cabo más que de una treta para dotar a tus tesis de un argumento más. Por esa razón no sorprende que condenes de un plumazo las actividades políticas que repasas en las páginas 26 y 27 de tu carta y te quedes con las más confortantes: el debate teórico en circuito cerrado (que ha permitido que sufras una hybris filosófica plenamente injustificada) y la dichosa práctica cotidiana, que no tiene nada de político. Los que hemos colaborado con Los amigos de Ludd no somos partidarios del activismo espectacular, que tú y yo conocemos bien por haber participado en él, y por eso podemos rechazarlo con conocimiento de causa; en eso estamos de acuerdo. Por otro lado, ¿no se nota que Los amigos de Ludd tiene poco que ver con el diario Marca? Creo que es obvio que no aspira a atraer por la belleza de su maquetación ni por las posibilidades de ascenso social que garantiza identificarse con las tesis defendidas en el boletín.

Por otra parte, yo no quería acusarte de escribir sobre autoayuda. Me refería a que en la época actual, en que prolifera ese tipo de textos, los tuyos no desentonan tanto con la línea oficial del régimen. El auge del individualismo, que tú reivindicas con ahínco, es un producto de la era burguesa, por mucho que rechaces honradamente lo que ésta conlleva; pero es innegable que confiar de tal forma en las posibilidades de transformación social de los individuos aislados es algo muy moderno, te guste o no.

Con esto llegamos al meollo de la disputa, que es, me temo, de cariz filosófico, razón por la cual no me apetece nada acometerla. A diferencia de ti, no hago de pensador, así que mis certezas son negativas: más que saber lo que es verdad (tú dirías «Verdad»), sólo sé lo que no lo es, y no siempre. Me parezco a eso que Nietzsche[32] llama con tanta amargura «hombres del resentimiento», pues me complace soltar martillazos dialécticos a los sabihondos que, como tú, se dedican a derramar por doquier sus prédicas para desesperados[33]. Tú y la gente de tu entorno intelectual (luego diré algo sobre uno de tus discípulos) pretendéis empezar desde cero una nueva forma de crítica social que rompa definitiva y netamente con las anteriores, lo cual me parece loable (no bromeo): deshacerse de los lastres izquierdistas y progresistas es una tarea nada cómoda{96}. Ahora bien, lanzarse a hacer filosofía sin tener ni puta idea no es ya algo admirable sino ridículo para quien no se deje cegar por unas formas contundentes como las tuyas. Por mi parte, no pienso renunciar a lo mejor de la tradición crítica del pasado; creo que tampoco los autores originales de Los amigos de Ludd, pues de no ser así no habrían escogido para su boletín un nombre inspirado claramente en «Los amigos de Durruti», que no tienen nada que ver con la crítica antiprogresista.

Me importa poco lo que digas del antropomorfismo animal. Eso de que la libertad humana es una prolongación de la libertad animal es una idiotez. En el n°1 de UR dices que «la Libertad, la verdadera, la real, es una capacidad que todos los seres con sistema nervioso y capacidad de locomoción (seres potencialmente libres) tenemos»{97}. De aquí se deduce que las lombrices, por ejemplo, son libres. Sin embargo, yo hablaba de que

para el proyecto revolucionario “clásico”, la libertad es algo que se conquista y que debe defender uno mismo; no se trata de un derecho otorgado. En el caso de los animalistas, esto ni se plantea, pues los animales —a los que no obstante se atribuyen todas las virtudes de los humanos y ningún defecto— no están en condiciones de liberarse de la “dominación humana” (suponiendo que ésta sea comparable a la dominación de clase o al sometimiento neotecnológico). Así pues, aunque sólo sea por esta razón, no puede hablarse de una misma idea de libertad para los animales y para los seres humanos.

Con todo esto me refería a que la idea de libertad humana es también una construcción histórica (o social y cultural, si lo prefieres). El ser humano tiene una esencia natural pero nunca es sólo esa esencia, sino que vive en unas circunstancias determinadas que permiten que pueda hablarse (y no sólo retrospectivamente) de libertad. Date cuenta de que utilizas conceptos absolutamente humanos o, mejor dicho, modernos (en el sentido de que se han formado durante la Modernidad, y son incomprensibles fuera de ésta) para hablar de los animales: hasta la distinción del mundo natural en reinos es una idea humana, y no algo dado en sí en la naturaleza.

Por todo ello rechazo tu idea de la Dominación. Cuando todo es Dominación, nada lo es, y acabas incurriendo a contrario en el error del relativismo. Basándose en tus disparatadas ideas, ¿qué es lo que debería llevar a los animales, humanos o no, a juzgar condenable la Dominación y a combatirla (suponiendo que los «animales no humanos» sean capaces de hacerlo)? Es más, hablar de «animales no humanos» no es otra cosa que una forma vil de deshumanizar al hombre; y mejor no hablar de esa «ley del Desarrollo» que «no tiene excepciones»...

Quiero pasar a un análisis detallado de tu capacidad de lectura, mediante el cual trataré de hacerte ver tus contradicciones. En las páginas 127 y 128 de los Textos... haces una defensa clara del materialismo, que llegas a identificar, en lo que según tú es su variante más consecuente, con el «fisicalismo», y de paso te remites a la nota 8 de la página 140, en la que te despachas a gusto con el marxismo. Pues bien, aquí alcanzas las cotas más bajas del alcantarillado intelectual. Después de hacer una apología de eso que tú llamas fisicalismo[34]{98}, derivas hacia una crítica del marxismo paupérrima: «El dinero es un símbolo y los valores financieros el símbolo de un símbolo a su vez [...], lo cual lo aproxima mucho más a conceptos sobrenaturales y meramente “espirituales” como por ejemplo “dios” o “fantasma”». En Los amigos de Ludd nunca se han escatimado las críticas al marxismo, e incluso a Marx. En tu caso, queda claro que al hablar de marxismo has excluido, a Lukács[35] y a Debord[36], pero sobre todo a Marx, que tituló uno de los primeros capítulos de El capital «El carácter fetichista de la mercancía y su secreto». ¿Te suena? Sé que has leído, mal que bien, a los situacionistas, pues una vez te oí hablar de ellos. ¿Conoces la crítica del fetichismo de la mercancía? Las ideas de Los amigos de Ludd la heredan en gran parte a través de la Encyclopédie des Nuisances, que es quien más ha hecho por superar la crítica situacionista y enlazarla con la crítica de la sociedad industrial. Para ti, obviamente, una vez reducido el marxismo a la variante economicista del leninismo- estalinismo, es muy fácil burlarse de él.

Pero esta lectura tontorrona de Marx concuerda perfectamente con tu pretenciosidad filosófica. De ahí que las definiciones que se dan en tus obras caigan las más de las veces en una ambigüedad tal que se convierten en indefiniciones (como la aludida antes respecto a la lombriz). Y así, tenemos que «la Libertad no es sino la Autonomía de los procesos del funcionamiento autorregulado de los sistemas no artificiales, cuando estos poseen cierto grado de consciencia y voluntad» (UR n° 1, pág. 81), o que la Dominación es «el impedimento o perversión de la Autonomía del funcionamiento de los procesos y sistemas no artificiales o salvajes, de la cual la Libertad, humana o no, no constituye sino una parte». Según tu credo, la Dominación humana no es más que un caso de la Dominación animal. Así pues, da la impresión de que evalúas las acciones humanas con un prisma zoológico pero falsamente, pues tarde o temprano aparece el término «artificialización», con lo cual volvemos al punto de partida: es decir, que en el humano se produce, en efecto, un cambio cualitativo respecto a los demás animales.

Hace un año publiqué una traducción de un texto de Jaime Semprun, El fantasma de la teoría, para criticar la pretenciosidad de los que pretendéis hacer una crítica totalizadora de la sociedad actual; si no lo has leído, puedo hacértelo llegar. Tú incurres en todos lo vicios criticados por Semprun en dicho folleto pero sin las virtudes de los pensadores asalariados del mundo académico. De verdad, vuestras definiciones dan risa. Y digo «vuestras» porque hay por ahí otra persona, que atiende al nombre de [A.S.A.], que utiliza el mismo estilo soporífero y pedante que tú para expresarse (por decirlo de algún modo), como queda claro leyendo la página 2 de su folleto Tecnología dominadora contra libertad y autonomía. He sabido, por lo demás, que él es el autor de dos reseñas en la revista “Ekintza Zuzena” de obras de Lewis Mumford (el folleto La megamáquina, extraído del libro El mito de la máquina) y de Miguel Amorós (Primitivismo e historia){99}. Ni se me ocurre hacerte culpable de lo que diga otra persona; sólo quiero señalar el hecho de que [A.S.A.] se vale —de forma más burda— de la misma argucia que tú, a saber, ejercer una especie de implacabilidad crítica con todo, para demostrar que no se tiene ningún ídolo: ni san Miguel Amorós ni san Lewis Mumford quedan a salvo de «la crítica despiadada de todo lo existente» (hay que ser una especie de monstruo de erudición para soltar sin despeinarse que «hasta cierto punto, el texto [de Mumford] tiene interés»!). Esta actitud puede deslumbrar a los incautos (en el país de los ciegos y tontos, el que sólo es ciego es rey) pero no a los que hemos leído algo más que el Manifiesto comunista.

Así se entiende esa norma invariable en tus textos de mirar con lupa hasta la última coma de lo que dicen otros (llevas esto al extremo en los Textos..., quizá para demostrar que estás libre del influjo hipnótico que debe de tener Kaczynski), pero tú no pareces molestarte en leer esas [sic] prosa indigesta tuya, pródiga en definiciones como las que he citado antes, poseedoras del mismo valor lexicográfico que un catálogo de Ikea[37]. Lo peor es que salta a la vista que tú mismo te tomas en serio. A nadie debe sorprenderle, pues, la deprimente falta de humor de tus escritos y de los que inspiras. Me permitiré recordar otra vez a Nietzsche: «La objeción, la travesura, la desconfianza jovial, el gusto por la burla son indicios de salud: todo lo incondicional pertenece a la patología».

Me temo que esta carta mía no contribuirá precisamente a mejorar nuestras relaciones, que quizá podrían haber sido distintas si hubiésemos coincidido en otras circunstancias. En fin, ni tú ni yo publicamos nuestras ideas para hacer amigos, así que sólo me queda decirte que no contestaré a ninguna carta que puedas enviarme, aunque seguiré leyendo lo que escribas y que llegue a mis manos. Respecto a la transcripción de la polémica con Los amigos de Ludd, te propongo publicar una nota como sigue:

Hemos recibido una respuesta de Último reducto [sic] a nuestro artículo del n° 8. Desgraciadamente su extensión (más de 120 páginas) nos impide publicarla. Hemos enviado una réplica a su autor y le invitamos a que la dé a conocer por los medios que considere oportunos.[38] En cualquier caso, insistimos en que se debe sólo a su amplitud, pues la misiva de Ultimo reducto [sic] cumple el otro criterio exigido (la argumentación de las ideas y las críticas).

Sé que es poco, pero no podemos dar cuenta de tu carta, tan larga, ni cortarla, pues dada su homogeneidad equivaldría a mutilarla, y cualquiera -empezando por ti- podría acusamos de ser tendenciosos en nuestra selección.

Una última cosa. Lo del nazismo no me ha gustado, porque yo nunca os comparo con él. En realidad vuestras ideas tienen mucho que ver con Heidegger[39], pues chapurreáis la misma «jerga de la autenticidad», con la diferencia de que si para él lo auténtico eran los campesinos medievales de la Selva Negra, para vosotros lo son los cazadores-recolectores del Paleolítico. Pero Heidegger, que era nazi, no fue un ideólogo del Partido. Dudo de que más de tres personas de su ideología entendieran sus palabras. Así que en ningún caso he considerado a Ultimo reducto [sic] cercano al nazismo; por el contrario, suscribo todo lo que se dice en la nota 3 de las páginas 68 y 69 de los Textos... sobre fascistas y antifascistas.

Si en cualquier caso quieres discutir de viva voz estas u otras cuestiones, y espero que podamos hacerlo civilizadamente (me permito el chiste), puedes contactar conmigo a través de la dirección del remite [...]


Comentario de algunas de las críticas de J.R.H.

Por Último Reducto.

“El Señor lo ha puesto en mis manos".{100}

Parte de las críticas teóricas de J.R.H. han quedado ya suficientemente contestadas en los artículos de U.R. precedentes. Así que, U.R. se limitará, principalmente, en este caso a explicar algunos de los puntos teóricos o estilísticos no tratados previamente que considera importante aclarar públicamente. Si bien es cierto que a veces el tono y el estilo de U.R. en algunos de sus anteriores textos (por ejemplo, en los comentarios y notas de Textos de Ted Kaczynski), podría no haber sido el más adecuado (en este sentido, el tiempo no ha pasado en balde y U.R. considera haber madurado en lo referente a la expresión de sus ideas), no cree que ello quite, en general, valor al contenido fundamental de los mismos. Sin embargo, considera fútil e incluso contraproducente para el correcto desarrollo de unos verdaderos debate y crítica realmente contrarios a la sociedad tecnoindustrial, contestar una por una a todas las abyectas invectivas de J.R.H. Dejará, por tanto, que los lectores inteligentes valoren por sí mismos la veracidad, los motivos y el tono de muchas de las críticas y de los ataques personales de J.R.H., así como su calidad moral. Aunque en ocasiones resultará imposible no devolver el golpe.

  • El uso de ,=‘ en lugar de “o’ o

“a”, es ciertamente una costumbre trivial que el redactor de Último Reducto adoptó de las tendencias izquierdistas que contaminaron su ideología y su práctica durante cierta etapa de su vida, en la que su ingenuidad y su inexperiencia pesaban más a la hora de elegir referentes y compañeros políticos que su natural rechazo por la psicología y la ideología izquierdistas. Esto último nunca ha sido negado por U.R., como puede comprobarse, por ejemplo, en la autocrítica del n°0 de Último Reducto aparecida en el n°1 de Último Reducto, fascículo A, página 1.

U.R. siente en el alma que a nuestro sensible “amigo” le resulte tan “irritante” el uso que hace U.R. de “=“ en lugar de “o” o “a” para intentar eliminar el género de los sustantivos en sus textos más antiguos. Y se congratula en anunciar que hace ya tiempo que se libró también de ese vicio progre. Ojalá todos los presuntos antiprogresistas pudiesen decir lo mismo de su evidente acervo cultural izquierdista.

De todos modos, si bien dicho uso es una costumbre banal inspirada en estúpidas teorías lingüísticas

“feministamente correctas’, no es menos cierto que la crítica del mismo es igualmente banal.{101}

  • U.R. nunca ha afirmado en ningún sitio que ‘‘utilizar una cita atribuida tiene que ser de forma invariable señal de prejuicio o de adulación necia’. Como ya se ha dicho, lo que U.R. pretendía evitar, ingenuamente quizá, al firmar las citas sólo con iniciales era la frecuente y triste tendencia generalizada a dejarse llevar por prejuicios al usar o leer citas atribuidas. Usar o leer una cita de un texto ajeno no tiene por qué implicar, de forma invariable, prejuicio o adulación respecto a sus autores, pero, desgraciadamente, suele implicarlos demasiado a menudo. Y nadie está libre de caer en ello alguna vez.

Dicho esto, y sin quitarle validez, hay que reconocer que J.R.H. tiene razón al decir que dar las referencias bibliográficas completas de una cita permite cotejarla o profundizar en el conocimiento y la crítica de la obra de su autor. Por ello, U.R. tampoco oculta ya la identidad de los autores que cita.

  • U.R. considera deseable que se intente al menos, tanto por parte del lector como del escritor, que la lectura sea objetiva. Si esto ni siquiera se desea ni intenta, entonces la comprensión cabal y la crítica justa se hacen imposibles.

Y puede que el mérito de la lectura esté precisamente en que, si se lee en condiciones, ésta es una exigencia permanente al lector. Pero es obvio (y U.R. no señala a nadie) que no todo lector está a la altura de cumplir tal exigencia.

Y en cuanto a la afirmación de que la lectura es una de las formas más elevadas de pensar por uno mismo, es algo muy, muy matizable. Se puede leer y pensar, se suele leer sin pensar y se puede pensar sin leer. Lo primero es raro, lo segundo muy frecuente y lo tercero lo habitual en casi todos los seres humanos, salvo entre los intelectuales o quienes aspiran a serlo, en los cuales prima la segunda tendencia.

Ya que a nuestro erudito “amigo” parece que le gusta usar a Nietzsche como referencia intelectual para avalar sus propias opiniones, U.R. recordará aquí el siguiente fragmento que viene muy al caso:

“El docto, que en el fondo no hace ya otra cosa que ‘revolver’ libros -el filólogo corriente, unos doscientos al día-, acaba por perder íntegra y totalmente la capacidad de pensar por cuenta propia. Si no revuelve libros, no piensa. Responde a un estímulo (un pensamiento leído) cuando piensa, -al final lo único que hace ya es reaccionar. El docto dedica toda su fuerza a decir sí y a decir no, a la crítica de cosas ya pensadas, -él

mismo ya no piensa... El instinto de autodefensa se ha reblandecido en él; en caso contrario, se defendería contra los libros. El docto -un ‘décadent’. Esto lo he visto yo con mis propios ojos: naturalezas bien dotadas, con una constitución rica y libre, ya a los treinta años «leídas hasta la ruina», reducidas ya a puras cerillas, a las que es necesario frotar para que den chispas - ‘pensamiento’-’. [Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, Alianza, 2003, página 56].

  • Sobre la cuestión del “Rebaño’ y la tan sobada metáfora izquierdista de la oveja negra, nuestro entendido “amigo’ demuestra estar bastante despistado. El redactor de Último Reducto (bajo el pseudónimo “E=m.c2’) ya dejó bastante clara su postura con el cuento “La Oveja Negra y el Lobo’ [en Historias Desde el Lado Oscuro, 2004, páginas 25-27]. La cuestión no es si se está o no por encima del “Rebaño”, sino si se está dentro o fuera de él (o más bien si se quiere estar dentro o fuera, pues, hoy por hoy, totalmente fuera no está nadie). La respuesta diferencia, respectivamente, a los pseudocríticos izquierdistas del Sistema (“ovejas negras”) de aquellos que odian el Sistema realmente.

  • U.R. lamenta mucho contradecir a nuestro humilde “amigo”, pero el Rebaño, la Masa, la aceptación de la corriente mayoritaria, consumista o no, es la base de la democracia, se entienda ésta como se entienda. Y asumir la democracia como un valor que defender (como evidentemente hacen J.R.H. y sus Amigos) es un grave error, no ya filosófico, sino práctico. Pero también lo sería perder el tiempo aquí en discutir el concepto de democracia, así que dejémoslo estar.

  • En cuanto a que el redactor de Último Reducto se refiera a sí mismo en tercera persona y con pseudónimo, las razones no vienen al caso. Probablemente a algunos pueda parecerles una costumbre peculiar, pero U.R. no cree que ello suponga una gran molestia para los lectores realmente interesados en entender los textos de U.R. y no piensa abandonarla de momento.

Y, por cierto, otros se refieren a sí mismos en primera persona del plural cuando son sólo un único individuo, e incluso firman bajo un nombre colectivo o haciendo referencia a su supuesta vinculación a un grupo (“Fulanito, miembro de...’) lo que en realidad escriben independientemente a título individual sin siquiera molestarse en consensuarlo previamente con el resto del presunto colectivo a que se refieren en su firma{102}.

  • No existe ningún pasaje dedicado a Marx en Textos de Ted Kaczynski. Lo que sí existe es un fragmento (muy general, es cierto), dedicado al marxismo y sus fieles, que no es lo mismo [Textos de Ted Kaczynski, “Algunos Comentarios Críticos’, Nota 8, página 140]. Dicho pasaje se refiere al marxismo en general (esto es, a todas las teorías y discursos que toman como base y referencia fundamentales las teorías de Karl Marx y Friedich Engels), y no sólo al leninismo o al estalinismo. De hecho, en dicho fragmento, U.R. rechaza que el marxismo (en cualquiera de sus versiones) sea realmente materialista. U.R. reconoce que quizá podría haber expresado este hecho de otra forma más afortunada que refiriéndose al economicismo (de hecho, U.R. también se refiere en dicho pasaje a la noción de dialéctica, cosa que nuestro marxiano “amigo’ elude mencionar) pero el hecho en sí de que el marxismo es siempre idealismo, que es de lo que trataba dicho fragmento, resulta evidente, especialmente si se observan las corrientes marxistas más recientes (incluido el luddismo postsituacionista).{103}

Por cierto, criticar a Marx, e incluso el marxismo, no es suficiente garantía de que no se es marxista. La mayoría de los marxistas, si no todos, critican a Marx o/y a otros marxistas. Algunos de ellos apenas hacen otra cosa.

  • Quedarse en “estudiar el porqué del fracaso’ de las luchas concretas, como la contraria al embalse de Itoiz, una a una, de forma aislada y sin establecer relaciones y analogías entre unos casos y otros ni extraer conclusiones generales, es condenarse estúpidamente a tropezar una y otra vez en la misma piedra.

  • Muy probablemente, tanto J.R.H. como otros muchos lectores desconozcan por propia experiencia el enorme y nada agradable esfuerzo que conlleva intentar desarrollar de forma continuada y metódica un debate serio y de verdad entre un grupo de individuos. Aquellos que sí lo sabemos, podemos dar fe de que no tiene nada de “confortante”. Puede que alguien considere, quizá no sin razón, que invertir demasiadas energías en debatir es poco práctico para avanzar en la lucha contra la sociedad tecnoindustrial, pero nadie dirá seriamente que es agradable o fácil a no ser que o bien mienta, o bien no tenga ni pajolera idea del trabajo que en realidad conlleva desarrollar sistemáticamente un verdadero proceso de debate (no una mera “polémica”).

  • Y en cuanto a la “dichosa práctica cotidiana”, desde el momento en que el Sistema se mantiene gracias a las “dichosas prácticas cotidianas” de millones de personas, este tipo de prácticas tienen mucho de “político”.

Es cierto que el hecho de que unos pocos individuos hagan o dejen de hacer lo que sea en su vida cotidiana, a título personal o en grupo, no suele tener una trascendencia significativa en el rumbo del desarrollo de una sociedad de masas, como por ejemplo la tecnoindustrial. A no ser que dichas prácticas cotidianas se extiendan a un sector sustancialmente mayor de la población de ese sistema social.

Pero una cosa es que algo sea ineficaz (o inapreciable) y otra que necesariamente no sea “político”. El carácter “político” de una actividad viene dado principalmente por los fines a los que sirve y por el hecho de ser promovida públicamente.

Por otro lado, la ineficacia “política” de la práctica cotidiana a pequeña escala (y de su difusión discriminada) no implica que otras prácticas políticas “no cotidianas a mayor escala, sean necesariamente más eficaces. ¿Qué es verdaderamente eficaz en “política” cuando lo que se busca realmente es destruir el sistema tecnoindustrial (o meramente frenar su desarrollo)? Es difícil saberlo, y a quienes deseamos dicho fin nos corresponde intentar descubrir

(probablemente en buena medida por medio de ensayos y errores) los medios eficaces para conseguirlo. Sea como sea, lo que es obvio es que la mayoría de las formas, cotidianas o no, de actividad “política”, que se usan o han usado presuntamente para combatir el Sistema resultan completamente ineficaces, o incluso contraproducentes. Y reconocerlo es el primer requisito para aspirar seriamente a avanzar en la lucha contra el sistema tecnoindustrial.

  • Que el boletín Los Amigos de Ludd no aspira a atraer por la belleza de su maquetación, es algo evidente. Pero, U.R. no entrará aquí en frívolas disquisiciones estéticas.

Mucho más importante es aclarar si realmente identificarse con las tesis defendidas en el boletín garantiza posibilidades de ascenso social en algún caso. Y ahí U.R. discrepa de J.R.H. Si tomamos como entorno social de referencia los “ambientaos” anticapitalistas autodenominados “autónomos” y/o

“libertarios”, mostrar simpatía por tesis como las de Los Amigos de Ludd, repitiéndolas o haciendo referencia a ellas en el propio discurso o, más aun, formar parte de Los Amigos de Ludd (o decir que se forma parte o, meramente, que se es su “colaborador”; esto es, usar su firma) implica automáticamente lograr reconocimiento en esos entornos y ser tomado como referente intelectual por parte de muchos de los miembros (en especial por los más “enteraos” y resabidos) de dichos círculos. Y todo esto lo sabe muy bien nuestro nada ambicioso “amigo”.

  • La creencia en que el individualismo es un “producto de la era burguesa”{104}, es un mito de esa propia era. El individualismo, entendido exclusivamente como la anteposición de los intereses propios del individuo y sus allegados más cercanos frente a los del resto del grupo social del que es miembro o a los de los miembros de otros grupos, es, en mayor o menor grado, una tendencia y necesidad natural de casi toda persona, como también lo es, en mayor o menor medida, la sociabilidad (es decir, la tendencia y necesidad de relacionarse y cooperar con otros individuos). Y ha estado y está siempre muy presente incluso en las sociedades y épocas presuntamente más colectivistas y antiindividualistas{105}.

Refranes como: El buey solo bien se lame’, “Mejor solo que mal acompañado’, “Lo que es de todos nadie lo cuida’, “Cada uno en su casa y Dios en la de todos’, “¿Dónde va Vicente? Donde va la gente’, “Si no hago lo que veo, me meo , etc., no los inventó la burguesía moderna e industrial precisamente.

Por otro lado, cuanto más grande y complejo es un sistema social, más necesita inhibir o reprimir el individualismo, es decir, más necesita de la cooperación y la solidaridad indiscriminadas, de anteponer los vínculos con las masas y el Sistema a los vínculos entre individuos allegados y de subordinar la libertad individual (la única posible) a sus propias necesidades de cohesión y desarrollo. En la sociedad tecnoindustrial actual tal subordinación resulta tan sofisticada que a muchos, especialmente si son socialistas, les parece todo lo contrario: individualismo. Y esto último, considerar individualista la sociedad tecnoindustrial y difundir dicha falsa impresión, es ya en sí mismo hacerle un gran favor a dicha sociedad.

  • En cuanto a lo de las certezas negativas’, simplemente es una sandez. Aparte de una clara muestra de falta de honradez intelectual.

Es una sandez relativista porque toda certeza “negativa” implica al menos una certeza “positiva”. Asumir la falsedad de la idea X implica ya en sí aceptar la veracidad de otra idea, llamémosla Y (aunque Y sea meramente la idea de que es verdad que X es falsa). Otra cosa es la duda (no saber si X es falsa o verdadera), pero en tal caso no se debería hablar de certeza, ni negativa ni positiva.

Es una falta de honradez intelectual porque no reconoce el hecho patente de que todo el mundo en su sano juicio tiene al menos alguna certeza “positiva” (en realidad muchas más). ¿Duda acaso nuestro ciertamente negativo “amigo” de su propia existencia o de la de los objetos concretos y materiales que le rodean y puede percibir directamente por sí mismo? En verdad hay algunas personas que llegan a dar muestras de tan extrema falta de confianza en sí mismos y en la Realidad pero, por mucho que se las suelan dar de lumbreras, en el mejor de los casos sólo son sujetos patológicos, y en el peor, y más abundante, unos farsantes.

  • Friedrich Nietzsche, “filósofo del martillo’, se revolvería en su tumba si pudiese ver cómo han sido interpretadas y utilizadas sus ideas, una y otra vez, por gentes que en realidad no merecerían más que su desprecio. Tal es el caso de J.R.H., quien fatua y descabelladamente pretende estar dando “martillazos” nietzschianos a la vez que no puede evitar confesar pertenecer a la ralea de quienes en realidad solían recibirlos del filósofo: “los hombres del resentimiento”

(esto es, los cristianos, los socialistas - libertarios antiindividualistas incluidos-, las feministas, etc.; en definitiva, los débiles y sus defensores). Ante tamaña desfachatez sólo cabe responder con un “martillazo”, esta vez sí, auténtico:

[[... El resentido no es ni sincero ni ingenuo ni honesto ni recto ante sí mismo. Su alma mira de soslayo; a su espíritu le gustan los escondrijos, los caminos retorcidos y las puertas falsas”. [Friedrich Nietzsche, La Genealogía de la Moral, Edimat, 2007, página 67].
  • Sí, según la noción de libertad de U.R., incluso las lombrices son seres potencialmente libres. Por supuesto, la expresión de su libertad es muy diferente de la de otros animales con conductas y sistemas nerviosos más complejos.

La incapacidad de ciertos individuos, como J.R.H. y sus Amigos, para aceptar que “sólo” somos animales, una parte más de la Naturaleza, y que tanto las condiciones físicas del medio como nuestra herencia biológica determinan lo que somos y hacemos (incluidas nuestra cultura e historia), así como para entender y asumir una definición materialista y naturalista del concepto de libertad, no es debida a que tales conceptos y definición sean absurdos o falsos, sino a que resultan una amenaza inaceptable para su bagaje intelectual humanista en general, y para su venerada “tradición crítica del pasado” en particular.

  • En cuanto a “por qué la capacidad de locomoción forma parte inexcusable de la libertad”, hay que señalar varias cosas:

1) Nuestro avispado “amigo” demuestra o bien no haber entendido a qué se refería U.R. con lo de la capacidad de locomoción y la libertad, en el n°1 de Último Reducto, o bien ser bastante hábil retorciendo y ridiculizando lo que no quiere entender. Y, sea como sea, mucho se teme U.R. que lo que menos le preocupa a J.R.H. es que U.R. trate de ofrecer una aclaración de la relación entre libertad (tal y como la entiende U.R.) y capacidad de locomoción. Por eso hay que recordar que, como el resto de las respuestas dadas en esta obra a las críticas de L.A.L. y de su secuaz, lo siguiente en realidad no va dirigido a éstos sino al resto de lectores:

El término “libertad” siempre ha sido intuitivamente usado en referencia a la conducta de los individuos de algunas otras especies animales, aparte de la humana. Aun así, la

“libertad” no ha solido ser atribuida indiscriminadamente a cualquier especie. De hecho, no se suele hablar de la “libertad” de ciertos animales con una movilidad muy reducida o nula, de las plantas o de los objetos no vivos inanimados. No se suele hablar de la “libertad” de los robles, ni de las esponjas “libres”, pero sí es habitual hablar de ser “libres como pájaros”, por ejemplo. Y esto es así porque los seres humanos perciben de forma natural (al menos hasta que los prejuicios distorsionan o suplantan dicha percepción) que existe una diferencia sustancial entre ambos tipos de seres y que la libertad guarda relación con esa diferencia. Dicha diferencia tiene mucha relación con el grado de desarrollo de su capacidad natural de movimiento. En general, para que se considere intuitivamente que un ser puede ser libre ha de pertenecer a una especie que posea capacidad para trasladarse y para controlar esos movimientos de traslación, lo cual determina un comportamiento más complejo y diverso que el de otras especies que no poseen dicha capacidad. U.R. simplemente se basó en dicha percepción intuitiva convencional para explicar por qué los individuos pertenecientes a ciertas especies son potencialmente libres y por qué los que pertenecen a otras no lo son.

Como puede verse, U.R. se refiere a capacidades típicas de la generalidad de los miembros de algunas especies, no a rasgos peculiares exclusivos de ciertos individuos particulares (por ejemplo, de un individuo que carece de la capacidad de movimientos, o de la complejidad neurológica, naturalmente propios de la mayoría del resto de sus congéneres).

Por consiguiente, el presunto contraejemplo de J.R.H. (un

‘‘individuo impedido’ físicamente) no anula la validez de todo lo anterior.

2)Y aun si tomamos dicho ejemplo, hay que señalar que, efectivamente, un individuo totalmente impedido físicamente para moverse, no cumpliría la definición de libertad de U.R.

¿Cómo puede satisfacer autónomamente, por ejemplo un individuo tetrapléjico, las necesidades y tendencias naturales de su especie (por ejemplo, la humana)?

Sencillamente, no puede. Y no puede hacerlo precisamente porque no puede moverse. No es autónomo en absoluto. Y, por su parte, un individuo parcialmente impedido, la cumpliría sólo en una medida que guardaría una proporción inversa a su grado de incapacidad para el movimiento (o sea, tampoco sería completamente autónomo a la hora de satisfacer y expresar todas sus necesidades y tendencias naturales). Sí, dicho individuo tetrapléjico, podrá pensar y querer lo que le dé la gana. ¿Y qué? ¿De qué le sirve? No podrá realizarlo o lograrlo a no ser que otros quieran hacerlo por él.{106}

Dependerá siempre de otros para todo (incluso para suicidarse en el nada raro caso de que su total incapacidad física le lleve a desear la muerte; tendrá que solicitar a otros la eutanasia).

3) Si nuestro espiritual “amigo’ dice que ese individuo tetrapléjico puede ser “libre’, es porque su noción de “libertad’ es otra muy distinta, o incluso incompatible, con la de U.R. (aparte de con la verdadera dignidad humana, y con el más básico sentido común). Cuando J.R.H. pretende estar señalando una contradicción en la definición de libertad de U.R., no se molesta siquiera en cumplir el primer requisito para intentar tal cosa: tomar exclusivamente como referencia la noción de libertad de U.R. que pretende refutar, en lugar de (mezclarla con) la suya propia.

Por cierto, resulta muy indicativo, aunque de nada bueno, que nuestro democrático “amigo” confunda pseudolibertades idealistas, como la “libertad de opinión”, con la libertad verdadera, es decir, con la autonomía para satisfacer las propias necesidades naturales. No sólo de pan vive el hombre, es cierto, pero si no come se acabó todo lo demás. Y, por desgracia, a la mayoría de los idealistas o voluntaristas, que parecen creer que vivimos o debemos vivir sólo o principalmente a base de elevadas ideas y férrea voluntad, no se les olvida comer. Poder opinar o enjuiciar, por seguir con su ejemplo, son cosas que satisfacen sólo si antes o simultáneamente se pueden satisfacer autónomamente ciertas necesidades básicas, físicas y psicológicas (e incluso la satisfacción verdadera de éstas últimas -las psicológicas- siempre, en última instancia, depende de tener y usar ciertas capacidades físicas).

4) Evidentemente, la idea de libertad de U.R. no es nada “espiritual”, si por tal entendemos “idealista”. Ni falta que hace.

Lo que ya no está tan claro es que la ‘‘libertad capitalista de ejercer un derecho al consumo” sea poco “espiritual”. U.R. ya ha comentado la mixtificación idealista que suele implicar el concepto de derecho y no insistirá más en ella.

Por cierto, ¿qué decía nuestro erudito “amigo” acerca del “fetichismo de la mercancía”?

5) En ,¿Se Abre Paso la Crítica Antiindustrial?”, decía nuestro libertario “amigo” (aunque amparado a la sombra de la firma aparentemente colectiva de “Los amigos de Ludd”) que la libertad no es un derecho otorgado. Imaginemos que así fuese, ¿cómo podría conquistar, mantener y hacer uso de sus derechos el tetrapléjico del ejemplo, libre según J.R.H., si los demás no se los otorgan? ¿Con el “poder de la mente”?

  • La ‘‘distinción del mundo natural en reinos” no es una idea tan artificial y culturalmente relativa como algunos creen.

Una cosa es que la Realidad sea siempre más compleja y amplia que las representaciones teóricas que hacemos de ella, y otra muy distinta que ninguna representación teórica refleje en absoluto hechos reales. La Realidad no es un caos ininteligible sino algo ordenado (con un orden tan complejo que a menudo escapa en gran medida, aunque no siempre ni totalmente, a nuestra comprensión y representación). Y nuestra capacidad de comprensión de la Realidad y los modelos de la misma que dicha capacidad produce, no son siempre algo meramente arbitrario, subjetivo y cultural.

En concreto, todo ser humano es un animal y no una planta, y les guste o no a algunos, tiene mucho más en común con una lombriz que con un alcornoque (al menos tomando en sentido literal el término “alcornoque”). ¿Que en los límites entre categorías (reinos, géneros, especies, razas, etc.) se dan casos en los que no está claro si pertenecen a una categoría o a otra, o a varias, o a ninguna? Cierto, pero esto no significa que dichas categorías no correspondan, al menos en gran medida, a un orden y diferenciación naturales existentes y reales.

Por otro lado, resulta chocante que alguien que aparenta ofenderse cuando se le recuerda que el ser humano es una especie animal, afirme que las distinciones en categorías son “conceptos absolutamente humanos’, irreales y relativos, que no existen en sí mismos en la Naturaleza. Si, según nuestro susceptible “amigo’, no existen diferentes reinos, especies, etc., entonces tampoco pueden existir diferencias entre los seres humanos y el resto de animales, ni mucho menos una separación o “elevación’ de aquellos sobre éstos.

  • En cuanto a lo de usar y asumir conceptos modernos:

1)¿Son realmente tan modernos como afirma nuestro clásico “amigo” los conceptos manejados por U.R.?

2)¿Hay que combatir lo moderno por sí mismo, entendiendo por moderno todo lo que es reciente o actual, o por el contrario, lo malo no es que una cosa sea moderna, es decir nueva, sino si atenta contra la autonomía de lo no artificial en general, y contra las verdaderas libertad y dignidad humanas en particular? El progresivo empeoramiento general a lo largo de la historia de las condiciones en lo que respecta a las verdaderas libertad y dignidad humanas y a la autonomía de la Naturaleza salvaje, hace que normalmente lo moderno sea efectivamente peor. Pero no necesariamente en todos los casos.

Equiparar automáticamente moderno y “malo” es, aparte de confundir irreflexivamente mera correlación con causalidad, caer, aunque en sentido contrario, en el mismo grosero error de los progresistas que consideran automáticamente bueno todo lo que sea moderno.

3) Sea como sea, asumir una actitud y unos conceptos presuntamente modernos a la hora de analizar y representar el Mundo, no conlleva necesariamente asumir o defender valores supuestamente modernos a la hora de evaluar la Realidad. Una cosa son las descripciones y otra los juicios de valor. Por mucho que algunos relativistas lo afirmen, ambas cosas pueden tener cierta relación, pero no son lo mismo. Y no ser capaz de diferenciarlas sí que es un grave error típica, aunque no únicamente, (pos)moderno.

  • ¿Quién ha dicho que “todo es

Dominación’? ¿Cuándo? ¿Dónde? Y, ¿cómo exactamente cae U.R. “a contrario’ en el relativismo? El negligente redactor de Último Reducto lamenta no haber sido capaz de comprender la, como de costumbre, tan “rigurosamente teorizada’ como amplia explicación con que nuestro transparente “amigo” justifica tal acusación. Evidentemente, la capacidad intelectual tiene sus límites...

  • Nuestro muy humano “amigo” pregunta: “¿qué es lo que debería llevar a los animales [...] a juzgar condenable la Dominación y a combatirla?”. Ante todo, hay que preguntarse de dónde ha sacado J.R.H. esa idea, porque U.R. jamás ha dicho nada parecido.

De hecho, U.R. no defiende semejante cosa ni siquiera ya en el caso de los humanos. Hoy en día, U.R. no considera necesario ni realista pretender que todos (ni siquiera la mayoría de) los seres humanos hayan de “juzgar condenables’ los atentados contra el funcionamiento autónomo de lo no artificial (lo que U.R. ha llamado con frecuencia “dominación”) ni tengan necesariamente que ponerse a combatirlos conscientemente. Ciertamente, quizá sería deseable, pero no es lo que suele suceder. Y no deberíamos ni exigirlo ni esperarlo.

Además, la idea de lograr un control consciente del rumbo y la forma del desarrollo de un sistema social por parte de sus miembros es un mito idealista y voluntarista muy dañino para el posible desarrollo de una lucha eficaz en contra de la sociedad industrial.

Nuestro inteligentísimo “amigo”, una vez más, simplemente proyecta sus mitos izquierdistas, demócratas e idealistas a la hora de interpretar cuál es la postura de U.R. acerca de la dominación sobre los animales. Y se equivoca una vez más.

  • U.R. podría haber expresado la llamada “Ley del Desarrollo” de un modo más detallado, inequívoco y correcto que como lo hizo en los comentarios críticos de Textos de Ted Kaczynski, pero ello no niega la validez de la idea central que representa dicha ley: que en la competencia entre sistemas o grupos sociales humanos a largo plazo se imponen los grupos tecnológicamente más avanzados. Y a igualdad de desarrollo tecnológico, los más populosos.

U.R. estaría encantado de que alguien le mostrase algún ejemplo que invalidase realmente esta ley.

Rechazar las evidencias porque éstas entran en conflicto con nuestra ideología y nuestros deseos, es muy humano, pero es una grave debilidad que, aparte de llevar a repetir una y otra vez los mismos errores, impide detectar y aprovechar adecuadamente cualquier posible opción de resolver definitiva, real y eficazmente los problemas, en caso de que ésta se presente.

  • En cuanto a la “base material de la ética’, no es éste el lugar para discutir detalladamente las distintas teorías existentes o posibles acerca de la naturaleza de la mente humana y sus funciones. Pero si alguien cree que dicha mente (o al menos alguno de los aspectos que la constituyen) carece de una base y soporte material, es decir, existe independientemente del cerebro, lo que tiene que hacer es dejarse de cuchufletas retóricas y demostrarlo (o refutar los abundantes indicios empíricos de lo contrario). ¿Qué ética tendría J.R.H. si no tuviese un cerebro funcional? Quizá una más sólida y respetable que la que ha demostrado con muchas de sus arteras afirmaciones públicas acerca de otros.

  • U.R. nunca ha dicho que L.A.L. (ni J.R.H.) le hayan relacionado explícita y públicamente con el nazismo. Lo que sí ha dicho y repite es que muchos izquierdistas, tan necios como ignorantes, corean indiscriminada, acrítica y petulantemente esquemas prefabricados por otros izquierdistas, no menos bobos pero presuntamente más cultos, acerca de la supuesta maldad intrínseca de la “ecología profunda’, de la “sociobiología”, del “darwinismo”, del “biologismo”, del “determinismo ambiental”, del

“naturalismo”, etc., sin tener a menudo un conocimiento de causa real y directo de aquello que pretenden criticar y confundiendo y relacionando estúpida o/y malintencionadamente los conceptos anteriores con ciertos infames casos concretos (como, por ejemplo el nazismo o el llamado “darwinismo social”) en los que se ha usado cierta falsa noción de la naturaleza humana para tratar de excusar inexcusables desmanes. Y también, que resulta evidente que cuando Los Amigos de Ludd (o mejor dicho, nuestro lenguaraz “amigo” amparado bajo la firma y el beneplácito de éstos) decían, por ejemplo, que les entraban temblores al oír hablar de “estados naturales” y trataban de explicar por qué, estaban inspirándose en dichas críticas izquierdistas estereotipadas y, en parte, calcándolas.

  • La excusa dada por J.R.H. (y por quienes le prestaron su firma, como es de suponer por el uso de la primera persona del plural en ese trozo de la carta) para haber usado un tono “agresivo” en “su” artículo, “¿Se Abre Paso la Crítica Antiindustrial?”, es que buscaba crear “polémica” e incitar a contestar a quienes eran objeto de sus ataques. Sin embargo, no hace falta tener muchas luces para saber que cuando lo que se pretende realmente es entablar un debate serio, racional y productivo con alguien, desde luego comenzar vilipendiando al interlocutor no es el mejor medio de lograrlo. Así que, o bien nuestros “Amigos” (el que escribió y los que firmaron) son muy ineptos entablando debates, o la “polémica” que dicen que buscaban es otra cosa muy distinta de un debate serio y racional que pudiese ayudar a avanzar en la lucha contra el sistema tecnoindustrial (quizá un mero medio de divertir a cierto público morboso, o de desahogar su mala baba, o de vengarse de presuntas afrentas personales, o de engrosar su historial intelectual y “combativo”, o de quitarse de en medio posibles rivales ideológicos, o vaya usted a saber qué).

El requisito previo para un verdadero debate es un mínimo respeto mutuo, cosa evidentemente inexistente en este caso. Ni L.A.L. (o J.R.H., oculto bajo la firma de éstos) consideraban a U.R. un interlocutor digno de respeto cuando decidieron criticarle en “¿Se Abre Paso la Crítica Antiindustrial?”, ni U.R. puede sentir ni mostrar respeto por quienes tan patentemente le menosprecian.

Sin embargo, resulta obvio que J.R.H. no acepta de buen grado que en esa “polémica” el tono sarcástico y agresivo sea recíproco. Él, y con él quienes le prestaron su firma, consideran adecuado ponerse a tocar las narices ajenas a dos manos e incluso manipular lo que dicen o piensan otros, pero éstos han de responderles con una sonrisa y agachando las orejas, o serán tachados de “pasmosamente arrogantes’,

“patológicamente carentes de sentido del humor’ y otras lindezas. Si a nuestros respetuosos “Amigos” no les gusta que les contesten de malos modos, no deberían meterse a entablar “polémicas” usando el sarcasmo y un tono “agresivo”. Si su tono hubiese sido diferente, quizá el de U.R. en esta obra también lo hubiese sido, y todos, J.R.H. y sus Amigos, los lectores, U.R., y sobre todo el avance de las ideas y prácticas contrarias a la sociedad tecnoindustrial, se hubiesen visto beneficiados.

  • Acerca del folleto Tecnología Dominadora Contra Libertad y Autonomía, es preciso aclarar varias cosas:

1) Dicho folleto no es obra del redactor de Último Reducto. Así que, si es verdad que a J.R.H. “ni se [le] ocurre hacer [a U.R.] culpable de lo que [digan otros]’, no debería siquiera haberlo mencionado en su carta.

Quien quiera discutir y criticar honestamente ese folleto, debería dirigirse o/y referirse exclusivamente a sus autores, no a U.R.

Y lo mismo vale para las reseñas bibliográficas, escritas por A.S.A., aparecidas en la revista izquierdista Ekintza Zuzena.

2) Dicho folleto no es obra exclusivamente de A.S.A., sino de un grupo de personas{107} (entre las que no se encuentra el redactor de Último Reducto) del que A.S.A. era sólo un miembro más. Si el nombre completo de A.S.A. aparece en la dirección es porque les era necesario dar un nombre propio personal para la lista de Correos y dicha persona se ofreció voluntaria.

3)El grupo autor de dicho folleto, cometió el error de olvidar firmarlo en su primera edición. Y posteriormente dicho error fue subsanado. Se ve que nuestro enteradete “amigo”, experto conocedor y analista de la ‘‘crítica antiindustrial’, desconoce este hecho y basa sus muy respetuosos comentarios acerca de dicho folleto y de su presunto autor en la primera edición o en alguna de sus copias.

  • Por último, en lo referente a la presunta falta de humor de U.R.:

1)El hecho de que nuestro gracioso “amigo” llegue a recurrir a algo tan trivial como recriminar la presuntamente excesiva seriedad de los textos de U.R., dice mucho, y nada bueno, acerca de sus verdaderas motivaciones, de su propia formalidad y de la importancia que realmente concede a lo que él llama “crítica antiindustrial’.

Simplemente, cada cosa tiene su lugar, su grado y su momento, y algunos parecen no saber bien cuáles son.

2) Lo que a unos les hace mucha gracia, a otros maldita la gracia que les hace. Y no siempre porque éstos últimos sean mentalmente débiles o enfermos y los primeros fuertes y sanos. El sentido del humor es algo bastante subjetivo, pero no totalmente subjetivo. Existen unos límites y equiparar, de forma indiscriminada y siempre, el hecho de reírse, ironizar, hacer gracias o burlarse con la salud y fortaleza mentales, así como la seriedad con la patología, es una estupidez. Por mucho que lleve la firma de San Friedrich.{108}

Por cierto, resulta evidente que nuestro divertido “amigo” se ha tomado muy saludablemente a broma lo dicho por U.R. en el n°1 de Último Reducto, en Textos de Ted Kaczynski y en la contestación a “su” artículo (por no hablar de los escritos de A.S.A. y sus compañeros). Por eso, obviamente no se ha sentido ofendido en absoluto. ¡Menos mal!

3) Aquellos que deseen comprobar por sí mismos el sentido del humor de U.R., tienen en esta propia obra, y sobre todo en este mismo artículo, abundantes muestras de él. Otra cosa es que sean capaces de entenderlo y/o que sea de su agrado (para gustos están los colores).{109}

Y eso es todo por ahora (que no es poco).

[1] Henry David Thoreau, escritor estadounidense del siglo XIX. Considerado gran amante de la Naturaleza. [Nota de U.R.].

[2] Supuestamente, Emile Armand, pseudónimo de Ernest Lucien Juin, anarquista individualista francés (1872-1963). [Nota de U.R.].

[3] Según parece Los Amigos de Ludd se refieren a Theodore John Kaczynski, presunto miembro del grupo terrorista estadounidense contrario a la sociedad tecnoindustrial Freedom Club, más conocido por “Unabomber”. [Nota de U.R.].

[4] Teórico primitivista estadounidense y miembro redactor del periódico Green Anarchy. [Nota de U.R.].

[5] En referencia a Herbert Marcuse, filósofo alemán marxista, vinculado a la “Escuela de Frankfurt”. Criticó la sociedad moderna desde una óptica hedonista. [Nota de U.R.].

[6] Georg Wilhelm Friedrich Hegel, filósofo idealista dialéctico alemán del siglo XIX. [Nota de U.R.].

[7] Filósofo marxista alemán perteneciente a la llamada “Escuela de Frankfurt”. [Nota de U.R.].

[8] Georges Bataille, antropólogo y escritor místico francés del siglo XX. Muy influido por Hegel y Marx, entre otros. [Nota de U.R.].

[9] El Paleolítico es el periodo más antiguo de la prehistoria humana (literalmente significa “Edad de la Piedra Antigua”). Se divide a su vez en tres periodos: Inferior, Medio y Superior. Acaba con el final de la última glaciación. Esta nomenclatura se aplica en especial a la prehistoria de Europa y Asia occidental. [Nota de U.R.].

[10] En referencia a Piotr Kropotkin, teórico anarcosocialista ruso del siglo XIX. [Nota de U.R.].

[11] Biólogo estadounidense. [Nota de U.R.].

[12] En referencia a Jean-Jacques Rousseau, filósofo francés del siglo XVIII. Comúnmente considerado defensor del mito del “Buen Salvaje”. [Nota de U.R.].

[13] El Neolítico es el periodo de la prehistoria humana que comienza con la adopción de la agricultura y/o la ganadería y que dura hasta la adopción de la metalurgia. Significa “Edad de la Piedra Nueva”. Esta nomenclatura se aplica sobre todo a la prehistoria de Eurasia occidental. [Nota de U.R.].

[14] Biólogo británico. [Nota de U.R.].

[15] Periodo geológico que abarca desde la aparición del género Homo hasta el final de la última glaciación. [Nota de U.R.].

[16] Sociólogo estadounidense del siglo XX, influido por el anarcosocialismo clásico. Criticó ciertas formas de técnica y tecnología. [Nota de U.R.].

[17] Periodo de la prehistoria humana que va desde el final de la última glaciación hasta la adopción de la agricultura y/o la ganadería. Significa “Edad de la Piedra Media”. Esta nomenclatura se aplica en especial a la prehistoria del oeste de Eurasia. [Nota de U.R.].

[18] Intelectual antagonista francés vinculado al grupo anticapitalista Encyclopédie des Nuisances. [Nota de U.R.].

[19] En referencia a Raoul Vaneigem, teórico hedonista belga vinculado a los primeros momentos del grupo marxista “Internacional Situacionista”. [Nota de U.R.].

[20] Arqueólogo británico. [Nota de U.R.].

[21] George Orwell, pseudónimo de Eric Arthur Blair, escritor británico socialista del siglo XX, autor de, entre otras, la famosa novela 1984. [Nota de U.R.].

[22] En referencia al profeta persa de los siglos VII-VI a. C., Zoroastro o Zaratustra, fundador del mazdeísmo. [Nota de U.R.].

[23] Baruch Spinoza, filósofo holandés del siglo XVII. [Nota de U.R.].

[24] El artículo “Crítica a „¿Se Abre Paso la Crítica Antiindustrial?’”, publicado en esta obra es una adaptación de dicha carta original. [Nota de U.R.].

[25] El artículo “Crítica a „Carta Abierta a los Primitivistas’”, publicado en esta obra es una adaptación de dicho texto. [Nota de U.R.].

[26] “Prestige”, nombre del petrolero que, cargado de fuel, se hundió ante las costas gallegas (España) en el año 2002, ocasionando una marea negra en todo el mar Cantábrico. [Nota de U.R.].

[27] Obra traducida, comentada y publicada por U.R. en el 2005. [Nota de U.R.].

[28] Pseudónimo de Günther Stern, filósofo alemán del siglo XX, marxista y activista contrario a las armas nucleares. [Nota de U.R.].

[29] Jorge Bucay es un psicoterapeuta argentino, famoso escritor de libros de autoayuda. [Nota de U.R.]

[30] Nuestro docto “amigo” se refiere a “Algunos Comentarios Críticos”, en Textos de Ted Kaczynski. [Nota de U.R.].

[31] Nuestro modesto “amigo” se refiere a un gran centro comercial situado en Barakaldo, provincia de Bizkaia, España. [Nota de U.R.].

[32] Friedrich Nietzsche, filósofo alemán del siglo XIX. [Nota de U.R.].

[33] Pedante alusión a las “prédicas” del monje dominico y gobernante florentino del siglo XV, Girolamo Savonarola. [Nota de U.R.].

[34] Fisicalismo o fisicismo: Sistema filosófico que pretende explicar los fenómenos orgánicos exclusivamente en base a las leyes de la física. [Nota de U.R.].

[35] Gyorgy Lukács, filósofo marxista húngaro del siglo XX. [Nota de U.R.].

[36] Guy Ernest Debord, filósofo marxista francés del siglo XX. [Nota de U.R.].

[37] Multinacional sueca dedicada a la fabricación y venta de mobiliario. [Nota de U.R.].

[38] La única réplica enviada a la respuesta de U.R. ha sido esta carta, en principio privada, de J.R.H. (¿o habría que decir “de L.A.L.”? ¿Cómo interpretar esos fragmentos en primera persona del plural referentes a L.A.L., que aparecen en la misma tras haber dicho nuestro singular “amigo” que lo que dijese en ella a partir de entonces sería exclusivamente su juicio propio?). Ésta es la razón por la cual U.R. ha “considerado oportuno” publicarla.

La carta ha sido publicada aquí íntegramente (salvo los saludos y los nombres completos de su autor, de otros dos miembros de L.A.L. y de A.S.A). [Nota de U.R.].

[39] Martin Heidegger, filósofo alemán del siglo XX. [Nota de U.R.].

{1} Para ver cómo se ramifica el primitivismo a través de la historia, recomendamos leer el folleto de Miguel Amorós Primitivismo e Historia (Likiniano Elkartea, 2003). Por otro lado hay que decir, con toda justicia, que los precursores no pueden ser culpados del uso que de ellos hacen los que se pretenden sus herederos. Es el caso evidente de una figura como Thoreau.

{2} Como se sabe, el primitivismo de John Zerzan se podría considerar en muchos aspectos un preculturalismo.

{3} Nos consta que Zerzan ha fracasado en este intento.

{4} Se sabe incluso que el mismo paleolítico no goza de los favores del padre espiritual del primitivismo, John Zerzan. Cuando nosotros hablamos entonces de primitivistas, nos referimos sobre todo a sus seguidores improvisados de España. En cuanto al mismo Zerzan, no hemos considerado necesario repetir la justa crítica que otros le han hecho antes. Alain C., en su folleto “John Zerzan y la confusión primitiva” (Etcétera), denunciaba lo que hay que entender como una ideología.

{5} Histoire des agricultures du monde, Marcel Mazoyer y Laurence Roudart, (Seuil 1997), pag. 89.

{6} Le troisiéme chimpanzé (NRF essaís Gallimard). [Existe edición en castellano: El Tercer Chimpancé, Debate, 2007. Nota de U.R.].

{7} Néandertaliens, bandits et fermiers, les origines de I’agriculture, de Colin Tudge, (Cassini 2002). [Existe edición en castellano: Neandertales, Bandidos y Granjeros, Crítica, 2000. Nota de U.R.].

{8} Néandertaliens, bandits et fermiers, les origines de I’agriculture.

{9} No se trata aquí para nosotros de negar toda legitimidad a la espacialización. La simplificación histórica es necesaria. Mumford, al interpretar el neolítico no hace otra cosa, pero con la sutilidad de un espíritu generoso -¡esa es la diferencia!

{10} Nouvelles de Nulle Part n°4. Es en ese sentido que hay que arrojar sobre el fenómeno de la agricultura una mirada no reduccionista. Es innegable que la generalización de la agricultura en el neolítico ha entrañado diversas consecuencias que algunos pueden considerar nefastas: crecimiento continuo de la población, enfermedades, desigualdades sociales y sexuales, despotismo. ¿Pero son todas ellas imputables a las prácticas agrícolas? Y además ¿la historia social de la agricultura no ofrece ejemplos de una sociedad equilibrada?

{11} Semprun, Jaime „Le fantome de la théorie’ en Nouvelles de NuIIe part n°4. [Existe traducción al castellano de este texto: El Fantasma de la Teoría, Likiniano, 2004. Nota de U.R.].

{12} Notes sur le Manifeste de Krisis en Nouvelles de Nulle Part n°4. [Existe traducción al castellano de este texto: “Notas sobre el Manifiesto Contra el Trabajo”, en El Fantasma de la Teoría, Likiniano, 2004. Nota de U.R.].

{13} Extraído de La formación de la humanidad de Richard Leakey. [Richard Leakey es un paleontólogo keniata. Nota de U.R.].

{14} La constatación de que todo lo que necesitamos del medio es hoy fabricado y vendido por la sociedad industrial no debe convertirnos en expertos de no se sabe que [sic] consumo responsable o ecológico, sino que debe movernos para empezar a organizar la reconstrucción de una auténtica cultura productora, por muy arduo que sea este camino.

{15} Ver, por ejemplo, el folleto Los municipios libres del anarquista Federico Urales.

{16} Ted Kaczynski, fragmento de una carta del 29-8-04 a David Skrbina. Original en inglés. Traducción cedida a Último Reducto por A.V.E.

{17} Algunos de esos matices serían: ¿Qué significa exactamente “civilización occidental”? ¿Qué significa aquí “anarquista”? ¿Existe una homogeneidad suficiente entre las corrientes “anarquistas” críticas de la Civilización como para meterlas todas juntas en el único saco del “anarcoprimitivismo”? ¿Es tan nuevo ese “anarquismo” contrario a la Civilización como L.A.L. parecen creer? ¿Es el rechazo “anarquista” de la Civilización cosa de una sola generación? ¿Han “partido de posiciones claramente anarquistas” todos aquellos que rechazan la Civilización, muestran interés por lo primitivo y aman la Naturaleza salvaje, o más bien, al menos en algunos casos, han llegado a cierta noción de lo social que podría quizá denominarse anarquista a partir de ese desprecio por la Civilización, ese interés por lo primitivo y esa atracción por lo salvaje? ¿Hasta qué punto es importante la respuesta que se dé a la pregunta anterior?

{18} O “nocivos”, “perjudiciales”, “inaceptables”, “abominables” o cualquier otro eufemismo si a algún cantamañanas le resulta “políticamente incorrecto” lo de “malos”.

{19} Por Sistema de Dominación, U.R. entiende toda aquella forma de sociedad (sistema social) que, a causa de ciertas características inherentes a la misma (como un excesivo tamaño demográfico y la consiguiente estructura política excesivamente compleja), inevitablemente atente de algún modo contra la autonomía de lo no artificial.

{20} Entendiendo por “urbano” todo núcleo de población permanente con un tamaño tal que sus habitantes no puedan interactuar directa y cotidianamente, todos con todos. Es decir, la ciudad.

Por cierto, ¿puede existir alguna forma de vida urbana que no sea estatal? Toda sociedad en la que existan núcleos urbanos necesita una estructura de gobierno tal que la mayoría de sus miembros carezcan de influencia significativa sobre dicho gobierno. Llamar a dicha forma de gobierno por su nombre (“Estado”) o usar eufemismos (“federación”, “municipio libre”, etc.) depende sólo de la valentía y/u honestidad de cada cual.

{21} Entendiendo por “tecnificada” toda forma de vida dependiente del uso de tecnologías tan complejas que no puedan ser desarrolladas, usadas y mantenidas exclusivamente por un pequeño grupo de personas.

En este sentido, no toda sociedad con núcleos urbanos ha supuesto necesariamente un modo de vida tecnificado. Han existido sociedades con ciudades cuyo nivel de desarrollo tecnológico era relativamente bajo (basadas exclusivamente en la tecnología lítica, por ejemplo).

{22} U.R. entiende por izquierdismo cualquier corriente o actitud social que se fundamente, de un modo u otro, en los siguientes valores: igualdad, solidaridad indiscriminada (esto es, aquella que no diferencia entre allegados y no allegados) y compasión hacia presuntos grupos de supuestas víctimas (con éstos u otros nombres: “justicia social’, “cooperación’, “fraternidad’, “amor universal’, “paz’, etc.). Suele ser sinónimo de “socialismo’ (en casi todas sus versiones, incluidas las libertarias o “anarquistas’), pero también hay “izquierdismos” no necesariamente socialistas (por ejemplo, todas las corrientes e iniciativas humanitarias derivadas meramente del liberalismo filosófico o de la filantropía cristiana -algunas asociaciones de base, ciertas organizaciones caritativas, algunas misiones, etc.-).

Se suele considerar que “progresismo” e “izquierdismo” son sinónimos, y ciertamente el izquierdismo normalmente es abiertamente progresista (aunque no sólo el izquierdismo), pero no siempre. Hay también corrientes izquierdistas minoritarias presuntamente contrarias al progreso, es decir, supuestamente antiprogresistas.

Para una mayor profundización en la crítica del izquierdismo por parte de U.R., véase: Izquierdismo: función de la pseudocrítica y la pseudorrevolución en la sociedad tecnoindustrial, Último Reducto, 2007.

{23} Cuando habla de “autonomía”. U.R. se refiere a la posibilidad de expresar la capacidad que algunos seres o sistemas poseen para autorregular su propio funcionamiento, es decir, para desarrollar procesos y dinámicas propios y, mantenerlos por sí mismos dentro de unos límites. Cuando los seres o sistemas que poseen autonomía no son artificiales, U.R. los denomina “salvajes”. La Naturaleza salvaje sería el sistema formado por todo aquello que es salvaje, es decir, autónomo y no artificial. Para la definición de “artificial” ver nota 19 en este mismo artículo.

{24} Por ejemplo: L.A.L., en este trozo, parece que pretenden hacer referencia sobre todo a los imperios y no tanto a otras formas de civilización menos grandes pero también inevitablemente dominadoras.

También cabe preguntarse: ¿son la “violencia”, la “discriminación” o la “explotación” algo siempre malo?

{25} “Para bien o para mal, el modo de vida que se suele denominar ‘civilizado’ comenzó cuando los seres humanos [se congregaron] en comunidades sedentarias [que] se convirtieron en pueblos [...], en ciudades, en ciudades- estado y en imperios.” [Dora Jane Hamblin, Las Primeras Ciudades (I), Volumen 27 de Los Orígenes del Hombre, Folio, 1993, página 9]. Éste es sólo un ejemplo de los muchos existentes relativos a la acepción del término “civilización” que se refiere a aquel sistema social en el que existen núcleos urbanos (de hecho, no en vano el término “civilización” comparte etimología con el término “ciudad”). Lo cual, a su vez, conlleva necesariamente un tamaño demográfico considerable, un gobierno y una administración bien desarrollados, una economía agrícola, ganadera, minera y comercial de gran escala y la imposibilidad de que todos sus miembros participen significativamente en la toma de decisiones que afectan al funcionamiento general de dicho sistema social.

Algunos de quienes rechazamos la Civilización nos referimos exclusivamente a dicha acepción.

{26} Por “humanismo” U.R. entiende toda ideología o teoría que, tácita o explícitamente, ensalce “lo humano”. El humanismo es como mínimo intrínsecamente antropocéntico. Y a menudo también eurocéntrico, idealista, defensor de la Civilización y/o progresista. Rechazar el humanismo no implica negar la valía que el ser 70 humano pueda tener, sino simplemente no exagerarla y evaluarla en su justa medida.

{27} U.R. no pretende con esto dar a entender que toda forma de expresión artística sea producto de la alienación y a su vez la realimente; no, hay formas de arte sereno que no son de ese tipo. Pero ese arte sobrio y sano ha existido, en nuestra especie desde mucho antes del surgimiento de la Civilización y no es en absoluto resultado de ningún “proceso civilizatorio’. Siempre, desde que el hombre es hombre, se han pintado cosas, se han inventado, transmitido y representado historias, se ha tocado música, danzado o cantado, se han tallado o esculpido figuras, etc.

Los que sí han cambiado son los medios y herramientas utilizados en la realización del arte. A menudo, a medida que los sistemas sociales desarrollaban tecnologías cada vez más complejas en general, éstas eran aplicadas también a la producción artística en particular. Pero anteponer, o siquiera equiparar, la calidad estética obtenida gracias a la aplicación de tecnologías complejas en la producción (artística o no) a los efectos dominadores y alienantes que ese tipo de tecnologías inevitablemente conllevan es una frivolidad (muy civilizada - sobre todo tecnoindustrial- por cierto).

{28} Progresismo: asunción y defensa de la noción de progreso, entendida como un bien absoluto. La idea convencional de progreso implica la creencia, tácita o explícita, en algún tipo de mejora absoluta de las cosas (de las condiciones sociales, de la tecnología, de la moral, del “espíritu”, del ser humano, de las especies, y/o del Mundo en su totalidad). Esto es, la creencia en la bondad absoluta de al menos algún proceso de desarrollo.

{29} Lo de que las sociedades primitivas no fuesen tan “patriarcales” como las civilizadas es ya otro cantar. El antipatriarcalismo es una ideología que hace aguas por todas partes, y más cuando trata de ser proyectada sobre épocas y sociedades remotas. Así, ciertas formas de relación hombres-mujeres que las feministas y los progres modernos suelen considerar incuestionablemente “machistas” y “patriarcales”, como por ejemplo la división del trabajo en base al sexo, son probablemente tan antiguas como nuestra especie o más, y no son necesariamente malas; por otro lado, ha habido sociedades cazadoras-recolectoras, o agrícolas y/o ganaderas no civilizadas en las que las mujeres estaban sometidas a un inequívoco dominio por parte de los hombres, y parece ser que ciertos usos machistas eran mucho más frecuentes e intensos entre las sociedades agroganaderas no civilizadas que entre las civilizadas. [Ver, por ejemplo, Marvin Harris, Nuestra Especie, Alianza, 1995, páginas 294311 y 330-356], así como también podemos observar que en la sociedad tecnoindustrial actual el machismo es menor y está mucho peor visto que en cualquier otra sociedad preindustrial.

{30} Habría mucho que discutir acerca del significado de este confuso término. Cuando se habla de “deshumanización” se suele partir de una concepción errónea de lo que es ,|o humano”, es decir, de qué y cómo es la condición o naturaleza humana y su expresión. Por un lado, a menudo se consideran “humanos” solamente algunos rasgos del comportamiento de nuestra especie (como por ejemplo, l a solidaridad) y se tachan de “inhumanos “ otros rasgos que en realidad son igualmente propios de la humanidad (como por ejemplo, la agresividad y la competitividad). Por otro lado, es frecuente calificar de “humanos” rasgos de la conducta de los seres humanos que en realidad son contrarios a nuestra naturaleza -inhumanos- y vienen inducidos exclusivamente por unas circunstancias socioculturales alienantes (como por ejemplo, no establecer diferencias entre allegados y no allegados a la hora de aplicar la solidaridad -solidaridad indiscriminada-).

{31} Salvo en ciertos momentos o periodos de crisis y de reajuste, es decir, de transición de un equilibrio dinámico a otro, en los cuales se modifican los límites del equilibrio dinámico anterior y se producen irregularidades hasta alcanzar un nuevo equilibrio dinámico y unos nuevos límites. O también salvo procesos de degradación, en los cuales el sistema en cuestión deja de autorregularse, se extingue y se descompone.

{32} De hecho, una cosa que quienes exaltan la cooperación e infravaloran o rechazan las formas de relación no cooperativas no suelen tener en cuenta es que la propia cooperación generalmente no es sino otra forma estratégica más de lucha, de agresividad, de competencia. Los seres que cooperan suelen hacerlo porque así obtienen ventajas frente a otros seres no cooperativos o frente a otras alianzas cooperativas menos eficientes a la hora de luchar por la supervivencia o el éxito reproductivo. En el fondo, tras la cooperación normalmente están la lucha, el conflicto, la competencia, la agresividad, etc.

{33} ¿Cuál de ellos? Porque ya se ha señalado que el término “primitivo’ abarca un amplio espectro de sociedades y modos de vida humanos muy diversos entre sí. [Nota de U.R.].

{34} “Artificial” significa, en principio, única y exclusivamente, “hecho por la mano o las artes del ser humano”. Así que, como mínimo, L.A.L. tendrían que haber puesto “artificialización” entre comillas.

{35} El Impasse Ciudadanista, de Alain C. [Etcétera, panfleto n°23, 2001].

{36} L.A.L. parecen sumarse aquí a la ideología “antiideológica’, tan en boga en la sociedad tecnoindustrial avanzada y sus subsistemas más contestatarios. Sin embargo, por un lado, todo aquel que piensa y/o trata de expresar pensamientos tiene y difunde ideología. Incluso, o especialmente, cuando dichas ideas hablan en contra de las ideologías. Y por otro, si el ser humano es, en mayor o menor grado, histórico, cultural, fruto de sus circunstancias sociales, etc., entonces, todo el mundo está ideológicamente condicionado a partir de su nacimiento. Unos lo reconocen, lo asumen y tratan de contrarrestarlo y otros (sobre todo los ideólogos “antiideológicos’) no.

{37} Para un ejemplo de una matización de este tipo, véase la discusión de las hipótesis acerca de las extinciones pleistocénicas en el artículo “Crítica a ‘¿Se Abre Paso la Crítica Antiindustrial?’”, en esta misma obra.

{38} Véase El Tercer Chimpancé, capítulo 10, “Los ambivalentes beneficios de la agricultura’.

{39} Véase El Tercer Chimpancé, capítulo 14, “Una conquista fortuita’.

Para una profundización adecuada en muchos de los temas tratados por Diamond en El Tercer Chimpancé, U.R. recomienda la lectura del libro Armas, Gérmenes y Acero [Debate, 2006], del mismo autor.

{40} Al actuar así, L.A.L. simplemente repiten en su artículo los excesos confusionistas y especulativos que Colin Tudge perpetra a lo largo de prácticamente todo el libro Neandertales, Bandidos y Granjeros. Este autor normalmente tampoco diferencia “agricultura” de “protoagricultura”, usando a menudo también indiscriminadamente ambos términos.

Además, hay que señalar que Tudge rellena las páginas de su libro con poco más que meras conjeturas, basadas en hipótesis, basadas a su vez en suposiciones, etc.

Es fácil ver por qué a L.A.L. este libro les ha parecido digno de mención (en algunos puntos -que son los únicos que L.A.L. mencionan- dice lo que ellos quieren oír, así que les viene al pelo para dar apariencia de solidez a su defensa de la Civilización y de la agricultura y la domesticación), sin embargo los más mínimos rigor científico y prudencia intelectual hubiesen aconsejado no tomarlo como una referencia válida, al menos en lo que a prehistoria o paleoantropología se refiere.

E incluso si dejamos todo lo anterior de lado, Tudge dice también algunas otras cosas en esa obra que L.A.L. parecen no haber tenido en cuenta. Así, Tudge no sólo contradice la defensa de la agricultura de L.A.L. (por ejemplo, dice que la agricultura fue perniciosa para la calidad de vida de los seres humanos que la adoptaron y que lo hicieron obligados por las circunstancias -páginas 70-73-) sino que incluso va más allá y se sitúa de lleno en la línea de algunos de los más disparatados argumentos primitivistas, como por ejemplo, el del “Jardín del Edén’ preagrícola o el del modo de vida cazador-recolector holgado, con su inseparable y tácito odio hedonista al esfuerzo (en unos pasajes que bien podrían haber sido escritos por el propio John Zerzan, Tudge dice que los cazadores-recolectores vivían en el “paraíso” y trabajaban muy poco, hasta que se vieron expulsados del “Edén” cazador-recolector, haciendo referencia al libro del Génesis de la Biblia como “documento” acreditativo de todo ello -páginas 68, 70, 73 y 90-; o que el trabajo de los agricultores preindustriales era “horrible”, por ser duro -páginas 71 y 73-). De nuevo L.A.L. toman referencias sesgadamente, obviando de las fuentes que citan aspectos básicos que les habría resultado inconveniente tener en consideración. [Todas las páginas señaladas hacen referencia a la versión castellana del libro de Tudge, editada por Crítica en el 2000].

{41} “Existen numerosas pruebas que indican que ciertos individuos tenían un estatus superior a los demás [...] Los hallazgos de cierto número de enterramientos magníficamente adornados proporcionan, quizá, las pruebas más convincentes de estatus en [el Paleolítico Superior]’ [Atlas Culturales de la Humanidad, Volumen 1, El Amanecer de la Humanidad, Debate, 1994, página 95].

{42} La tasa anual de crecimiento demográfico en la primitiva Edad de Piedra (Paleolítico) se considera de 0,001 % [Marvin Harris, Caníbales y Reyes, Alianza, 2002, página 28], lo cual, de ser cierto, indicaría que, en efecto, la población mundial se duplicaba cada 69.000 años, aproximadamente. Más aun, ,|a riqueza de recursos alimenticios propició, especialmente en el sur de Francia, un notable aumento de la población en el periodo magdaleniense. Se ha calculado que hace 20.000 años vivían en esa región entre 2.000 y 3.000 personas. Diez mil años después, al final del periodo glacial, esta cifra debía de haberse triplicado [...]” [Atlas Culturales de la Humanidad, Volumen 1, página 93], es decir, según esto, la tasa anual de crecimiento demográfico había pasado a ser de aproximadamente 0,01%.

Y en referencia a los cazadores-recolectores del Mesolítico de la Europa Atlántica: “cuando los cazadores-recolectores adoptan una forma de vida sedentaria, el equilibrio cambia [...] el sedentarismo está estrechamente vinculado a un fuerte crecimiento demográfico [...]’ [Atlas Culturales de la Humanidad, Volumen 3, De la Piedra al Bronce, 1994, página 82].

Parece ser que parte de los esqueletos humanos pertenecientes al Paleolítico Superior presentan señales de desnutrición, raquitismo y otras enfermedades carenciales [Atlas Culturales de la Humanidad, Volumen 1, página 95]. “Evidentemente, las enfermedades [infecciosas] masivas no podrían sostenerse en las pequeñas hordas de cazadores-recolectores y de agricultores de roza e incendio [...] Pero no se pretende decir con esto que todas las poblaciones humanas [cazadoras-recolectoras] estén libres de todas las enfermedades infecciosas’ [Jared Diamond, Armas, Gérmenes y Acero, Debate, 2006, página 235]. “Sin duda había enfermedades [infecciones bacterianas y víricas no epidémicas]’ [Caníbales y Reyes, página 28].

Respecto a las diferencias de estatus en sociedades preneolíticas, véase nota 26 en este mismo texto.

{43} “La mayoría de las enfermedades epidémicas mortales -viruela, tifus, gripe, peste bubónica, cólera- sólo tienen lugar en poblaciones de alta densidad. Son las enfermedades de las sociedades de nivel estatal [...] Incluso calamidades como la malaria y la fiebre amarilla fueron probablemente menos significativas entre los cazadores-recolectores de la Edad de Piedra [...] Hubo una auténtica ‘depresión de la salud’ con posterioridad al ‘punto máximo’ del paleolítico superior’ [Caníbales y Reyes, páginas 28-29].

”[...] La tuberculosis, la lepra y el cólera se establecieron como epidemias con la agricultura, mientras que la viruela, la peste bubónica y el sarampión se desarrollaron en los últimos milenios, a medida que surgían ciudades densamente pobladas.

“Junto a la malnutrición, las hambrunas y las enfermedades epidémicas, la agricultura tuvo otra consecuencia funesta para la humanidad: la división en clases de la sociedad [...]

“A la par que originaba las primeras divisiones de clase conocidas en la historia de la humanidad, la agricultura contribuyó a exacerbar la desigualdad sexual preexistente [...]’ [El Tercer Chimpancé, Debate, 2007, páginas 263-264].

{44} Además del crecimiento y concentración de la población favorecidos por el sedentarismo y la agricultura, y en estrecha relación con ellos, es preciso señalar que existe otro factor clave en la aparición o intensificación de muchas enfermedades infecciosas a partir del Neolítico: la convivencia estrecha con el ganado que supuso la domesticación de animales. Véase, por ejemplo, Armas, Gérmenes y Acero, páginas 238-239.

{45} Idealismo, en principio, es cualquier doctrina que considere que las ideas tienen existencia por sí mismas independientemente de la materia y que ésta es mera expresión de aquellas. Sin embargo, por extensión se considera idealismo toda teoría que defienda, tácita o explícitamente, que las ideas, valores y voluntades y/o sus puestas en práctica materiales no están determinadas por las condiciones físicas y, que, en consecuencia, considere las ideas, valores y voluntades como las causas y condiciones últimas de las actividades humanas. El idealismo es lo contrario del materialismo, que es la doctrina que afirma que las condiciones materiales (físicas, más bien) determinan las ideas, valores y voluntades y/o su puesta en práctica, considerando, por tanto, que las actividades humanas vienen, en el fondo, causadas y condicionadas por factores físicos.

{46} En general, la vida cazadora-recolectora no era ni tan fácil ni tan idílica como muchos (y, por lo visto, no todos ellos críticos de la Civilización) creen; más bien al contrario, normalmente era un modo de vida que exigía mucho esfuerzo y no estaba en absoluto exento de dificultades y asperezas. Pero son precisamente las dificultades y la lucha por superarlas, no la holganza ni la felicidad indolente, las que hacen que la vida sea digna de ser vivida.

El mito de la vida cazadora-recolectora nómada holgada procede, en gran medida, de los primeros estudios (1969) del antropólogo estadounidense Richard B. Lee acerca de sólo algunos bosquimanos (grupo Dobe).

Lamentablemente, la mayoría de quienes asumen y propagan dicho mito desconocen u obvian que:

1) Han existido numerosas culturas cazadoras- recolectoras nómadas además del grupo concreto de bosquimanos estudiado por

Lee. Generalizar a partir de un solo caso (o unos pocos) es completamente irracional.

2) Las horas de trabajo consideradas por Lee en un principio, correspondían exclusivamente a las horas dedicadas a la caza, la recolección y la preparación de alimentos, y no tenían en cuenta otras labores como las tareas domésticas, el cuidado de los niños o la fabricación de útiles. Cuando se observan los datos más completos sobre las horas de trabajo total de dichos bosquimanos, aportados por Lee diez años después, la vida de éstos ya no parece tan holgada [Ver por ejemplo, Marvin Harris, Antropología Cultural, Alianza, 1995, tabla 6.1 (basada en datos de Lee de 1979), página 215].

3) Los bosquimanos habitan en una región cálida lo que, al contrario que a otros cazadores-recolectores de latitudes más altas, probablemente les ahorraba no poco tiempo y esfuerzo en lo referente a preparar vestidos o refugios adecuados para protegerse del frío.

{47} ¿A qué se referirán L.A.L. con “industria”? Al menos en este artículo no lo aclaran. Sin embargo, según cuál sea la acepción que demos a dicho término, la denominación “industrial” podrá ser aplicada o no a diferentes tipos de sociedades presentes o pasadas. Así, por ejemplo, si nos atenemos a la definición típica de algunos diccionarios, esto es, el mero “proceso de elaboración y transformación de las materias primas”, toda sociedad humana sería industrial. Evidentemente, éste no parece ser el significado que L.A.L. otorgan a “industria” en este texto.

Por su parte, siguiendo la noción convencionalmente asumida de forma tácita e intuitiva por la mayoría de quienes usan dicho término en la actualidad, U.R. entiende por “industrialización” la motorización de al menos algunos de los procesos de producción de una sociedad, sea con máquinas de vapor, con motores de combustión interna, con motores eléctricos, etc. Una sociedad comenzará por tanto a ser industrializada cuando en al menos algunas etapas de algunos de sus procesos productivos se empiecen a utilizar máquinas con motor para obtener energía mecánica, en lugar de (o además de) aprovechar directamente la fuerza muscular (humana o no), la energía hidráulica o la energía eólica.

Evidentemente, la motorización no es el único rasgo diferencial de la sociedad industrial, pero sí que es el requisito imprescindible para que aparezcan, se extiendan y se mantengan otros rasgos propios de al menos la sociedad industrial del presente (como, por ejemplo, el uso generalizado de corriente eléctrica o del petróleo, las telecomunicaciones o, más recientemente, la informática).

{48} Karl Heinrich Marx, filósofo dialéctico alemán del siglo XIX.

{49} Friedrich Engels, filósofo dialéctico alemán del siglo XIX.

{50} Quizá L.A.L. u otros creyentes en la dialéctica no estén de acuerdo con esta definición por considerarla excesivamente simplista y fruto de la ignorancia. Es posible que lo sea, ya que, además de estar presentada a grandes rasgos como ya se ha señalado, la teoría dialéctica no es precisamente uno de los temas de estudio predilectos de U.R., por motivos obvios. En tal caso, lo que deberían hacer estos dialécticos es dar ellos otra definición mejor y explicarla de un modo más adecuado (y a poder ser inteligible). Si es que pueden...

Por otro lado es posible aportar numerosos ejemplos de citas de autores marxistas, anticapitalistas, socialistas, etc., que se ajustan a la noción de dialéctica dada aquí por U.R. Sin ir más lejos, véanse los reveladores fragmentos de la obra de Jaime Semprun que aparecen citados con devoción por L.A.L. en su artículo.

{51} De forma esquemática, se puede afirmar que para Marvin Harris y el resto de materialistas culturales la infraestructura de una sociedad está constituida por los modos de producción (la forma en que esa sociedad obtiene de un hábitat específico la materia y la energía que necesita para mantenerse) y reproducción (la forma en que una sociedad reduce, aumenta o mantiene su tamaño demográfico); la estructura por la forma en que se organizan y distribuyen la reproducción y la producción en los diferentes niveles de una sociedad; y la superestructura por el conjunto de ideologías, creencias, expresiones artísticas y demás rasgos culturales no materiales ni organizativos de una sociedad. Dichas categorías también son usadas por algunos marxistas, aunque no exactamente con el mismo significado. [Nota de U.R.].

{52} La cibernética es la ciencia que estudia los fenómenos de retroalimentación. [Nota de U.R.].

{53} Lewis Henry Morgan. Antropólogo del siglo XIX cuyas especulaciones sirvieron de base y justificación a parte de la ideología de Marx y Engels. [Nota de U.R.].

{54} Con el término “eclecticismo’. Marvin Harris se refiere a la tendencia a rechazar a priori cualquier teoría general que trate de explicar en base a unos mismos principios los distintos fenómenos socioculturales particulares. Según los eclécticos, fenómenos distintos se explicarían en base a principios y líneas teóricas diferentes. En la práctica, esta tendencia impide una comprensión mínimamente general y coherente de los fenómenos sociales. Véase El Materialismo Cultural, capítulo 10. [Nota de U.R.].

{55} “El oscurantismo es una estrategia de investigación que cifra su objetivo en desbaratar la posibilidad de lograr una ciencia de la vida social humana. Sus partidarios niegan la aplicabilidad de los principios de investigación científicos [racionalidad, objetividad, comprobación empírica, materialismo, etc.] al estudio de los fenómenos socioculturales, [...]’ [El Materialismo Cultural, página 343]. [Nota de U.R.].

{56} Ver, por ejemplo, en Mundo Científico, Julio/Agosto, 1997, el artículo titulado: “El Origen de la Moral”, de Philip Kitcher.

{57} Por “tecnología’’. U.R. entiende, exclusivamente, los útiles, herramientas o máquinas, así como los sistemas mecánicos formados por la asociación de éstas. Y por “técn/ca“. exclusivamente, los métodos o procedimientos aplicados a la hora de llevar a cabo una labor. Así, algunos métodos o procedimientos (técnicas) no implican necesariamente el uso de herramientas o aparatos (tecnología), aunque la fabricación y uso de herramientas o máquinas (tecnología) siempre conlleva la aplicación de un procedimiento (técnica), obviamente.

{58} En este sentido, el propio Paul Bahn, citado por Richard Leakey en un fragmento que L.A.L. han preferido obviar, dice: “No voy a ir tan lejos como para decir que ‘caballos embridados’ es lo mismo que ‘caballos domesticados’” [La Formación de la Humanidad, RBA, 1993, página 214].

{59} La cronología dada es aproximada y puede variar según las fuentes consultadas. De todos modos, dicha variación no es significativa para la discusión que nos ocupa.

{60} Véase, por ejemplo, Orígenes del Hombre, Volumen 77, El hombre prehistórico (I), Folio, 1996, página 13.

{61} Del mismo modo que no es necesario autoconsiderarse o autodenominarse anarquista o libertario para rechazar cabalmente el sistema tecnoindustrial.

{62} Jaime Semprun, El fantasma de la teoría, Bilbao, 2004.

{63} Hay más pruebas de esta desconfianza hacia la capacidad de juicio de los lectores: «Las citas sueltas que aparecen en algunos puntos de la publicación no son obra de UR, aunque para evitar que posibles prejuicios o idolatrías hacia sus autor=s empañen su mensaje desviando la atención hacia esas personas o grupos en lugar de hacia el contenido, han sido firmadas sólo con las iniciales de sus autor=s».

{64} En La sexta extinción Richard Leakey y Roger Lewin dan algún ejemplo más de estragos causados por comunidades primitivas, algunos incluso no muy lejanos. Aunque obviamente no son comparables a la catástrofe capitalista, no puede negarse que existen. [Roger Lewin es un antropólogo británico de tendencias marxistas. Nota de U.R.].

{65} Ted Kaczynski, El Camino hacia la Revolución.

{66} Véase “¿Se Abre Paso la Crítica Antiindustrial?”, Los Amigos de Ludd, n°8, página 10.

{67} E incluso en el caso de ZIZEN cabe preguntarse seriamente qué es lo que ha hecho que L.A.L. incluyan su texto, El Mito de la Izquierda, en esa crítica ya que en él no se hace ni siquiera referencia a la crítica de la sociedad industrial, ni mucho menos de la Civilización.

{68} Es posible que, al rechazar explícitamente los halagos, U.R. estuviese dando demasiada importancia a algo que no la tiene. Y de hecho, hoy en día, este tipo de trivialidades a U.R. le preocupan bastante menos que lo que parece que les preocupaban a L.A.L. cuando escribieron su artículo.

{69} De todos modos, hay que reconocer que L.A.L. atinan al decir que U.R. otorgaba demasiado valor a la coherencia práctica, personal o de pequeños grupos, en la época en que se publicó el n°1 de Último Reducto (2002). Hoy en día, y desde hace ya tiempo, la postura de U.R. al respecto es muy diferente. No es éste el lugar ni el momento para comentar adecuadamente la postura actual de U.R. respecto a la coherencia práctica ni los motivos de dicho cambio de actitud, pero si que hay que lamentar que en dicho cambio no hayan influido las críticas que L.A.L. vierten en este artículo. Dos son las causas de la ineficacia de dichas críticas a la hora de haber incitado a U.R. a cuestionarse el valor de la coherencia práctica:

- Los motivos que L.A.L. aducen para tratar de explicar por qué es un error dar tanto valor a la coherencia práctica, o bien no están expresados de un modo fácilmente inteligible (“espiritualidades”, “autoayudas” y “noblezas”), o bien incluso yerran completamente el tiro (consideran que dar demasiada importancia a la coherencia práctica es incompatible con valorar cualquier “actividad política”).

- Las falaces afirmaciones así como la intención de ridiculizar y difamar que impregnan las críticas de L.A.L. en el artículo “¿Se abre Paso...?” no facilitan precisamente que quien es criticado las acepte.

{70} Bueno, sí que se explica, sí: mala fe.

{71} Ciertamente existen motivos serios para criticar algunas de dichas teorías, pero normalmente ni las críticas lanzadas desde entornos humanistas e izquierdistas contra ellas, ni los motivos por 215 abundantes en los entornos humanistas e izquierdistas.

{72} El n°1 de Último Reducto data del 2002. El fragmento citado adolece de una obvia contaminación libertaria que hizo que U.R. ni definiese claramente el término “jerarquía” ni tuviese en cuenta que ciertas formas y grados de algo que algunos (la mayoría de los autodenominados anarquistas o libertarios) suelen llamar “jerarquía” son naturales e inevitables en los seres humanos. Hoy en día U.R. matizaría el concepto de “jerarquía” y no afirmaría tan rotundamente que nunca sea una necesidad entre los seres humanos (aunque no entrará aquí a tratar de determinar dicha forma y grado, ni a definir qué es y qué no es “jerarquía”).

De todos modos, U.R. considera que esto no afecta al hilo de la argumentación expuesta en el presente texto.

{73} Aquí U.R., a falta de una definición de “histórico” por parte de L.A.L., da por supuesto que se refieren a “social y cultural”.

{74} Sin embargo, salvo en el caso, discutido un poco más adelante, relativo a su confusión entre hipótesis y hechos comprobados al hablar de ciertas teorías sobre las extinciones pleistocénicas en “¿Se Abre Paso...?” y reconocido públicamente en su boletín n°9 [ver: “‘Contestación’ Pública de Los Amigos de Ludd”, en esta misma obra], hasta la fecha, L.A.L. han rehusado retractarse. Es más, sostienen obstinadamente lo siguiente: “En nuestro boletín nunca hemos mentido ni dado informaciones falsas.’ [Los Amigos de Ludd en carta a U.R. de principios de julio del 2007].

{75} Es imposible no sospechar que L.A.L. quieren dar a entender tendenciosamente que el n°1 de Último Reducto es obra de un mamarracho anticapitalista y que por eso hacen semejante pregunta. Esto es otro indicio más para inclinarse a pensar seriamente que L.A.L. criticaron el n°1 de Último Reducto sin siquiera habérselo leído en condiciones y, lo que es peor, con ánimo de manipular y confundir.

En la página 24, del fascículo A del n°1 de Último Reducto, puede apreciarse claramente que U.R. ni es anticapitalista, ni olvida que antes del capitalismo ya existían graves problemas sociales y ecológicos.

{76} Bajo el término “anticapitalismo” suelen ampararse personajes y grupos de lo más variopinto, pero unidos todos ellos por su aparente rechazo del “capitalismo” y una vinculación más o menos explícita con ideologías de corte socialista.

Aunque en realidad el capitalismo es un concepto básicamente económico para muchos anticapitalistas, como L.A.L. en el artículo “¿Se Abre Paso...?, “capitalismo” o “sistema capitalista’ son ante todo muletillas que les sirven a menudo para calificar cómodamente la sociedad actual o cualquier aspecto de la misma (o de sus inmediatas antecesoras) que les desagrade sin necesidad de esforzarse en explicar por qué. Todo lo que no les gusta lo llaman “capitalismo”. O “capitalismo industrial”, en el caso de ciertos anticapitalistas “antiindustriales”. (Algún Amigo de Ludd podría contestar que eso sucede también entre otras gentes contestatarias . Por ejemplo, demasiado habitualmente, entre los primitivistas o los llamados “antidominadores’ con los términos “civilización” o “dominación” respectivamente. Mal de muchos, consuelo de bobos).

{77} Por ejemplo: “Para nosotros la sociedad industrial [...] es consustancial al modelo económico del capitalismo. Ambas cosas son inseparables. [...] La explotación capitalista jamás habría sido posible si no se hubieran industrializado las naciones y los pueblos.” [L.A.L., “Crítica del Nuevo Mundo Feliz Que Se Avecina”, Ekintza Zuzena n°31, 2004. Cursiva de U.R.]. El capitalismo tiene al menos 500 años de historia a sus espaldas, el sistema industrial sólo unos 200. Aquí hay algo que no encaja. O más bien habría que decir: ¿hay algo ahí que encaje?

Por otro lado, en teoría al menos, podrían existir sociedades industriales no capitalistas, socialistas, comunistas, o como se las quiera llamar. De hecho, varios países comunistas desarrollaron sistemas industriales sin capitalismo (ciertos anticapitalistas impenitentes soslayan el hecho de que esas sociedades no se pareciesen precisamente a sus utópicas ensoñaciones negando que dichos países fuesen realmente socialistas o comunistas y calificando deshonestamente sus regímenes como “capitalismo de Estado”; pero cambiar los nombres no cambia los hechos).

Mezclar anticapitalismo y antiindustrialismo o bien es señal de confusionismo oportunista (un nuevo intento de reactualización de las teorías socialistas o un intento de apropiación de la crítica de la sociedad tecnoindustrial con fines anticapitalistas -o simplemente con fines personales- por parte de algunos socialistas), o bien es muestra de mera confusión y negligencia.

{78} “En la actualidad no hay forma de evaluar el impacto relativo de la caza y el cambio climático en la fauna americana de finales del Pleistoceno’ [La Sexta Extinción, Tusquets, 1997, página 196]. “No hay forma de saber si es cierta tal hipótesis, y es tan probable como que la causa fuera el cambio climático’ [Ibíd., página 198]. “El argumento de Martin es científicamente incomprobable’ [Ibíd., página 199].

{79} Algunos autores afirman que el principal o único responsable de tal extinción fue el cambio climático producido a finales de la última glaciación (hipótesis de Russell y Lundelius) y otros plantean que si bien quizá el ser humano pudo haber favorecido con sus actividades predatorias la extinción de ciertas especies, fueron también otros factores, especialmente el cambio climático, los que, en conjunto, llevaron a esas especies y sus entornos a un estado de debilitamiento ecológico tal que no pudieron sobreponerse a una caza que de otro modo quizá no les hubiese resultado fatal (hipótesis de J. Guilday).

{80} Es preciso señalar que para U.R. no todo lo artificial es necesariamente malo (contrario a la autonomía de lo salvaje). Tengan en cuenta los lectores que U.R. considera que la naturaleza humana es, en principio, resultado de la evolución no artificial y que, por tanto, no todo lo que haga el ser humano (lo artificial) es necesariamente antinatural, sino sólo aquello que vaya en contra de la autonomía de la Naturaleza salvaje (incluida en ella la propia naturaleza humana).

{81} Por ejemplo, en algunos yacimientos arqueológicos del Pleistoceno Superior resulta evidente el despilfarro de parte de las presas cazadas. [Véase, por ejemplo, Atlas Culturales de la Humanidad, Volumen 2, Más allá de África, Debate, 1994, páginas 94-95].

{82} El término “antihumanismo”, y sus derivados, son profusamente utilizados por muchos socialistas “verdes”, como sinónimo de “misantropía”, para calificar confusionista y despectivamente toda aquella teoría, actitud u opinión que tome la Naturaleza salvaje como valor fundamental y no se avenga fácilmente a sus creencias humanistas civilizatorias, a su interpretación sesgada de las “cuestiones sociales”, ni a su imagen ñoña e idealizada del ser humano. Sin embargo, lo que estos socialistas olvidan o no quieren reconocer es que es posible rechazar (o no aceptar) el antropocentrismo y demás mixtificaciones humanistas o la Civilización sin por ello tener que odiar al ser humano.

{83} Si bien U.R. comparte algunos de los principales fundamentos básicos de la llamada “ecología profunda’ (principalmente la consideración de la Naturaleza salvaje como algo valioso en sí mismo y la defensa del ecocentrismo frente al antropocentrismo), desprecia profundamente muchas otras ideas que suelen ir asociadas a buena parte de las teorías actualmente autodenominadas “ecología profunda’ [por ejemplo, la simpatía e interés por ciertas tendencias religiosas -budismo y misticismo judeocristiano principalmente- o por buena parte del izquierdismo -feminismo, lucha contra la pobreza y el hambre, anticapitalismo, indigenismo, etc.-, la equiparación simplista entre altruismo, compasión o empatía y consideración moral o ética, el deseo de lograr una civilización (incluso industrial) sostenible, el pacifismo, etc.]. Estas diferencias resultan evidentes si se conocen mínimamente de primera mano tanto las teorías de la llamada “ecología profunda’ actual (derivadas generalmente de las teorías del filósofo noruego Arne Naess) como los contenidos del n°1 de Último Reducto.

U.R. no va a discutir por una puñetera etiqueta, es decir, no le preocupa demasiado si a pesar de esas diferencias su ideología podría ser denominada “ecología profunda’ con propiedad o, si por el contrario, dichas diferencias hacen que las ideas de U.R. sean otra cosa distinta de la llamada “ecología profunda’. Lo que sí le desagrada es la actitud de quienes, como L.A.L., tratan de endilgarle dicha etiqueta (u otras) con aviesas intenciones. El término “ecología profunda’ suele tener connotaciones negativas en muchos de los entornos izquierdistas españoles (en especial en aquellos con cierta orientación “ecologista” o “antiindustrial’), L.A.L. lo saben, y por dicha razón lo han utilizado para tratar de ensuciar las ideas de U.R. ante sus (de L.A.L.) correligionarios.

Por otro lado, es evidente para cualquiera que conozca mínimamente de primera mano las teorías autodenominadas como “ecología profunda’ y no sólo, como mucho, las críticas vertidas en su contra por la autodenominada “ecología social’ estadounidense u otros socialistas “verdes’ extranjeros (cosa rarísima en España, incluso entre la mayoría de los izquierdistas que hablan de la “ecología profunda’ como quien habla del demonio), que lo de antropomorfizar a los animales no humanos no es necesariamente un rasgo propio de dicha corriente filosófica (por mucho que sus críticos se empeñen en sugerir que existe siempre una relación estrecha entre ella y la lucha por los derechos de los animales, la “liberación’ animal, etc.). Aquí, de nuevo, L.A.L. se han pasado de listos o de malintencionados. [Nota de U.R.].

{84} El libro La Sexta Extinción merecería en sí mismo una crítica mucho más extensa y profunda que los breves comentarios hechos en algunos puntos de este artículo. Este libro asume y defiende conceptos y valores filosóficos, científicos, ecológicos y “morales’ más que discutibles en numerosas ocasiones, aparte de cierta actitud sensacionalista y trivializadora propia de muchos textos científicos divulgativos, y en especial de los de R. Leakey. Sin embargo, una crítica y comentarios detallados de esa obra nos apartaría del motivo de este artículo.

Por cierto, Leakey y Lewin también plantean ideas importantes que L.A.L. parecen haber pasado por alto (quizá porque, al contrario que las teorías de P. Martin acerca de las extinciones, esas otras ideas y opiniones no servían a las intenciones de L.A.L. de desprestigiar las presuntas ideas de U.R.). Así, los autores del libro defienden cosas como que la naturaleza del ser humano es la de un ser cazador-recolector [por ejemplo, en la página 156] o que estamos vinculados física y psíquicamente de forma inevitable a la Naturaleza salvaje [por ejemplo, en las páginas 124-125, 156-158 y 267-268].

{85} Por “animalista’ U.R. entiende todo aquel individuo, grupo o corriente que defienda los llamados “derechos de los animales’ y/o la llamada “liberación animal’. Es probable que L.A.L. se refieran a algo similar cuando usan dicho término en su artículo, aunque, como es habitual, no han considerado necesario definirlo mínimamente.

{86} Para entender mejor a qué se refería, y a qué no, U.R. con el término “libertad” se recomienda a los lectores que lean el n°1 de Último Reducto, y en especial las páginas: 80, 81, 82 y la nota 31, en las páginas 112 y 113, todas ellas del fascículo B.

{87} Esto es lo que vienen a significar aproximadamente los petulantes latinajos, “Amicus Ludd sed magis amica veritas”. que L.A.L. sueltan en la página 1 del n°8 de su boletín.

{88} La mayoría de los viejos “revolucionarios” soñaban con mundos igualitarios, solidarios, felices, paradisíacos (y con frecuencia también abiertamente tecnificados), pero no precisamente libres, en el sentido que U.R. ha definido la libertad. La “libertad” de esos izquierdistas clásicos a menudo iba inseparablemente unida al concepto de progreso, material y/o moral (“mejora”. “perfeccionamiento”. “elevación”, etc., del “espíritu” humano). Todo aquel que se autoproclame “crítico del progreso” (y del progresismo) debería tener bien presente lo anterior antes de tomar alegremente como referencia a los “clásicos”.

{89} La verdadera libertad (autonomía para desarrollar, expresar y satisfacer la propia naturaleza) es un principio fundamental para U.R. y, por tanto, considera imprescindible definir dicho concepto y marcar claramente las distancias entre quienes defienden dicha libertad verdadera y quienes, como L.A.L., defienden otras nociones de libertad incompatibles con ella. Sin embargo, U.R. piensa que dedicar, como en este artículo, demasiado tiempo y espacio la discusión intelectual de ciertos detalles secundarios relativos a la noción de libertad es, hoy por hoy, algo poco o nada práctico para avanzar en la consecución del objetivo prioritario en la actualidad: destruir el sistema tecnoindustrial. Si el sistema tecnoindustrial sobrevive a las próximas décadas es muy probable que discutir y preocuparse por el asunto de la verdadera libertad, humana o no, deje de tener sentido, pues ésta quizá sea ya imposible. Así pues, ir más allá de dejar mínimamente claros los conceptos básicos para impedir su malinterpretación y/o manipulación es en realidad perder el tiempo miserablemente discutiendo sobre “galgos y podencos’. Si U.R. dedica tanto espacio en este artículo a discutir ciertos matices referentes a temas como la libertad y dominación de los animales, humanos o no, no es tanto por profundizar estérilmente en la discusión teórica acerca de la libertad y la dominación sino más bien por una mera cuestión de honor y decencia, o sea, para no dejar las falsas acusaciones y maliciosas payasadas que L.A.L. sueltan al respecto sin la respuesta pública que justamente merecen.

U.R. entiende también que a alguna gente le preocupe, con razón, que la lucha por los “derechos de los animales’ o por la llamada “liberación animal’ pueda servir en realidad al desarrollo del Sistema, no sólo desviando energías y tiempo de la lucha por la eliminación del sistema tecnoindustrial, sino también promoviendo ciertas formas de desarrollo de dicho sistema favorables a los fines animalistas y/o integrando a los animales no humanos en él, y con ello pervirtiendo aun más los conceptos de libertad, Naturaleza y dignidad (humanas y no humanas). [U.R. ya dijo algo al respecto de esto último en su día (ver n°1 de Último Reducto, fascículo B, nota 9, página 91)]. Aunque es más que dudoso que dicha preocupación sea la verdadera causa de los ataques de L.A.L. a U.R.

Por último, y por si aún no ha quedado suficientemente claro, hay que remarcar que, a pesar de lo que L.A.L. parecen creer, U.R. no simpatiza con la lucha por los “derechos de los animales’ ni con la, a menudo mal denominada, “liberación animal’. U.R. se considera tan poco cercano a cualquier corriente animalista como a cualquier otra forma de izquierdismo o pseudocrítica, por lo señalado más arriba: los valores y principios animalistas (rechazo absoluto del sufrimiento y/o la muerte, identificación con víctimas, etc.) son ajenos a, o incluso incompatibles con, los de U.R.

{90} Salvo quizá en parte, como ya se ha comentado, el que se refiere a haber otorgado excesiva importancia a la coherencia como estrategia.

{91} Desgraciadamente, ni siquiera la crítica del “izquierdismo” se ha librado de la apropiación y perversión por parte de algunos de los propios izquierdistas. Existen izquierdistas, presuntamente críticos del izquierdismo, que entienden únicamente por tal, por ejemplo, la socialdemocracia, el sindicalismo, el reformismo legalista y estatalista (lo que ellos suelen denominar ciudadanismo , ecologismo “institucional”, etc.), o sólo ciertas formas de marxismo (clásicas o posmodernas), excluyendo según les convenga aquellos tipos de izquierdismo que ellos mismos representan: por ejemplo, el socialismo libertario, los movimientos sociales autogestionados, los colectivos y corrientes antagonistas “autónomos”, el anticapitalismo, antiindustrial o no, o la llamada ecología social. Esta utilización del discurso contrario al izquierdismo por parte de los propios izquierdistas es un problema práctico muy grave al que se deberá enfrentar con firmeza y pericia cualquier corriente verdaderamente ajena a la tradición y cultura de izquierdas cuyo fin sea realmente acabar con la sociedad tecnoindustrial. Mantenerse clara y totalmente separada del izquierdismo y sus simpatizantes (y viceversa, mantener al izquierdismo y a los izquierdistas lejos de sí) es de vital importancia para que esa corriente pueda optar, llegado el momento, a llevar a cabo su labor con éxito.

{92} ¿Es necesariamente fanático todo aquel que tiene certezas y está convencido de la veracidad de al menos algunas de sus tesis? Y en tal caso, ¿es entonces siempre algo tan malo ser “fanático”? ¿Habremos de dudar de todo siempre y afirmar deshonestamente que no sabemos nada por miedo a que los “librepensadores de mente abierta’ nos cuelguen ése u otros sambenitos similares? ¿Existe alguien que no sea un mentecato con la cabeza hecha cisco que pueda afirmar sinceramente que no tiene certezas de ningún tipo? ¿Hasta qué punto no es una grave concesión al dogmatismo antidogmático imperante sentir vergüenza por estar convencidos de algo y mostrarlo abiertamente (ser “fanáticos” según L.A.L.)? ¿Hasta qué punto quien trata de inducir a otros a sentir esa vergüenza o a provocarla, como en el caso que nos ocupa, no está usando una sucia y torpe estratagema para tratar de desactivar de forma deshonesta ideas y tendencias que le asustan, incomodan o estorban?

{93} También decía que todo ello se producía «con la diferencia nada desdeñable —entre muchas otras— de que esta vez el desplome se produce a escala mundial y está ya arrastrando a su paso “todo aquello a partir de lo cual podría reconstruirse una vida liberada de la economía”».

{94} En cuanto a los latinajos..., son otra cuestión de estilo. De nuevo reconozco que puede ser una torpeza pero no contienen nada esencial para el texto. Son un mero aderezo para la lectura, que resultará gratificante para los que sepan latín y para los pedantes, y sólo levemente molesto para los demás.

{95} «El camino del Infierno está empedrado de buenas intenciones»; o «quien quiera venganza que la busque, pero sin mezclarla con la Revolución», Textos de Ted Kaczynski, págs. 120 y 133. Ambas perlas de la sabiduría podrían rubricarse añadiendo al final de la frase el vocativo «hermanos». Por cierto, si Ultimo reducto [sic] es un solo individuo, ¿a qué viene hablar de sí mismo en tercera persona?

{96} Aunque está claro que no pensáis prescindir de la tontería esa de los plurales [sic] con el signo = o *, procedente de una fantasiosa teoría lingüística feminista sobre el lenguaje sexista.

{97} No puedo dejar de preguntarme por qué la «capacidad de locomoción» forma parte inexcusablemente de la libertad. ¿Un individuo impedido no tiene libertad de juicio y de opinión, por ejemplo? ¿No será tu idea de libertad tan poco espiritual como la libertad capitalista de ejercer un derecho al consumo?

{98} Por cierto, ¿cuál es la base material de la ética, de cualquier tipo de ética? ¿Una actividad concreta de los sistemas neuronales, tal vez?

{99} Números 30 (pág. 79) y 31 (pág. 83) respectivamente.

{100} Según se cuenta, frase dicha por el evolucionista Thomas H. Huxley antes de poner públicamente en evidencia al obispo Sammuel Wilberforce contestando a las torpes provocaciones de éste.

{101} Si U.R. fuese tan profundo como nuestro abismal “amigo’ hablaría, por ejemplo, de lo ciertamente “molesto’ (aparte de ridículo y pedante) que resulta leer o escuchar a quien se expresa en castellano usando innecesariamente términos y expresiones latinos o griegos o no puede evitar citar, sin necesidad, como mínimo el nombre de algún intelectual ,famoso’ cada dos por tres cuando habla o escribe. Pero, por suerte, no lo es.

{102} Por ejemplo, Los Amigos de Ludd, que reconocen públicamente, en el n°9 de su boletín, en la página 9, que a pesar de firmar como grupo, “cada uno ha podido escribir o decir en las charlas palabras que los otros miembros no podían del todo asumir’ y que esa forma de actuar pseudocolectivamente, en parte, “fue un error’, aunque traten de justificarse haciendo ver que querían otorgar “cierta libertad a las individualidades’. Para esto último (respetar la pluralidad -¿”libertad’?- en un grupo) lo único realmente honesto e inequívoco es que sus miembros se expresen a título exclusivamente personal, con sus nombres propios o pseudónimos personales a secas (sin referirse a su vinculación al grupo). Pero claro, entonces uno se muestra solo ante el público y ya no queda amparado por la sombra de ningún “colectivo’...

{103} Y ya que J.R.H. aprovecha para criticar los comentarios de U.R. aparecidos en Textos de Ted Kaczynski, U.R. responderá con la misma moneda y aclarará tres “cosillas” que vienen al caso, acerca del artículo de J.R.H., “La Crítica Antiindustrial y Su Futuro’, aparecido en la revista izquierdista Ekintza Zuzena, n°33:

1) En lo que respecta a la velada referencia (de la que, dando evidente muestra de gran honradez intelectual, J.R.H. no se digna siquiera a señalar la procedencia) a la expresión de U.R. “tardomarxistas amantes incondicionales del campesinado preindustrial’ [aparecida en Textos de Ted Kaczynski, “Introducción”, página 3], presuntamente alusiva, según J.R.H., a Los Amigos de Ludd, hay que señalar que U.R. nunca dijo de esa expresión se refiriese concretamente a Los Amigos de Ludd. El que se pica, ajos come.

2) Como ya el ingeniosísimo y originalísimo título (patético remedo del famoso texto de Freedom Club, “La Sociedad Industrial y Su Futuro’) de su artículo indica, J.R.H. trata de arrimar su sardina intelectual al ascua del renombre de Ted Kaczynski (miembro preso de Freedom Club), cuando en realidad, como se ve en su carta, no comparte en absoluto los valores fundamentales de éste (reverencia por la Naturaleza salvaje y defensa de la libertad humana entendida como autonomía a la hora de desarrollar y satisfacer las propias capacidades, necesidades y tendencias naturales).

3) La omisión intencionada de la corriente llamada “antidominadora”, en la que supuestamente estarían incluidas las ideas de U.R. (la etiqueta “antidominador” hace referencia al modo en que muchos de los miembros de la corriente contraria a la sociedad tecnoindustrial cuyas ideas están estrechamente relacionadas con las ideas de U.R. frecuentemente designan sus ideas o a sí mismos; sin embargo, hoy en día, por motivos que no vienen al caso, U.R. considera que no es una denominación muy afortunada), así como del llamado “primitivismo”, a la hora de pretender hacer un repaso y comentario de las tendencias críticas de la sociedad tecnoindustrial existentes, supone, nos guste o no, la omisión de la mayoría de los grupos e individuos presuntamente contrarios a la sociedad tecnoindustrial, al menos en el momento en que J.R.H. escribió su artículo. Lo que hace sospechar que las verdaderas intenciones de su autor tenían poco que ver con la presentación veraz y precisa del fenómeno de la crítica radical de la sociedad tecnoindustrial.

No es la primera vez en que un “enterao” (o un petimetre aspirante a ello) pretende ganar puntos para su currículum de intelectual antagonista publicando una visión anodina, sesgada y simplista de un fenómeno social complejo. Esperemos que sea la última.

{104} ¿A qué se referirá J.R.H. con lo de “era burguesa”? ¿A la era industrial? ¿A la Edad Moderna?

Por cierto, sea lo que sea que se pretenda que signifique el concepto de “burguesía”. entenderlo como algo malo sí que es una actitud muy moderna.

{105} Algunos textos interesantes que matizan la habitualmente idealizada noción humanista de altruismo, entendido como ayuda indiscriminada, unilateral y totalmente desinteresada, y ponen seriamente en cuestión el dogma socialista del presunto carácter abiertamente cooperativo y nada competitivo ni individualista de los seres humanos, las culturas preindustriales o incluso la Naturaleza, son:

- “The Tragedy of Commons’, Garrett Hardin, en Science, Vol. 162, 1968, páginas 12431248. [Existe traducción en castellano: “La Tragedia de los Comunes’, en Gaceta Ecológica, n°37].

- “Torneos computarizados del Dilema del Prisionero sugieren cómo evoluciona la conducta cooperativa’, Dougals R. Hofstadter, en Investigación y Ciencia, n°82, 1983, páginas108-115.

- “La Aritmética de la Ayuda Mutua’, Martin A. Novak, Robert M. May y Karl Sigmund, en Investigación y Ciencia, agosto, 1995, páginas 42-48.

- Páginas 70-75 de, “Enter Conflict’, capítulo tercero del libro Constant Battles: The Myth of the Peaceful Noble Savage, Steven A. Le Blanc y Katherine E. Register, St. Martins Press, 2003. [Existe traducción en castellano de dicho capítulo a cargo de A.V.E. (los interesados pueden solicitarla a la dirección de correo electrónico de U.R.)].

{106} Hay que llamar la atención acerca de la diferencia entre que otro haga las cosas importantes y necesarias por uno y que las haga con uno. Lo segundo no siempre es incompatible con la propia autonomía personal, lo primero sí. Hay necesidades naturales que nadie puede satisfacer exclusivamente por sí mismo y necesita satisfacerlas cooperando con otros (un ejemplo evidente sería la reproducción), pero ello no impedirá la autonomía propia siempre y cuando uno tenga capacidad real para decidir e influir efectivamente en el desarrollo de esa acción cooperativa y realice él mismo, por sus propios medios, una parte de la labor equivalente a la que realizan los demás. Un tetrapléjico quizá pueda decidir efectivamente acerca de ciertas cosas importantes de su vida (siempre que los demás quieran obedecerle), incluso puede que, si se lo permiten, y hacen ciertas cosas por él, pueda pintar, jugar al ajedrez o escribir textos con la boca o con los ojos usando una máquina, pero no podrá actuar directa y significativamente, solo o como parte activa de un grupo, para satisfacer todas sus necesidades naturales, lo cual es algo mucho más importante. Y la autonomía real (la libertad) consiste precisamente en eso, en ser capaz de arreglárselas por uno mismo, solo o colaborando recíprocamente con otros, en las cosas realmente importantes.

Por otro lado, hay necesidades naturales que sí las puede y necesita satisfacer un individuo normal solo por sus propios medios, y que un tetrapléjico no podría satisfacer nunca sin “ayuda’ (más bien, normalmente, sin que otros las hagan por él). Y ya sólo esto impide su autonomía (su libertad) y, dicho sea de paso, su dignidad (sensación de la propia valía, es decir, de la propia capacidad de valerse por sí mismo).

{107} El llamado Grupo de Trabajo del Espacio Anarquista de Debate de Bilbao.

{108} ¿Cómo hay que entender la relativista cita de Nietzsche acerca de lo presuntamente patológico de “todo lo incondicional’ con que nuestro simpático y saludable “amigo’ pretende avergonzar a U.R. por su presunta invariable seriedad? ¿Condicionalmente acaso? “Todo’ es un concepto que no admite interpretaciones condicionales. ¿Incondicionalmente? En tal caso, la propia cita de Nietzsche, y la actitud de quienes la dan por válida, sería síntoma de patología. O al menos de una nula capacidad para la lógica más elemental.

{109} Para otras muestras del sentido del humor del redactor de Último Reducto, véanse, por ejemplo, Guía Práctica Para la Clonación de "nroll" por El/la Autor (otro de los varios pseudónimos usados en el pasado por U.R.), 1997; o “El Bienintencionado’, en Historias Desde el Lado Oscuro, por E=m.c2.

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